viernes, 27 de enero de 2012

CapiTulo 2

Zac se recostó en el sillón y disfrutó de la visión que tenía ante sus ojos.
A pocos metros de distancia, Nessa dormía en su enorme cama, envuelta en la bata que él le había prestado. En la última década se había convertido en una mujer hermosísima, y su embarazo no hacía más que resaltar dicha belleza.
Tenía la almohada abrazada como si de un amante se tratara y en su rostro había una expresión de satisfacción. Mientras la observaba , Zac no pudo evitar la duda de si aquel ángel del pasado no habría sido enviado para torturarlo.
Sin embargo, aquella noche no se había permitido pasar con ella el tiempo suficiente para averiguarlo. Después de que se marchara Thomas, él se había ido a la cocina a calentar un poco de sopa que le había llevado para que cenara. Vanessa le había dicho que se quedara y cenara allí con ella, pero él había rechazado el ofrecimiento. Tenía por norma no comer en compañía de nadie. El caos de haber tenido que compartir cada comida con otros sesenta chavales con los que había tenido que luchar por cada bocado había creado en él una necesidad de paz y tranquilidad, lo que había encontrado nada más escapar de aquella escuela.
Una de las cosas que tenía que agradecer a Nessa y a su padre era haberle permitido conservar esa recién recuperada independencia. Antes de darle su comida para que se fuera a tomarla donde quisiera, Emmett siempre le decía: «un hombre tiene que disponer de su espacio».
Emmett Hudgens había sido un hombre muy especial y Zac sabía que jamás olvidaría el modo en el que lo había acogido, sin preguntas, y había llegado a ser un padre para él, un padre que además le había enseñado todo lo que sabía sobre electrónica. Y Nessa... ella le había demostrado que existía la amabilidad y la amistad.

Pero esa noche mientras le servía la cena o cuando la observaba dormir, no la veía como a una amiga. Había llegado a considerar la idea de romper su norma de las comidas en soledad. Por ella. Y eso le preocupaba enormemente, tanto que creía que lo mejor sería poner el trabajo como excusa y salir de allí inmediatamente.
Justo entonces Nessa emitió un dulce suspiro en mitad de sus sueños que hizo que Zac se sintiera culpable por estar allí. Nunca había sido un voyeur, que era lo que tenía la sensación de estar siendo en ese momento. Además, no tenía tiempo de pensar en el pasado, había demasiado trabajo que hacer, demasiados negocios que cerrar.
No obstante, no podía quitarse la cabeza la imagen de la mujer que había visto al abrir la puerta del coche medio enterrado en la nieve; los ojos de Nessa le habían transmitido una calidez que ya apenas recordaba y que ahora deseaba conservar para siempre. De hecho, tal deseo había ido creciendo con el paso de las horas. Pero debía recordar que el único motivo por el que la había invitado a quedarse era para saldar una deuda del pasado, no podía permitir que su presencia lo hiciera flaquear en sus determinaciones. Así que, por mucho que le costara, debía seguir allí por si ella necesitaba algo.
Como si hubiera podido sentir su debilidad, Nessa se movió en sueños dejando al descubierto una pierna. Zac se quedó mirándola unos segundos antes de lograr que sus ojos volvieran al fuego de la chimenea. Se estiró bien en el sillón y comprobó con rabia que esa noche la pierna le dolía aún más de lo habitual, pero luchó contra el dolor como ya estaba acostumbrado a hacerlo. Ya a los tres años, cuando una tonta caída le había provocado una rotura que había dañado un nervio, había sido valiente y se había enfrentado al sufrimiento todo lo bien que podía hacerlo un niño de tres años. Y su valentía había continuado inquebrantable cuando sus padres lo abandonaron al verse incapaces de criar a un pequeño lisiado; entonces había tenido que hacer todo lo posible para cuidar de sí mismo en el centro de acogida.
Se puso en pie y caminó hasta la ventana haciendo un tremendo esfuerzo para aguantar los pinchazos. La nevada continuaba con la misma ferocidad que había mostrado el resto del día, y no parecía tener intención de parar. A Thomas le iba a resultar muy difícil cumplir la promesa de ir a visitar a Nessa al día siguiente. En realidad, parecía que lo que iban a ser un par de días de descanso se alargarían al menos una semana. ¿Por qué eso lo preocupaba tanto? No tendría por qué verla salvo para llevarle la comida y cuidar de ella por las noches, mientras dormía.
Se alejó de la ventana y, sin pensarlo, se quedó al lado de la cama mirándola extasiado. Era bellísima e inofensiva, además estaba embarazada y... «¿Y qué, Efron? ¿Qué demonios te está haciendo esta mujer?».
La arropó bien y volvió a sentarse en el sillón.
Nessa lo hacía sentirse... vivo.

Hacia las cinco de la tarde del día siguiente, Nessa estaba siendo víctima de un terrible ataque de claustrofobia. Cualquier esperanza de poder alejarse de Zac Efron y de su ardiente mirada había desaparecido en el momento en el que se había despertado por la mañana y había comprobado que la tormenta de nieve no había perdido ni un ápice de su ferocidad. Había tenido que cancelar la visita de la empresa de la cuadrilla de limpieza y el doctor Pinta había llamado para decir que tampoco podría llegar hasta la casa de Zac, lo mismo que le había ocurrido al ama de llaves. Vanessa y Zac estaban solos y no sabían por cuánto tiempo.
En un gesto que demostraba que seguía siendo un caballero, Zac le había llevado algunas revistas del ama de llaves y, por supuesto, la comida. Pero ambas visitas habían sido de lo más fugaces. Por su parte, Zac estaba harta de leer sobre la vida de los famosos y necesitaba dejar de descansar por un momento.
Afortunadamente, el doctor Pinta había dicho que si se encontraba bien, podía levantarse un rato, y eso era exactamente lo que tenía la intención de hacer. Así que, envuelta en la bata y con unos enormes calcetines de lana de Zac, salió al pasillo. Un pasillo que se encontraba a oscuras hasta que ella puso el pie en el suelo y se encendieron las luces, cosa que sucedió a medida que iba llegando a cada tramo.
Vanessa estaba boquiabierta, no era solo la tecnología de la iluminación, en realidad lo que más la impresionaba era que el cielo era de cristal cubierto por una espesa capa de nieve.
Era sencillamente increíble.
Al final del pasillo había una enorme habitación con el suelo de mármol, un piano y un bosque de plantas que rodeaban, casi camuflaban, un ascensor. Un ascensor la esperaba con la puerta abierta.
Echó un vistazo a su alrededor y respiró hondo. Era consciente de que seguramente a Zac no le haría ninguna gracia que estuviera husmeando sola por la casa, pero también era obvio que él estaba demasiado ocupado para prestar atención a su invitada, así que en realidad le estaba haciendo un favor buscándose entretenimiento sin ayuda de nadie.
Aquel argumento le dio las fuerzas necesarias para seguir adelante con su exploración. Daría una vuelta por la casa y regresaría al dormitorio antes de que Zac fuera a llevarle la comida. No era tan descabellado.
Pronto se dio cuenta de que no iba a ir a ningún sitio porque en aquel extraño ascensor no había ningún botón.
—Bueno, lo primero es lo primero. ¿Cómo demonios hago que se cierre esta puerta? —en el instante que terminó de decir aquellas palabras, la puerta se cerró suavemente—. Ya veo cómo funciona esto. Supongo que ahora tendré que decir «arriba» —pero nada ocurrió al decir la palabra, así que Vanessa probó a pronunciar varios sinónimos que tampoco funcionaron—. Tranquila, pequeña —dijo mirándose el vientre—. ¿Tienes tanta curiosidad como mamá? ¿O solo quieres salir al mundo y ver tu nuevo hogar?
Y fue justo entonces cuando el ascensor se puso en movimiento. Vanessa pensó cuál era la última palabra que había dicho.
Hogar.
Jamás habría pensado que esa sería la palabra clave.
Al salir del ascensor se encontró con un despacho suavemente iluminado. Le resultó curioso que fuera esa la parte de la casa a la que Zac denominara «hogar».
—Zac —dijo en voz alta pero con cierta timidez—, ¿estás aquí?
No obtuvo respuesta, no obstante decidió entrar en la estancia. Se trataba de una habitación cuyos principales elementos estructurales eran el cristal y el acero, aunque el suelo era de madera y estaba cubierto con pequeñas alfombras. Había un par de sofás de cuero marrón, un escritorio con dos ordenadores, un fax y una impresora, una televisión enorme, un equipo de alta fidelidad y dos máquinas de videojuegos de las que solo se encontraban en los salones recreativos.
Aquellas máquinas enternecieron a Vanessa porque eran la señal inequívoca de la influencia que su padre había tenido en Zac. Otra cosa que le gustó fue comprobar, no sin sorpresa, que, a juzgar por su escritorio, el frío Zac Efron era un tipo bastante desordenado.
Tal pensamiento la hizo sonreír justo en el momento en el que descubrió que una de las paredes estaba adornada con pequeños grabados de diferentes cuentos de hadas: El Patito Feo, La Bella Durmiente, La Princesa y el Guisante...
—¿Qué haces?
Era Zac, que acababa de salir del ascensor con un aspecto increíblemente sexy. Llevaba un suéter gris y unos vaqueros negros, la mandíbula apretada y los ojos azules frio.
—¿Qué hago aquí o qué hago fuera de la cama? —preguntó ella inocentemente.
—Las dos cosas.
—Pues es que me ha entrado un poco de claustrofobia —respondió sonriente—. Ya sabes, allí encerrada en la torre.
—Es obvio que no estabas lo bastante encerrada.
—A ninguna de las dos nos gusta que no nos dejen salir —añadió tocándose el vientre.
La expresión de Zac se suavizó al mirar al vientre de Vanessa.
—Lo comprendo, pero deberías estar descansando. ¿Es que no te acuerdas de lo que dijo el médico?
—Dijo que podía dar un paseo si me encontraba con fuerzas.
—Nessa, no permito que nadie entre aquí.
—¿Ni siquiera para limpiar o...?
—No, de eso me encargo yo.
Vanesa se volvió a mirar el escritorio lleno de papeles.
—Ya se nota.
Zac emitió una especie de rugido antes de hacerle un gesto para que lo siguiera de vuelta al ascensor.
—Vamos. Nessa, ayer estuviste a punto de tener hipotermia.
—¿No crees que estás siendo un poco dramático?
—Lo que creo es que no pienso correr riesgos, así que te voy a llevar de vuelta al dormitorio.
—Qué lástima porque aquí se está muy bien... con todo este desorden —añadió riéndose, pero tuvo que obedecer al ver cómo la miraba—. Está bien.
—¿Qué te parece si vamos a la cocina? Te puedes sentar mientras te hago algo de cena.
—¿Y por qué no nos haces algo de cena a los dos? —sugirió al tiempo que entraba en el ascensor e intentaba no pensar en el maravilloso olor que emanaba el cuerpo de Michael.
—Ya veremos —respondió él sin concederle demasiada importancia—. Segunda planta —murmuró después para darle las instrucciones al ascensor.
—No habría pensado en algo tan sencillo —comentó Vanessa meneando la cabeza, lo que hizo que él se volviera a mirarla al caer en la cuenta de algo.
—Por cierto, ¿cómo demonios te las arreglaste para subir?
—Tropecé con la palabra por casualidad.
—Pues espero que no haya más tropiezos —advirtió él.
—Pero...
—No hay peros que valgan.
Vaessa se puso las manos en el lugar donde en otro tiempo habían estado sus caderas.
—Deberías saber que no se discute con una mujer embarazada.
—¿Y quién ha dicho tal cosa?
—Aparece en el libro de normas del embarazo.
—Cuyo autor es...
—¡Vaya! No me acuerdo del nombre.
Entonces se detuvo el ascensor y se abrieron las puertas.
—Qué suerte que has tenido.
Ambos salieron riendo, cruzaron la pequeña selva hasta llegar a una enorme cocina con techo de vigas de madera. Y, como en el resto de la vivienda, las paredes estaban cubiertas de ventanas desde el suelo hasta el techo. Todos los electrodomésticos eran negros y muy modernos, en ninguno de ellos había un solo botón, lo que le hizo preguntarse a Vanessa cuánto tiempo habría tardado el ama de llaves en aprenderse todas las órdenes que debía dar a las máquinas para que funcionasen.
Lo cierto era que no le extrañaba lo más mínimo que Zac hubiera llegado a ser millonario. Pero lo que más la preocupaba en esos instantes era que estaba muy cansada y que los dolores típicos del último mes del embarazo se estaban intensificando. Necesitaba un buen baño, quizá después de la cena.
—¿Sabes? —empezó a decirle Vanessa en cuanto estuvo sentada en la mesa de la cocina—. Ese libro también dice que toda embarazada debe recibir una dosis diaria de helado de chocolate seguida de un buen masaje en los pies.
Zac le sirvió un vaso de leche y se quedó mirándola unos segundos antes de contestar.
—¿Algún marido se lo cree?
Por alguna extraña razón, el ritmo del corazón se le aceleró ligeramente.
—Supongo que si quieren a sus esposas lo suficiente...
—¿Y tu marido tenía una copia de ese libro? —le preguntó sin mirarla.
Una profunda tristeza invadió el corazón de Vanessa. Seguramente Zac creía que ella y su marido habían tenido una estupenda relación; pero claro, ¿por qué iba a pensar otra cosa? Al fin y al cabo estaba embarazada.
Antes de contestarle, lo miró tímidamente.
—No, no creo que la tuviera.
—Lo siento, Nessa —dijo arrepentido—. No pensé lo que decía, no es asunto mío.
—No lo sientas —Vanessa dio otro trago de leche intentando pensar qué decir. Llevaba tanto tiempo fingiendo que su matrimonio funcionaba a la perfección, que su marido estaba satisfecho con su vida y con ella... Pero ya no podía mentir más—. En realidad a Rick no le gustaba mucho la vida de casado. Creo que yo no fui más que un reto para él: la última virgen de Minnesota. Así que, una vez que me tuvo y se acabó la noche de bodas... —se encogió de hombros mientras notaba cómo se le sonrojaban las mejillas.
La expresión de Zac permaneció impasible hasta que ella terminó de hablar.
—Seguro que olvidó lo afortunado que era.
Vamessa lo miró sonriente.
—Quizá. Pero yo seguí intentándolo. Como tú sabes, vengo de una familia en la que se permanece unido en lo bueno y en lo malo.
—Sí, lo sé.
Detrás de esas palabras, Vanessa percibió una cierta nostalgia, pero no quiso presionarlo.
—El caso es que Rick estaba buscando una razón para dejarme, y cuando le dije que estaba embarazada la encontró.
—¿Es que no estabais intentando tener un hijo?
—No, fue un accidente —respondió acariciándose el vientre—. Cuando se marchó me puse tan furiosa, hasta que me di cuenta de que al bebé no iba a hacerle ningún bien tanta furia, así que se me fue pasando poco a poco. Lo cierto es que no lo odio por su debilidad y su cobardía.
—Me parece que eres mejor persona que yo —le sirvió el sándwich de pavo que acababa de hacerle, pero no se sentó junto a ella, sino que se quedó mirándola apoyado en el mostrador de la cocina—. Yo lo odio sin haberlo conocido siquiera. Él te abandonó, Nessa.
—Sí, pero mira lo que me dejó —rebatió orgullosa mientras volvía a acariciarse el vientre—. Zac, ¿qué hiciste cuando te marchaste de Fielding? Siempre he querido saberlo.
Zac se quedó en silencio unos segundos, durante los cuales Isabella se preguntó si le abriría el corazón del mismo modo que acababa de hacerlo ella. Pero no respondió a su pregunta.
—Escucha, si no quieres...
—Minneapolis —dijo por fin mientras sacaba una cerveza del frigorífico—. Me fui a Minneapolis.
—¿Y qué hiciste allí? Solo tenías diecisiete años.
—Pero sabía cuidarme. Puse en práctica todo lo que me había enseñado tu padre. Aunque él se dedicara a los videojuegos, hizo que mi mente se abriera a un montón de posibilidades —hizo una pausa para dar un trago de cerveza—. Por eso le debo tanto.
Vanessa sintió la necesidad de preguntarle algo.
—¿Y qué me debes a mí?
—Digamos que tú fuiste mi ángel de la guarda.
Dios, eso no era lo que ella quería ser.
—Mira, Zac, no nos debes nada a ninguno de los dos. Nosotros hicimos lo que hicimos porque nos importabas, no porque esperáramos que nos devolvieras el favor.
—A todo el mundo le gusta que le devuelvan los favores.
—Tú no piensas eso.
—Sí, sí lo pienso —volvió a abrir el frigorífico y se puso a mirar por todos lados—. Ya sea con una compensación emocional, física o económica, todo el mundo espera que le devuelvan los favores de algún modo.
—Puede que eso le pase a cierta gente, pero... —tuvo que dejar de hablar porque el dolor de la espalda se convirtió en unas terribles punzadas que le llegaban hasta las piernas. Tenía que terminar de comer e ir a darse un baño—. Bueno, el caso es que ya has hecho suficiente por mí —añadió por fin—. Y en cuanto acabe la tormenta, estaremos en paz.
—Ya veremos.
—Zac, te juro que como vuelvas a decir eso...
Algo estaba ocurriendo, aquello no eran simplemente los dolores del octavo mes. Parecía más bien que le estuvieran estallando petardos en el abdomen y se sentía cómo si le estuvieran clavando decenas de cristales por todo el cuerpo. Se retorció de dolor haciendo que el sándwich se le cayera al suelo.
—¿Qué ocurre? ¿Qué te pasa, Nessa? —le preguntó Zac alarmado.
—Tengo que ir... —no podía continuar hablando.
—¿A la cama?
—No. Al hospital. Tienes que llevarme al hospital —lo miró intentando recuperar el aliento para poder hablar—. Estoy a punto de dar a luz.

2 comentarios:

  1. ala!! a lo ocho meses! :S
    espero ke todo vaya bien
    me encanto el capi
    siguela pronto!
    y fijate en los nombres!!!
    volvi a ver "isabella" y "michael"
    e incluso en una frase en donde tenia ke poner "vanessa" as puesto "zac"
    bueno, fijate en el proximo cap, ke n es tan dificil
    bye!
    kisses!

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  2. OMGGGGGGGGGGGGGGGGG!!!!!!!!!!!!
    AY POR DIOS YA NO AGUANTOA VER EL SIGUIENTE CAPITULO NO LA DEJES!! :D

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