sábado, 26 de mayo de 2012

Capitulo 13

—Ya sé qué es lo que quieres y qué es lo que no quieres, Zachary Efron.Ahora, cállate y bésame.

El baño se quedó frío demasiado rápido.

Al salir de la bañera volvieron a empapar el suelo, sobre todo Nessa, que todavía llevaba puesta la ropa. Miró a Zac, tan fuerte y sexy que se moría de ganas de dar rienda suelta a todo el deseo contenido.
—Quiero verte —le dijo él mientras empezaba a despojarla del pantalón.
Era una maravilla porque no sentía ningún tipo de pudor al quedarse desnuda frente a él. De alguna manera, tenía la sensación de que sí se comportaba libre y desinhibidamente, él haría lo mismo.
—Eres tan hermosa —Zac bajó la cabeza hasta tener la boca a la altura de uno de sus pezones, que chupó para deleite de Nessa.
Después ella le hizo que la mirara. Llevaba quince años enamorada de ese hombre. Sabía perfectamente lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo, ya no le importaban las consecuencias.
De pronto la impaciencia se apoderó de ella.

—¿Quieres ir despacio?
—No —respondió él riéndose.
—Estupendo.
Entonces volvió a rugir, pero esa vez con frustración.
—No he traído protección.
Pero ella le agarró la mano y tiró de él.
—Sígueme —lo llevó hasta el dormitorio y fue directa a la cómoda de madera de cerezo, de donde sacó una cajita que le dio a él.
—¿Por qué tienes esto?
—Estaba en mi cajón de la esperanza. Tenía derecho a tener esperanzas, ¿no? —le preguntó con sonrisa inocente.
En la cara de Zac se dibujó una sonrisa peligrosa.
—¿Y qué era lo que esperabas exactamente?
—Tenía la esperanza de que algún día conseguiría meter a Zac Efron en mi cama.
Un segundo después Zac estaba a su lado mirándola fijamente como si pudiera verle el alma, pero entonces Nessa le mordisqueó el labio y ocurrió lo inevitable.
Y ninguno de los dos pudo contenerse por más tiempo.

Él la cubrió a besos mientras paseaba las manos por cada rincón de su cuerpo: las curvas de sus caderas y de sus pechos, los recovecos de la ingle... Quería entretenerse en cada centímetro de su piel, pero había algo dentro de él que se lo impedía.
Bajo su cuerpo ella se pegó a él todo lo que pudo, le gustaba sentir su excitación contra la humedad de sus partes más íntimas. Zac tuvo que luchar contra el impulso que sentía de meterse dentro de ella inmediatamente.

—No quiero hacerte daño, Nessa —le dijo con la respiración entrecortada.
Pero ella le rodeó la cintura con sus piernas y le dio un beso apasionado.
—No lo harás.
La pasión que había entre ellos luchaba por salir a toda costa. Zac se puso el preservativo por fin y entró dentro de ella lentamente. Nessa gimió encantada y le susurró al oído.

—Encajamos a la perfección.
Aquellas palabras no hicieron más que desatar lo que ya había empezado a liberarse. A partir de ahí, los movimientos de ambos se hicieron salvajes y acompasados. Las mentes en blanco, los cuerpos unidos y siguiendo una coreografía cada vez más rápida y fuerte hasta que, con gemidos y gritos de placer, los dos llegaron al clímax al unísono.

La luz del sol brillaba al otro lado de sus párpados cerrados. Durante un momento, Zac no supo dónde estaba, solo sabía que se sentía muy bien. Y entonces los acontecimientos de la noche anterior empezaron a hacerse hueco en su cabeza. Nunca había pasado toda la noche abrazado a una mujer después de hacer el amor y eso significaba algo. No quería decir que hubiera un compromiso entre ellos, pero desde luego sí algún tipo de relación.

Nessa y él tenían una relación. No estaba seguro qué clase de relación era, pero era una relación.
Sin embargo al apretarla contra sí y abrir los ojos, se dio cuenta de que lo que estaba abrazando era una almohada y que Nessa se había ido.
El despertador marcaba las ocho y quince minutos y en la casa no se oía ni un ruido. Claro, debía de estar en la pastelería.

Después de vestirse a toda prisa, salió de allí y bajó las escaleras desde las que provenía el ruido de los clientes, así que dedujo que Nessa debía de tener mucho trabajo. Quizá pudiera ayudarla cuidando de Emily hasta que cerrara la tienda. Eso sí, se quedaría en el apartamento, donde nadie lo viera y nadie se enterara de que había pasado allí la noche.

Pero se le arruinaron los planes en cuanto se abrieron las puertas que comunicaban con la escalera y al otro lado se encontró a Nessa, con la boca abierta de par en par, y detrás de ella a medio Fielding.

Aparte de sorpresa, en el rostro de Nessa no había la más mínima señal de vergüenza; simplemente lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—Menos mal —dijo agarrándole de la mano—. Jamás había tenido tantos clientes.
La gente se había callado pero volvieron a hablar enseguida y era obvio de qué, o de quién. Pero si a Nessa no le importaba, a él tampoco. Era estupendo sentir que se sentía orgullosa de él.
Y él de ella. La veía moverse de un lado a otro y le parecía la mujer más bonita del mundo. Su indumentaria no era sexy, ni provocadora, pero él ya sabía perfectamente lo que se escondía debajo: una piel suave y deliciosa.
Un débil sonido captó su atención; era Emily, que se encontraba en su parquecito entretenida mirándose las manos y los pies. Volvió a mirar a Nessa, que estaba colocando pasteles en una bandeja.

—Tienes pinta de necesitar un descanso —le dijo en voz baja.
—Ahora mismo lo atiendo —le dijo a un cliente y, en menos de una décima de segundo, le había colocado a Zac un delantal y algo en la cabeza—. Lo que necesito eres tú.
—¿Qué quieres decir? —preguntó alarmado y sin dejar de mirarse el delantal.
—¿Alguna vez te he dicho que tienes unas manos mágicas?
—No, pero se sobreentendía —le dijo él susurrando—. A juzgar por los gemidos de placer...
Nessa le puso la mano en la boca para que no continuara.
—Como te iba diciendo, tienes unas manos mágicas, Zac.
—Y todo eso es para pedirme que...
—Atiende a los clientes, dales cambio, pon los pasteles en las bolsas...
—¿Algo más? —le preguntó en tono provocador.
—Sí, sé amable.
—Eso no sé si podré hacerlo, no tengo ninguna experiencia.
—Vamos, sé que aprendes rápido.
Y ella podría haberlo convencido para que hiciera cualquier cosa.
—Te odio.
—Te debo una —respondió ella sonriendo.
—Sí, señora, y pienso cobrármelo esta misma noche —y tirando de ella, le dio un sonoro beso en la boca.
—Seré tu fiel esclava.

Nessa se puso en marcha de inmediato, mientras que a Zac le costó un poco más enfrentarse a aquella pesadilla: una multitud pidiéndole pan y pasteles mientras trataban de ocultar la curiosidad que sentían.
Sorprendentemente, las horas pasaron a una velocidad de vértigo y lo cierto era que Zac llegó a disfrutar de lo que estaba haciendo. En los últimos quince años no había hecho otra cosa que crear programas informáticos y tenía que admitir que le resultaba interesante experimentar la vida del pequeño negocio. Aunque, en realidad, le gustaba sobre todo porque estaba cerca de Nessa. Cada vez que tenía que ir al almacén a buscar algo, ella lo seguía y se besaban apasionadamente aunque solo fuera un minuto. Eso sí, cuando regresaban todo el mundo los miraba sin dejar de sonreír. Y de nuevo, si a ella no le importaba, a él tampoco.

Cuando ella subió a dar de comer a Emily, él continuó atendiendo a los clientes sin ningún problema. Todos ellos lo trataron con extrema amabilidad, incluso un par de personas le preguntaron qué iban a hacer en Navidad y los invitaron a Nessa y a él a cenar en su casa. Por supuesto, de momento no estaba dispuesto a lanzarse de cabeza al agua, pero resultaba agradable que alguien le ofreciera algo así.

Cuando ella subió a dar de comer a Emily, él continuó atendiendo a los clientes sin ningún problema. Todos ellos lo trataron con extrema amabilidad, incluso un par de personas le preguntaron qué iban a hacer en Navidad y los invitaron a Nessa y a él a cenar en su casa. Por supuesto, de momento no estaba dispuesto a lanzarse de cabeza al agua, pero resultaba agradable que alguien le ofreciera algo así.

—Gracias, señor Efron, pero tengo a mi hijo aquí mismo —dijo la mujer señalando al muchacho que tenía detrás.
—Llámeme Zac —dijo él inconscientemente.
—Estupendo, yo soy Bev, y mi hijo Harold.
Madre de Dios, toda esa socialización era gracias al hechizo de Nessa.
—Encantado —dijo sonriendo y notando la mirada de Vanessa clavada en él.
—¿Te parece bastante amabilidad? —preguntó guiñándole un ojo.
—Eres el mejor.

Aaww ya Zac esta socializando*--*
espeRo que les haya gustado el capii!:D
A mi me encanto!xD
XoXo

miércoles, 23 de mayo de 2012

Capitulo 12

En el aire se distinguía el delicioso olor de la carne a la parrilla. Vanessa estaba sentada frente a Zac en el restaurante que había sido descrito en la Gaceta del Gourmet como el mejor lugar para degustar carne después de Argentina. Mientras observaba a su acompañante se esforzaba por convencerse de que aquello no era una cita. Era solo una cena de agradecimiento por haberlo ayudado. Pero al mismo tiempo no podía dejar de preguntarse si su coraza no habría empezado a resquebrajarse. Seguramente aquella era la primera vez que Zac salía a cenar en Fielding, no era decir mucho tratándose de una ciudad tan diminuta, pero para él era desde luego un gran paso.

Y estaban también las maravillosas palabras que le había dedicado en la pastelería, unas palabras que habían vuelto a hacerle creer que todo era posible.

La había echado de menos.

Aquella noche tenía el aspecto de un modelo, ataviado con un jersey negro de cuello alto y unos vaqueros. Si hubiera podido habría soltado un ruidoso suspiro.
Ella también lo había echado de menos durante esas dos semanas en las cuales el dolor no había hecho más que intensificarse. Le había resultado tremendamente difícil abandonar su casa, y cuando lo había visto aparecer en la tienda, simplemente le había parecido imposible decirle que no.

Quizá aquello no fuera una cita, pero allí estaba Zac en público y con todos los ojos clavados en él. Desde luego era un avance en la dirección correcta y eso era lo que importaba.
—¿Qué tal está el filete?
—Delicioso —respondió Vanessa y acto seguido miró a los demás comensales, que no apartaban la mirada de ellos—. Escucha, me temo que no van a dejar de mirarte a menos que les sonrías o algo así. Creo que no se creen que seas real.
—¿Y qué demonios se creen que soy?
—Un extraterrestre, o quizá un robot —sugirió bromeando—. Ya sabes, trabajas con la tecnología más avanzada y la gente chismorrea.
—Lo sé —respondió secamente.
—Vamos, dedícales una sonrisa y alégrales la noche.

Zac se echó a reír y después, volviéndose hacia el comedor, saludó con la mano. Al principio todo el mundo se quedó inmóvil, pero después fueron saludándolo del mismo modo. Cuando volvió a mirar a Vanessa, tenía el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre? ¿No era eso lo que esperabas?
—No lo sé. Estoy intentando no crearme expectativas.
Ella sonrió satisfecha al oírlo decir eso e interpretó dicha medida como un nuevo paso adelante. Quizá si visitaba la ciudad más a menudo, acabaría por conocer a alguien e incluso hacer algún amigo.
Y también podría verla a ella.

Vanessa levantó su vaso de agua mineral y brindó:
—Por tu nuevo contrato millonario.
—Y por ti, por tener unas ideas tan maravillosas —añadió él con una cálida mirada—. No habría podido hacerlo sin ti.
Aquella mirada le llegó directamente al corazón.
—Claro que lo habrías hecho, de todas formas, gracias.
Zac apuró su copa de vino y se quedó con los ojos clavados en ella.
—Escucha, Nessa... lo digo totalmente en serio, sin tu contribución este contrato no habría sido ni la mitad de lucrativo. Iba a hacerte un regalo, pero sé lo que opinas de la costumbre de devolver los favores... Así que lo que he hecho ha sido hacerle el regalo a Emily, al fin y al cabo ella fue tu inspiración —acompañó sus palabras de un sobre que dejó en la mesa—. Le he abierto una cuenta dedicada a pagar su educación.

Vanessa se quedó estupefacta, no podía articular palabra. Una cuenta para la universidad. Eso era algo que normalmente hacía... el padre. ¿Cómo iba a aceptar tal generosidad? Pero antes de que pudiera protestar, fue él quien habló.
—Es para Emily, Nessa. Quiero que pueda elegir la universidad que quiera. Déjame hacerlo por ella.
La sinceridad y la emoción que había en aquellas palabras le provocaron un escalofrío. Otra vez se encontraba dividida; una parte de ella le aconsejaba que le diera las gracias y rechazara el regalo, mientras que la otra le decía que no podía hacer eso. Así que finalmente se limitó a decir:
—Muchas gracias, Zac.
Gracias a ese regalo, estaría vinculado a ellas para siempre. ¿Se habría dado cuenta él de eso?
—Por cierto, se me ha olvidado felicitarte por la pastelería —le dijo él cuando se disponían a salir del restaurante—. Pero me he fijado que no tiene letrero. ¿Qué nombre le vas a poner?
—No se lo voy a poner yo, lo he dejado en manos de Fielding —le explicó riéndose de su expresión de sorpresa—. He puesto un cuenco para que la gente ponga el nombre que más les guste.
—Vas a ser una excelente empresaria —reconoció él mientras la ayudaba a ponerse el abrigo.
—No se trata solo de una decisión de negocios. Quiero que sientan que son parte de la tienda.
—Me parece muy buena idea —admitió después de pensarlo unos segundos.
Diminutos copos de nieve caían del cielo nocturno. Era una típica estampa navideña, y no era extraña puesto que las fiestas estaban ya muy cerca. Se aproximaba la época de la felicidad y la buena voluntad.
—Bueno, ¿qué te ha parecido tu primera cena en Fielding? —le preguntó ella con una sonrisa provocada por su espíritu navideño.
—¿Y tú cómo sabes que era la primera?
—Es solo una corazonada. ¿Ha sido cómo lo habías imaginado?
—Mejor —respondió él escuetamente.
—¿Y crees que a partir de ahora lo repetirás más a menudo?
—Depende —dijo justo en el momento en el que llegaban a la puerta de la tienda—. ¿Estarás tú cerca?
—Puede ser —solo unos centímetros los separaban al uno del otro, pero entre ellos había una enorme inseguridad—. ¿Quieres subir a darle las buenas noches a Emily?
—Sí —contestó él sin dudarlo. Mientras subían las escaleras, Zac pensaba que había sido un completo estúpido por haber creído que volver a verla lo ayudaría a olvidarla. En realidad lo único que había conseguido era aumentar su ansia de estar con ella.
Ruth los saludó cálidamente y, después de solo unos minutos, salió de allí con prisa por encontrarse con Thomas.

Ver a Emily le dio a Zac la sensación de haber llegado a casa. Sin embargo la pequeña estaba más preocupada por comer que por el reencuentro, así que Vanessa tuvo que llevársela para darle de mamar.
—¿Quieres acompañarme mientras...? —No —respondió él inmediatamente—. Me quedo aquí —si quería que la noche no acabara como la última vez, lo mejor sería no verla dar de mamar a la niña.
Echó un vistazo al apartamento y comprobó con deleite que el toque de Nessa estaba en todos y cada uno de los rincones; en las alfombras de vivos colores, las estanterías rebosantes de libros, las flores secas, las fotografías de su padre y de Emily. Había conseguido crear un ambiente cálido y muy acogedor.

—¿Te está molestando la pierna? —le preguntó Nessa antes de salir del cuarto de estar.
—Un poco —dijo quedándose corto porque lo cierto era que los pinchazos lo estaban matando—. ¿No tendrás por casualidad una piscina de hidromasaje en algún rincón del apartamento?
—Mucho me temo que no.
Aunque estaba bromeando, sabía que eso era lo único que lo aliviaba en esos momentos. Los médicos le habían dicho una y mil veces que no había nada que hacer, que era la edad y el frío; por eso le habían aconsejado que se fuera a vivir a Florida o a California. Había llegado a considerar la idea, pero últimamente le resultaba muy difícil imaginarse lejos del pequeño y aburrido Fielding.
—Lo único que se me ocurre... —añadió Nessa después de unos segundos—. Tengo una bañera enorme, ¿por qué no te das un baño relajante mientras yo doy de comer a Emily? El agua sale muy calentita —le dijo sonriendo dulcemente—. Hasta te dejo que utilices mis sales.
La situación se estaba poniendo peligrosa. —Creo que debería irme a casa.
—Muy bien —la sonrisa desapareció inmediatamente de su rostro.
—Debería —añadió con los ojos clavados en los de ella—... pero no quiero.
Esa vez la sonrisa que se dibujó en los labios de Nessa iluminó la habitación entera.
—Yo tampoco quiero que te vayas. Las sales están en la estantería. Te veo dentro de un rato.
Zac decidió que esa noche no se arrepentiría de nada. Quería estar con ella y ella con él, eso era lo único que importaba.

No tardó ni un minuto en llenar la bañera, encontrar las sales de baño, desnudarse, apagar casi todas las luces y meterse en el agua. En cuanto estuvo sumergido notó cómo sus músculos se relajaban y se mitigaba un poco el dolor de la pierna. Estaba casi dormido cuando llamaron a la puerta.
—He pensado que a lo mejor querías... —al verlo se quedó callada—. Lo siento, pensé que...
—¿Que estaría vestido y mojándome solo la pierna?
—Algo así —respondió medio tartamudeando y sin levantar la vista del suelo.
Zac observó que se había cambiado de ropa y se había puesto una ropa de deporte de lo menos provocativa y, aun así, estaba para comérsela.
—¿Emily ya está dormida?
—Sí, ha caído rendida en un santiamén. Y tú... ¿qué tal la pierna?
—Un poco rígida todavía —al igual que otra parte de su cuerpo.
—Si quieres te doy un masaje —le ofreció preocupada.
Si seguía así iba a matarlo.
—No, gracias, estoy bien.
—No, no estas bien —protestó ella arrodillándose junto a la bañera.
—Nessa, de verdad, es demasiado peligroso.
—Vamos, piensa que soy una enfermera.
—Eso sólo empeoraría las cosas.
—¿Por qué no te limitas a recostarte y dejarme que te ayude?
Cuando por fin ella metió las manos en el agua, lo que preocupaba a Zac no era que viera lo excitado que estaba, sino que estuviera a punto de ver y tocar la imperfección de su pierna. Sin embargo en cuanto sintió sus manos sobre la piel, se olvidó de su vergüenza y se le escapó un rugido de placer.
—¿Demasiado fuerte?
—No, está bien —al mirarla la vergüenza se fue convirtiendo en deseo—. Demasiado bien.
—Pero estoy en una postura un poco incómoda. Si pudiera acercarme un poco más...

El movimiento de Zac fue tan rápido que Nessa ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Sacó el brazo del agua y, rodeándola por la cintura, la levantó del suelo y la metió en la bañera encima de él con ropa y todo. El agua salpicó por todos lados encharcando la mitad del cuarto de baño.
—¿Así estás lo bastante cerca?
Al principio parecía sorprendida pero enseguida se acomodó a la situación.
—Dímelo tú —le susurró al tiempo que le besaba los labios y paseaba su mano por el interior de su muslo.
Él volvió a rugir de placer.
—Nessa, no quiero volver a mi casa.
—¿Esta noche?
—Ni esta noche, ni mañana... —tomó su rostro entre las manos y la besó tiernamente—. Allí me siento muy solo.

Vanessa le recorrió los labios con la lengua.
—Entonces quédate aquí.
A pesar de que aquellas palabras lo dejaron casi sin sentido, se las arregló para decir:
—La gente va a hablar —le advirtió al tiempo que le agarraba las nalgas.
—Empezaron hace tiempo.
—¿Y no te importa?
—Ni lo más mínimo.
Volvió a aparecer su afán por protegerla.
—Nessa, hay algo más que quiero decirte...
Ella le puso los dedos en los labios, impidiéndole hablar.

—Ya sé qué es lo que quieres y qué es lo que no quieres, Zachary Efron. Ahora, cállate y bésame.

jueves, 17 de mayo de 2012

Capitulo 11

A la semana de que se hubieran marchado, había hecho las maletas y se había ido a California con la esperanza de que eso le hiciera olvidar la agonía durante al menos unos días. Desgraciadamente, el director de Micronics, la empresa a la que le había vendido su proyecto, había insistido en llevarlo a hacer turismo. Allá donde fueron, desde el océano hasta Hollywood, todo lo que vio le hizo desear aún con más fuerza que Nessa y Emily estuvieran allí con él. Había llegado a sentir celos de los habitantes de Fielding, porque ahora eran ellos los que disfrutaban de la maravillosa presencia que le había alegrado la vida a él durante casi un mes.

Se recostó sobre el asiento de cuero del coche y sintió rabia. Echaba de menos su risa y su costumbre de discutir con él por todo y por nada. Hasta añoraba sus interrupciones cuando subía a verlo al despacho cada diez minutos. Y el recuerdo de ella sobre su escritorio...

Había sido incapaz de trabajar desde aquella noche y sin embargo seguía teniendo la esperanza de que pronto conseguiría quitársela de la cabeza, tenía que hacerlo. Quizá cuando la viera en solo unos minutos para agradecerle su maravillosa contribución al proyecto, a lo mejor entonces se daría cuenta de que el hechizo por fin había desaparecido.
No, en realidad sabía que eso era del todo imposible. De hecho, solo con aproximarse a la pastelería el corazón empezó a latirle con una aceleración inusitada. Lo primero que vio al bajarse del coche fue un cartel en el que se rogaba silencio porque hay un bebé durmiendo.
Dios, añoraba... todo lo relacionado con ellas. Abrió la puerta con sigilo y enseguida le llegó el delicioso aroma del chocolate y las frutas. Al otro lado del mostrador se encontraba la mujer más bella del mundo, con su pelo recogido, las mejillas sonrojadas y un delantal blanco. Estaba atendiendo a la vieja señora Boot.

—Con esto son dos dulces de caramelo, cuatro delicias de frambuesa, siete diamantes negros y una bomba de nata, ¿correcto?
—Sí, creo que Ed y yo tendremos suficiente hasta el lunes —respondió la mujer sonriente.
—¿Cuatro días? —respondió Nessa levantando la barbilla como si realmente estuviera calculando—. No sé, no sé —siguió bromeando mientras le ponía otras dos bombas de nata. —Estas son a cuenta de la casa.
—Gracias, querida —en ese momento la señora Boot se volvió hacia la puerta y vio a Zac—. No sabría decirte si es un ángel o un demonio —dijo con una risilla traviesa.
—A mí mismo me cuesta saberlo —respondió Zac al tiempo que se aproximaba al mostrador.

Los ojos de Nessa se llenaron de sorpresa. Seguramente se preguntaba qué estaba haciendo allí, y lo cierto era que en ese momento ni siquiera él lo recordaba. Lo único que quería hacer era estrecharla entre sus brazos y darle un beso en los labios.
La señora Boot miró a uno y a otro y, antes de salir por la puerta, le hizo a Zac un guiño exagerado.

—Que tengan un buen tarde.
Cuando la dama hubo salido, Nessa miró a Zac y le dijo con actitud muy profesional:
—¿En qué puedo servirle, caballero?
Pero él no se dejó engañar, era obvio que estaba enfadada en él y tenía todo el derecho del mundo. La última vez se había comportado como un verdadero cretino.
—Erase una vez un delicioso pastelito que una joven encantadora hizo para mí —comenzó a decir con dulzura—. ¿Te suena de algo esa historia?
—Vagamente —respondió ella con tranquilidad.
—¿Cuánto me costaría uno de esos pastelitos?
—No lo sé. Son bastante especiales.
—Eso no te lo voy a discutir —la miró sonriendo antes de decir—: ¿Y qué me dices de una cena?
—¿Qué? —ahora estaba a la defensiva.
—Que si quieres salir a cenar conmigo esta noche.
—Verás —era obvio que la pregunta la había puesto nerviosa—, creo que no me sentiría cómoda volviendo a tu...
—No, en mi casa no. Aquí, en la ciudad.
—No comprendo.
—Creo que deberíamos celebrarlo —comenzó a explicarle—. Al fin y al cabo tú eres el motivo por el que Micronics ha duplicado su oferta.
—¿Cómo que yo soy el motivo? —parecía que empezaban a iluminársele los ojos.
—Esas ideas que me diste eran magníficas. Quiero invitarte a cenar y agradecértelo corno debe ser.
—Ya entiendo —bajo la mirada—. Enhorabuena.

No parecía muy satisfecha; por un momento Zac dudó de si había cometido un error yendo a verla, pero entonces se miraron a los ojos y volvió a sentir la necesidad que le había hecho regresar de Los Ángeles con tanta urgencia.

—Te echo de menos, Nessa. Por favor —«no digas que no, por favor», le suplicó en silencio.

Ella se quedó mirándolo sin decir nada durante unos minutos que para él fueron toda una eternidad. Empezaba a sentirse un estúpido por haberle mostrado el alma, cuando ella se agachó y sacó algo de la cámara frigorífica que había bajo el mostrador.
Cuando se puso en pie estaba sonriendo y en su mano derecha había un pastelito de chocolate que le ofreció inmediatamente.
—¿Me recoges a las siete?

sábado, 12 de mayo de 2012

Capitulo 10

Zac era consciente de que se había dejado llevar por el deseo, y no se había detenido a pensar porque de otra manera se habría dado cuenta de que era un error. Nessa era su amiga, aunque en ese momento nada más alejado de su cabeza que la amistad. Lo único que quería en ese momento era hacerla sentirse bien y darle todo el placer que merecía, ya sufriría las consecuencias más tarde.

Su boca lo llamaba y él respondía con sus besos. La mitad inferior de su cuerpo se puso en tensión cuando ella comenzó a juguetear con su lengua. Hacía solo unos minutos lo habría creído imposible, no habría podido creer que llegaría a sentir tal necesidad. Pero se trataba de Nessa, la mujer que no había dejado de sorprenderlo en el último mes.

Le quitó la falda y después las medias, hasta que la tuvo ante sí con solo unas braguitas de encaje azul. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios y en sus ojos se podía apreciar el mismo deseo que lo estaba consumiendo a él. Ver sus emociones reflejadas en ella hizo que el corazón de Zac empezada a latir como si quisiera escapársele del pecho. Nadie le había llegado al alma de la manera que lo hacía Vanessa.

—He imaginado esto tantas veces —confesó con frustración.
—¿En serio? —le preguntó ella sin dar crédito a lo que oía.
—Todas las noches, durante toda la noche. Y también durante el día...
—Dime qué imaginabas —le pidió mientras se despojaba de la única prenda que le quedaba puesta.
El poco autocontrol que le quedaba lo abandonó inmediatamente. La levantó en brazos y la llevó hasta el escritorio, de donde barrió todos los papeles de un manotazo.
—¿Quieres saber lo que imaginaba? —le preguntó sentándola en la suave superficie del escritorio. Después él se sentó en el sillón de piel que había justo enfrente y lo acercó hasta que los reposabrazos chocaron con el borde de la mesa—. Pues imaginaba que mis manos se llenaban de ti sin dejar de mirarla a los ojos, le agarró las nalgas con ambas manos.
—¿Y después? —lo provocó ella con la voz entrecortada.
—Te imaginaba abriéndote a mí.
Nessa se humedeció los labios con la lengua.
—¿Y entonces?
La acercó un poco más a él.
—Mira —dijo con una ligera sonrisa, y acto seguido bajó la cabeza y saboreó el paraíso.


Vanessa se deshizo en gemidos mientras notaba la lengua de Zac pasearse por lo más sagrado de su cuerpo. Estaban rodeados de ventanas sin cortinas, de modo que sus acciones se encontraban expuestas al mundo. Nadie podía verlos en un lugar tan apartado como aquel, y aun así, había cierta carga erótica en el riesgo de ser observados.
Nunca en su vida había confiado tanto en un hombre. Nunca se había entregado de esa manera. Pero se trataba de Zac, el hombre al que amaba, que estaba haciendo que le faltara la respiración, que los pezones se le pusieran duros como el acero y que en su interior fluyera una increíble corriente de placer. Aquella sensación le resultaba tan ajena que al principio le dio miedo, pero cuando miró hacia abajo y lo vio moverse con tal suavidad, el miedo dejó lugar al placer y la mente se le quedó en blanco.

De pronto notó cómo él metía un dedo dentro de ella con extrema suavidad. Y entonces ocurrió algo increíble; fue como si en su cuerpo se hubiera desatado una tormenta que solo él con sus movimientos podía intensificar y que finalmente solo él podría calmar.
No podía dejar de gemir. Se sentía salvaje como una leona que hubiera localizado a su presa. El instinto se apoderó de ella y le hizo presionar su cuerpo contra él. Quería entregarse a Zac por completo, quería que supiera que nadie podía hacerla sentir de aquel modo, pero ni siquiera era capaz de hablar.
Pronto se rindió al placer y se dejó llevar por las maravillosas sacudidas del orgasmo, una especie de calambres que le recorrieron el cuerpo desde lo más profundo. Tal éxtasis acabó por debilitarse y, sin embargo, Zac no se retiró sino que prosiguió con sus mágicos movimientos hasta llevarla a un segundo clímax. Y cuando llegó el momento, Vanessa gritó de placer y finalmente cayó exhausta sobre el escritorio.

Tenía la sensación de ser ligera como una pluma a la que arrastraba el viento, pero poco a poco volvió a la realidad y fue capaz de hilar un pensamiento: el amor que sentía por Zac jamás desaparecería porque era suya para siempre.

Por fin se encontró con fuerzas para abrir los ojos. Allí estaba él, con el pelo alborotado, el torso sudoroso y la entrepierna de los pantalones abultada por la excitación. Lo que más deseaba era tocarlo, notar su peso sobre ella, sentirlo dentro de su cuerpo. Quería hacerle sentir lo que sentía ella en ese momento. Estiró la mano e intentó tirar de él.

Pero la expresión de su rostro la detuvo. Las arrugas que tenía alrededor de la boca le dieron a entender que no estaba dispuesto a permitirse disfrutar del mismo placer que le había hecho sentir a ella. Solo con el brillo de sus ojos habría podido impedir que alguien se le acercara. A Vanessa se le desgarró el corazón al ver que Zac había vuelto a encerrarse en sí mismo.

De pronto se sintió desprotegida, y no solo porque no llevara ropa.
—No lamento lo que acaba de suceder —dijo él dándole la espalda—. Ya nunca podrás decir que...
Se puso la ropa tan pronto como pudo, con la esperanza de que eso le diera fuerzas para soportar aquello.
—¿Qué? ¿Qué no podré decir? —le preguntó alterada.
—Que no te deseo, o que no te veo como una mujer. Ya ves que no es así —sin dejar de mirar por la ventana, soltó un resoplido de frustración—. Cuando estoy contigo no soy capaz de protegerme.
Por un momento quiso creer que esa confesión era un cumplido, pero no era tan tonta. Sabía que lo que ocurría era que le daba miedo sentirse apegado a algo o a alguien. Mientras la cabeza le decía que saliera de allí y le demostrara la rabia que había desatado en ella, su corazón y el amor que lo llenaba la impulsaban a ofrecerle consuelo y apoyo. Se acercó a él y le puso la mano en el hombro.
—Zac, sé que...
—Quizá sea una suerte que te marches mañana. Aquí no hay nada bueno para ti.
Retiró la mano de su hombro.
—Puede que todavía no te hayas dado cuenta, pero yo no te estoy pidiendo nada.
—Pues deberías, tienes derecho a exigir, Nessa. Emily y tú merecéis un hombre que crea en el amor y en los finales felices —tenía las manos apoyadas en el cristal por encima de la cabeza—. ¿Has visto los cuadros que hay en las paredes de este despacho?
Vanessa se volvió a mirar los grabados en los que ya se había fijado la primera vez que entró a aquella habitación.
—Sí, ya los había visto.
—Están ahí para recordarme que eso es lo más cerca que voy a estar de los cuentos de hadas.
Hablaba con una amargura que hizo que ella se diera cuenta de que estaba demasiado cansada.
—Creyendo eso harás que se cumpla.
Se dio la vuelta y lo dejó allí junto a la ventana. Lo amaba hasta el punto de causarse dolor, pero no iba a quedarse allí a suplicarle que olvidara el pasado de una vez por todas.
Si alguna vez cambiaba de opinión y decidía que quería encontrar el verdadero amor que ella le ofrecía, ya sabía dónde encontrarla. En el mundo de los vivos.
La misma carretera, el mismo coche, el mismo conductor y el mismo pasajero. Pero esa vez no había nieve.

Zac iba mirando por la ventanilla del coche con la esperanza de ver a Nessa a un lado de la carretera, pero no estaba allí. Seguramente estaría encantada en su pastelería deleitando a la ciudad entera con sus creaciones.
Habían pasado dos semanas durante las cuales había intentado dejar de pensar en ella y en Emily. Claro que los continuos comentarios de Thomas sobre lo bien que le iba con el nuevo negocio no lo habían ayudado mucho. Por supuesto que se alegraba de que todo le estuviera saliendo bien, pero eso no hacía más que recordarle lo vacía que se había quedado la casa... y lo vacío que se había quedado también él.

martes, 1 de mayo de 2012

Capitulo 9

El sol de la tarde inundaba la habitación con su luz amarilla. Zac tenía la mirada fija en la pantalla del ordenador y los dedos en el teclado.
Nada.
Era la primera vez que le ocurría algo así. Normalmente las palabras fluían como un torrente cuando tenía que explicar un proyecto. Sin embargo ese día estaba completamente bloqueado.

Entonces oyó el llanto de Emily a través del intercomunicador que descansaba al lado del teclado, pero lo que le sorprendió fue escuchar la voz de Nessa intentando tranquilizar a la pequeña. Su primer impulso fue ponerse en pie e ir a verlas, pero le detuvo el sentido común que le decía que aquello no era lo más adecuado. Después de dos semanas durmiendo en la misma cama y cenando juntos, habían creado una rutina demasiado peligrosa.
No importaba lo a gusto que estaba cuando se tumbaba a su lado y percibía su olor y su calor, o las ganas que tenía de acercarse aún más y volver a probar el sabor de su boca. El caso era que ellos tres no eran una familia. Emily y Nessa eran solo dos personas a las que había jurado proteger. Y eso incluía protegerlas de sí mismo.

Pronto acabaría todo aquello porque, según le había contado Nessa el apartamento y la pastelería estaban casi a punto, lo que significaba que no tardarían en marcharse.
El ruido del ascensor lo sacó de sus pensamientos. Nessa acostumbraba a subir libremente y sin aviso; muy a su pesar, Zac esperaba aquellas visitas sorpresa con auténtica impaciencia, aunque jamás podría decirle tal cosa. Pero lo que vio al abrirse la puerta del ascensor no fue una bella morena de ojos café.


—Hola, Zac.
—¿Qué haces aquí, Thomas?
—¿Este es tu despacho? —preguntó el doctor Pinta muerto de curiosidad.
—Sí —respondió Zac secamente—. ¿Cómo has subido hasta aquí?
—Vanessa me acompañó hasta el ascensor.
—Claro —dijo en una especie de gruñido—. Esa mujer ha invadido mi vida —y él estaba encantado, pero no podía contarle a nadie tan triste verdad.
Thomas se sentó en el sillón que había frente a Zac y lo miró con una sonrisita traviesa.
—Siempre puedes pedirle que se vaya.
—Su apartamento todavía no está preparado.
—¿Y tú estarás preparado para dejarlas marchar cuando lo esté?
—Por supuesto —respondió con demasiada vehemencia—. Esto de dejarlas quedarse aquí no ha sido más que... —hizo una pausa buscando la palabra.
—¿Qué? ¿Una buena acción? —sugirió el doctor en tono provocador.
—Algo así.
Pinta asintió sin convicción.
—Entonces, ¿qué vas a hacer en Acción de Gracias?
—Lo mismo que todos los años.
—¿Encerrarte en casa?
—Trabajar.
Thomas se echó a reír.
—Claro.
—Normalmente trabajo hasta media noche, Pero...
—¿Este año a lo mejor lo dejas a media tarde?
—Iba a decir que a lo mejor descanso un par de horas. Puede que cene con Nessa y...
—Vanessa y Emily van a venir a cenar a mi casa.
—¿Ah sí? —dijo Zac después de una pausa durante la que no pudo ocultar el efecto que le había causado la noticia. Además se dio cuenta de que había sido un tonto por dar por sentado que Nessa se quedaría allí con él al día siguiente. Pero, ¿qué podía hacer? Tendría que seguir repitiendo su último mantra: «son solo mis invitadas y pronto se marcharán». Así que no era cosa suya dónde y con quién pasaran el día de Acción de Gracias.
—Así que si puedes apartarte del trabajo por un día, te esperamos en casa. No va a ser una gran cosa, solo la familia.
Aunque siempre se había llevado bien con Thomas su relación no había pasado de la cordialidad, nunca había entrado en el terreno de la verdadera amistad. Y no era porque el doctor y su esposa no lo hubieran invitado a su casa multitud de veces, el caso era que Zac no estaba dispuesto a participar en ninguna celebración familiar.
—Gracias por la invitación, pero no creo que pueda.
—Bueno, por si cambias de opinión...
—No, no lo haré.
Thomas asintió y, dándose media vuelta, se dirigió de nuevo hacia el ascensor.
—A mí me encanta el día de Acción de Gracias, nos recuerda que todos en este mundo tenemos cosas que agradecer, ¿no crees?
El ascensor se cerró al terminar de decir esas palabras, pero Zac se quedó mirando la puerta que lo había aislado del resto del mundo, hasta la llegada de Nessa.
Con un suspiro volvió a centrarse en el trabajo. Trabajo, eso era lo que tenía que agradecer y no necesitaba ningún día para recordarlo.

—Tienes que pelarlas, Zac —le pidió Vanessa sin dejar de reír y sacando de un cajón el pelador. Era curioso pero ella parecía conocer los entresijos de aquella cocina mucho mejor que su propietario.
—No sé qué hago ayudándote a preparar un postre que ni siquiera voy a comer —protestó él mientras pelaba las manzanas.
—Yo tampoco lo sé —respondió alegremente—. ¿Por qué no te vas a trabajar?
—Estoy ideando un proyecto, así que en realidad ahora mismo estoy trabajando.
Así eran ellos. Uno excesivamente gruñón y la otra excesivamente alegre. Vanessa pensaba que eran complementarios y se ayudaban el uno al otro a encontrar el equilibrio. Durante el día ambos trabajaban y cuidaban de Emily, y por las noches Zac le leía una historia a Emily hasta que se quedaba dormida mientras Vanessa preparaba la cena. Seguían durmiendo juntos y, aunque intentaban no rozarse, todas las mañanas amanecían acurrucados el uno al otro.

Vanessa intentó, mediante una conversación sin importancia, deshacerse del acaloramiento que le provocaba imaginárselo en la cama junto a ella:
—¿Por qué no quieres venir esta noche a la cena de Acción de Gracias? Y no me digas que es por el trabajo.
—Pero es que sí es por el trabajo.
—Vamos, hoy todo el mundo está de vacaciones.
—Yo no creo en las vacaciones.
—¿Qué quieres decir con que no crees en las vacaciones? Tú celebraste la Navidad con papá y conmigo.
—Solo dispongo de dos semanas para entregar el proyecto —dijo cambiando de estrategia y sin levantar la vista de las manzanas—. No me puedo permitir perder más noches.
En realidad no engañaba a nadie con esa excusa tan pobre. Todas las noches que había cenado con ella no habían ido en detrimento de su trabajo.
—A lo mejor yo puedo ayudarte.
—¿Cómo ibas tú a ayudarme?
Vaya. Esa sí era una pregunta a la que le gustaría responder sinceramente, pero era mejor ir— paso a paso.
—¿Si yo te ayudo a solucionar los problemas que estás teniendo con ese software, vendrás con nosotras a la cena en casa de los Pinta?
Zac arqueó las cejas sin saber qué decir.
—Vamos, dame al menos una oportunidad —insistió ella—. Yo tengo magníficas ideas.
No la sorprendía lo más mínimo haberlo dejado sin palabras, de hecho lo que la sorprendió fue que se pusiera a darle explicaciones:
—Veras, el software que he creado está destinado a poder controlar las funciones domésticas a través de Internet. En mi propuesta se incluía el poder subir y bajar el termostato, activar la alarma o regar las plantas y el jardín.
—Parece una idea estupenda —opinó Vanessa mientras ponía las manzanas ya troceadas sobre la crema del pastel.
—A mí no me parece suficiente. Quiero añadir algo que permita que los padres pasen más tiempo con sus hijos. No sé, todo el mundo está tan ocupado, especialmente las madres, que pensé que si se pudiera hacer más rápido las cosas básicas, como preparar el baño o cosas así, luego se podría pasar más tiempo bañando al niño, que es lo realmente importante.
—Sin duda.
—Pero necesito más ideas.
—Entiendo —su mente se puso a trabajar mientras engrasaba el molde para el pastel y después lo llenaba con la crema de manzana—. Lo que es seguro es que yo puedo darte el punto de vista de una madre. A ver... ¿qué te parece un dispositivo que nos permitiera empezar a calentar el biberón antes de llegar a casa? O una especie de inventario que controlara el número de pañales que se utiliza y qué cosas hay que comprar, como una lista de la compra online —Vanessa estaba entusiasmada con todo lo que se le estaba ocurriendo, tanto que tardó en volver a mirar a Zac.
Él no dijo nada durante varios segundos, simplemente la miró, lo que hizo que Vanessa empezara a preguntarse si lo que había sugerido era una tontería. Pero entonces se acercó más a ella, puso una mano a cada lado, dejándola acorralada contra la encimera y entonces ya rió pudo pensar más.
—¿Alguna vez te han dicho lo inteligente que eres? —le preguntó con un susurro sin dejar de mirarla a los ojos.
Se sentía completamente atrapada por el hombre más sexy que había conocido en toda su vida.
—Solo un par de veces.
Sus ojos se centraron ahora en su boca.
—¿Y también te han dicho lo guapa que eres?
Vanessa tragó saliva, pero no consiguió que le saliera la voz. Quería besarlo. Solo una vez, después se marcharía feliz. Pero, ¿a quién quería engañar? Un beso nunca le parecería suficiente. Aunque al menos sería un comienzo.
Zac pareció tomarse su silencio como un rechazo.
—Lo siento.
—¿Qué es lo que sientes? —intentó que su voz pareciera relajada—. ¿Decirme cosas agradables?
Zac tenía los ojos cerrados y el rostro en tensión.
—Es que te habrá parecido que estaba intentando ligar contigo.
—¿Y tú jamás intentarías algo así?
—Escucha, Nessa tú mereces mucho más que...
Vanessa lo detuvo levantando una mano.
—Tengo muchas cosas que hacer, Zac —no tenía el menor interés en oír sus excusas para no tocarla, le daba igual lo nobles o sensatas que estas fueran. Después del desastre de matrimonio que había tenido, solo quería algo de verdad. Quería un hombre que la deseara y que no tuviera miedo de admitirlo—. Si me perdonas —añadió separándose de él.
—Está bien. Me voy —contestó con tristeza—. Pero te veré luego.

Sí, la vería después en la cama, se tumbaría a su lado sólo con la intención de protegerla mientras hacía que las hormonas la martirizaran y que su cuerpo entero se muriera de deseo por algo que no podía tener.

Tenía que marcharse de allí cuanto antes, porque lo que había empezado como una fantasía se estaba convirtiendo en una verdadera tortura.
Zac se quedó unos minutos a la puerta de casa de los Pinta con unas flores en una mano y una botella de la sidra que tanto le gustaba a Nessa en la otra. Sara le había preparado un pavo relleno antes de marcharse a celebrarlo con su familia, pero él lo había metido en el frigorífico y se había ido de casa.
Había intentado convencerse a sí mismo de que estaba allí porque se lo debía a Nessa las ideas que le había dado con tanta facilidad tenían tanta fuerza que iban a hacer de su proyecto un auténtico éxito. Sin embargo, había una vocecilla dentro de él que le decía algo muy diferente: ya no podía seguir comiendo solo, o más bien era que ya no podía comer sin ella. En cualquier caso, estaba claro que estaba metido en un lío.
Al abrirse la puerta, se encontró con Thomas al otro lado.
—Has venido —le dijo con una enorme sonrisa.
—No me lo restriegues —gruñó Zac.
El doctor Pinta no dejó de reír mientras acompañaba a su invitado al interior de la casa. La primera parada fue la cocina, donde pudo darle las flores a Ruth y conocer a Kyle, su hijo pequeño. Zac les dio las gracias por invitarlo y prosiguió su camino hacia el cuarto de estar. Allí estaba Nessa, más bella que nunca con el pelo suelto y ligeramente maquillada, hablando con Derek, el otro hijo de los Pinta. Ambos muchachos habían sido buenos atletas durante el instituto y no se habían dedicado a meterse con Zac como el resto.
Derek llevaba varios años trabajando como abogado en Minneapolis y desde luego tenía aspecto de dedicarse a lo que se dedicaba: traje informal pero carísimo. Zac comprobó con cierta rabia que tenía en brazos a la pequeña Emily, que no dejaba de gimotear. Además, los dos adultos parecían estar muy a gusto juntos. Sabía que cabía la posibilidad de que algún día Nessa encontrara a otro hombre y que este acabara convirtiéndose en padre de Emily, pero desde luego ese día todavía no había llegado. Mientras siguieran viviendo en su casa, él no permitiría que eso sucediera.
—¡Qué sorpresa! —exclamó Nessa al tiempo que Derek y ella se ponían en pie para saludarlo.
—Teníamos un trato, ¿no? —contestó Zac sin poder dejar de mirarla. Solo había pasado un mes y ya había recuperado su figura por completo. ¿Acaso no podía haber tenido un poco de compasión con él?
—No estaba del todo segura.
La niña continuaba gimoteando y, cuando pasó a brazos de su madre, los gimoteos se convirtieron en un llanto desesperado.
—Déjame a mí —le pidió Zac.
La niña permaneció en sus brazos satisfecha a lo largo de toda la cena. De vez en cuando Nessa se ofreció a relevarle pero su excusa fue siempre la misma: Emily estaba muy a gusto donde estaba.
Nadie hizo el menor comentario sobre la sorprendente aparición de Zac en una reunión social, y él se sintió como si fuera algo que hiciera todos los días. Odiaba admitirlo, pero lo cierto era que se trataba de una gente estupenda sin intenciones ocultas. Durante la cena charlaron de todo tipo de ternas e incluso contaron chistes. Pero con el postre llegó el cinismo de Zac.

—Antes de probar el delicioso pastel de Nessa —comenzó a decir el anfitrión—, cada uno tiene que decir por qué está agradecido. Es la tradición —añadió como explicación para Zac.
—Por mi salud —comenzó Ruth.
—Yo estoy enormemente agradecida por mi hija —continuó diciendo Nessa.
—Por el relleno de cebolla y salvia que le ha puesto mamá al pavo —dijo el pequeño de los Pinta.
—Por que esten aquí todos ustedes —afirmó Thomas mirando a todos y cada uno de los reunidos.
—Por las demandas colectivas —dijo Derek sin inmutarse.
Todos estallaron en una gran carcajada durante la cual Zac deseó con todas sus fuerzas que se hubieran olvidado de él, pero de pronto se dio cuenta de que las miradas estaban fijas en él.
—Vamos, muchacho —le pidió Thomas todavía riendo—. Date prisa, que me muero de ganas de probar este pastel.
En los últimos quince años, siempre había sabido dar la respuesta más inteligente hasta a las preguntas más comprometedoras, pero delante de esas personas le resultaba muy difícil mentir.
—Si no les importa, preferiría no contestar —nadie dijo nada, simplemente lo observaron mientras que él le lanzaba a Nessa una mirada que era una petición de auxilio.
—Está bien —dijo ella por fin—. Pero el año que viene tendrás que darnos una respuesta.
Todos quedaron satisfechos y se dispusieron a disfrutar del postre, todos menos Zac, que no podía dejar de mirar a su ángel de la guarda. Lo había vuelto a hacer, había vuelto a salvarlo sin el menor esfuerzo aparente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que jamás podría pagarle todo lo que había hecho por él. Era una deuda que nunca podría saldar.

Cuando hubo dado de mamar y acostado a Emily, Vanessa agarró el intercomunicador y se dirigió hacia el ascensor por el que había subido Zac hacía unas horas, nada más llegar de la cena. Había sido una sorpresa muy agradable verlo aparecer en casa de los Pinta, pero sobre todo se había alegrado de que diera un paso más en su vida.
Eso hacía que lo que iba a decirle resultara un poco más fácil. Pero solo un poco.
Oyó la música ya antes de que se abriera la puerta del ascensor. Ante sus ojos se encontró a Zac ataviado sólo con un pantalón de deporte, tumbado en un banco de ejercicios y levantando pesas.
—¿Quieres público? —le dijo acertándose hasta él.
—No, no eso precisamente lo que quiero —respondió sin dejar de subir y bajar las enormes pesas.
Vanessa notó cómo todo su cuerpo se acaloraba por efecto de sus palabras. No podía dejar de observarlo: abdominales marcados, brazos fuertes y el sudor recorriéndole la piel. Como no podía dar rienda suelta al deseo que sentía en aquel momento, pensó que lo mejor era decirle lo que había ido a decir.
—Pues tú te lo pierdes, Efron. Esta es la última noche que vas a poder tenerme como público.
—¿Tú última noche? —repitió él dejando las pesas en su sitio e incorporándose para hablar con ella.
—Sí. Emily y yo nos iremos mañana.
—¿Ya está listo el apartamento? —le dio la sensación de que le temblaba ligeramente la voz.
—En realidad está listo desde hace ya unos días, pero...
Zac se puso en pie y se limpió el sudor de la cara y del pecho con una toalla.
—¿Pero qué?
Vanessa siguió el movimiento de la toalla con ojos envidiosos. No volvería a tener oportunidad de mirarlo tan libremente. No había ningún motivo para decirle que se había quedado más de lo necesario solo por estar con él un poco más. Tenía que dejar de perder el tiempo y buscar un amor de verdad.
—Bueno, creo que me voy a la cama —dijo cambiando de tema con tristeza en la voz—. Estoy muy cansada.
—Yo también, Nessa... Estoy realmente cansado —contestó él con tal expresión en los ojos que ella no pudo hacer otra cosa que seguir mirándolo.
—Será por las pesas.
—No, no es por eso.
—Habrá sido la cena entonces.
—Estoy cansado de fingir que no te deseo —admitió agarrándola del brazo y acercándola a él—. Nessa...
—¿Qué? —su voz estaba cargada de deseo y ansiedad. Estaba siendo tan injusto. ¿No se daba cuenta de lo débil que era ante él? ¿De lo fácil que le resultaría hacerle daño?
Tenía el rostro demasiado cerca de ella, su mirada era demasiado profunda. Nessa aguantó la respiración mientras notaba cómo el calor procedente de su pecho le traspasaba la ropa.
—Estoy agradecido por ese día de octubre en el que una tormenta de nieve se hizo interminable —afirmó acercándose a ella y besándole la boca suavemente—. Estoy agradecido porque me dejaras traer a Emily al mundo —sus ojos no se apartaban de los de ella, pero sus dedos se fueron deslizando por el cuello hasta llegar a los botones de la blusa, que empezó a desabrochar uno a uno.

Vanessa sintió un escalofrío tan intenso como una descarga eléctrica.
—Estoy agradecido porque volvieras a mi casa una segunda vez —le quitó la camisa del todo y la tiró al suelo—. Y estoy agradecido porque hayas subido aquí esta noche y no te hayas alejado de mí.
¿Estaba hablando en serio?
—Nunca me alejaría de ti, Zac —dijo ella por fin—. Jamás.
Con un suave movimiento la despojó del sujetador.
—Me estabas volviendo loco, Ness.
—Por fin —susurró ella al tiempo que lo rodeaba con los brazos y hacía que su boca bajara hasta sus pechos.
Era lo más dulce que había sentido jamás. Mucho más intenso de lo que podría haber imaginado o soñado. Su lengua se movía con suavidad por su pezón endurecido por la excitación.
—Nessa... dime que esto está bien.
Estaba más que bien. Seguramente estaba loca por abandonarse a un hombre que jamás podría amarla, pero en aquel momento nada le importaba.
—Está muy bien, Zac.
Sus ojos se llenaron de pasión mientras le desabrochaba la falda y pedía que las luces se suavizaran.

lunes, 23 de abril de 2012

Capitulo 8

Querías saber por qué siempre como solo, ¿no es así?
Vanessa se volvió a mirarlo sin ocultar su interés.

—Hasta los quince años —comenzó el relato sin dar la menor muestra de emoción—, no tenía ningún control sobre mi vida. No podía decidir con quién vivía, ni cómo, ni dónde. Cuando estás rodeado de otros chavales tan hartos de todo como tú, apenas se puede respirar. No hay espacio ni nada que te pertenezca exclusivamente a ti. Un día empecé a llevarme mi comida al dormitorio o al jardín, allí podía comer tranquilo sin que nadie me molestara. Era el único momento del día realmente mío.
Vanessa estaba estupefacta, apenas podía creer que estuviera contándole aquello. Se moría de ganas de lanzarle los brazos al cuello y demostrarle lo honrada que se sentía de que hubiera querido compartir eso con ella, pero sabía que él habría odiado tal demostración de afecto. Así que se limitó a acercarse a él con un plato de carne asada y preguntarle:
—¿Y ahora?
Podría, haberle atravesado el alma, con aquella mirada.

—Por algún motivo, cuando estoy contigo sí que puedo respirar.
¿Qué era aquello? ¿Estaba diciéndole que se sentía a gusto con ella? ¿Podía respirar porque eran amigos... o estaba hablando de algo más?
Con mano temblorosa le puso el plato delante y después le llenó la copa de sidra.
—¿Algo más? —le preguntó.
Él levantó la mirada y se quedó con los ojos fijos en su boca.
—¿Qué me ofreces, Nessa?
Su primer impulso era inclinarse sobre él, besarlo sin parar y después decirle: «Esto es lo que te ofrezco, o lo tomas o lo dejas». Pero tenía demasiado miedo a que optara por dejarlo, así que lo que hizo fue dejar de mirarlo y sentarse al otro lado de la mesa.
—Te ofrezco buena conversación —dijo por fin—. Y una comida estupenda.
Deseó con todas sus fuerzas que siguiera con el tema, pero no lo hizo y finalmente dejó de mirarla.
—¿Qué tal vas con la tienda?
Le agradeció de corazón el tono distendido puesto que ambos lo necesitaban. Sobre todo él, que estaba a punto de comenzar su primera comida acompañado.
—La verdad es que todavía no me he puesto con ella, sigo con el apartamento.
—¿Demasiados descansos?
Vanessa sonrió tímidamente.
—Es que tengo que venir a controlaros a Emily y a ti, por si acaso lo pasáis demasiado bien sin mí.
—Si así fuera, jamás te enterarías.
—¿Cómo?
—Verás —comenzó a decir él con repentina seriedad—, cuando no estás viene a distraerla todo un circo con trapecistas y todo; y después solemos bailar un poco, cosas como los Rolling Stones.
Vanessa se echó a reír.
—¿Y cuando estoy en casa?
Zac se encogió de hombros y tomó un bocado de carne con total tranquilidad.
—Entonces se acaba el espectáculo y Emily se va a dormir.
Ella lo miró herida antes de protestar.
—¿Y para mí no hay circo?
—Lo siento —su mirada se paseó por el rostro de ella con una intensidad que hizo que Vanessa se sintiera turbada—. Es que tú nunca estás satisfecha, cariño.

Ahora estaba mucho más que turbada, la invadió una ola de calor y la boca se le quedó seca como la arena. ¿Cómo podía dejarla desarmada en solo dos segundos? No era justo, porque él estaba jugando pero ella no entendía las reglas del juego.
En ese instante se arrepintió de haberlo convencido para que rompiera la costumbre de comer solo, que era mucho menos arriesgada. Quizá él pudiera respirar cuando estaba con ella, pero ella se quedaba sin aire con solo mirarlo.
Lo que cada vez estaba más claro era que si quería marcharse de esa casa con el corazón intacto, iba a tener que darse prisa en arreglar su apartamento. El problema era que no quería dejar aquella casa, ni quería dejarlo a él.
—He oído que hoy me has defendido —le dijo de pronto sacándola de su ensimismamiento.
—No sé de qué hablas.
—¿Estás segura?
Vaya. Parecía que la encantadora Sara había oído más de lo conveniente.
—O sea que no habéis estado hablando de lo mucho o lo poco que yo había cambiado a lo largo de los años.
Vanessa dio un trago de sidra para ganar tiempo.
—Y nadie ha comentado que me había vuelto más raro...
—Nadie te ha llamado raro, lo que dijeron...
—Cuéntame que es lo que dijeron.
Dejó los cubiertos sobre la mesa y resopló desesperada.
—Ya sabes lo que ocurre, Zac. La gente no te conoce, eso es todo.
—Ni falta que hace que me conozcan —el gesto provocador desapareció de su rostro y en su lugar apareció la rabia. Había vuelto a perderlo.
—A lo mejor sí, a lo mejor también si ti te vendría bien conocerlos.
—¿Por qué demonios iba yo a querer conocer a esa gente?
—Para dejar atrás el pasado, como debe ser —afirmó ella tajantemente y luego matizó—: O al menos empezar a hacerlo. Zac, se que eran unos niños estúpidos e ignorantes.
—¿Y ahora que son?
—Ahora son gente normal con defectos, como todo el mundo, pero sin la menor intención de atacarte.
Al escuchar aquello se echó a reír con amargura.
—¿Es que nunca te sientes solo aquí?
—No cuando están Emily y tú.
—Pero Emily y yo no estaremos aquí siempre —las palabras salieron de su boca sin que pudiera controlarlas y se quedaron flotando en el ambiente.
El momento de tensión se rompió cuando se oyeron los llantos de Emily y Vanessa tuvo que ponerse en pie.
—Voy a ver qué le pasa.
—Yo me encargo de recoger aquí —murmuró él.

Mientras se alejaba, Vanessa pensaba que tenía que quitarse de la cabeza la idea que la había obsesionado desde que lo conoció; siempre había deseado poder curar las heridas de aquel hombre y ayudarlo a que saliera al mundo. Pero estaba claro que Zac Efron no deseaba ser salvado y estaba convencida de que cuanto más lo intentara, más le costaría recuperarse después.
Emily solo necesitaba un cambio de pañal y que le dieran de comer, así que después de hacer ambas cosas. Vanessa se puso el camisón y se metió en la cama. Estaba todavía despierta cuando Zac llamó a la puerta.
—Pasa —respondió ella.
—Vendré más tarde —sugirió al ver que estaba completamente despierta.
—No —se atrevió a decir después de tragar saliva. Algo le dolía por dentro al pensar que se iba a alejar de ella. Necesitaba tenerlo cerca—. ¿Por qué no enciendes la chimenea y te quedas?
Se quedó inmóvil unos segundos, apretando los dientes con fuerza mientras decidía qué debía hacer. Por fin cruzó la habitación y se puso manos a la obra con el fuego, que no tardó nada en prender. Después se sentó estirando la pierna con un gesto de dolor.
—Esta noche has venido muy pronto —le dijo ella con suavidad—. Normalmente no apareces hasta pasada la media noche.
—Es cierto —se limitó a contestar.
En el silencio se oía el crepitar del fuego y dentro de la cabeza de Vanessa se podía escuchar una sucesión de: «¿Lo hago? ¿No lo hago?». Finalmente decidió arriesgarse a preguntarle algo que llevaba pensando desde la noche que nació Emily.
—¿Zac?
—¿Si?
El corazón le daba botes dentro del pecho.
—¿Por qué no completas la noche de cambios?
La miró fijamente, estaba increíblemente guapo a la luz del fuego.
—¿Qué quieres decir?
Pronto se marcharía de aquella casa y ya no podría disfrutar de esos mágicos momentos, era ahora o nunca.
—Duerme conmigo.
Zac se quedó sin expresión en el rostro.
—Podemos compartir la cama —aclaró ella—. Si tú insistes en quedarte en la habitación, yo insisto en que dejes que te descanse la pierna.
Él volvió el rostro y perdió la mirada en la chimenea mientras ella se moría de vergüenza. ¿Cómo se había atrevido a hacer algo así? Si quería ponerse en ridículo, habría sido más fácil ir a la ciudad y desnudarse en mitad de la calle. Eso al menos habría resultado menos humillante.
—Buenas noches, Zac —susurró después de apagar la lamparita y darse media vuelta.
No hubo respuesta, ni siquiera se oyó ningún ruido hasta que, unos segundos después, Zac se puso en pie y caminó hasta la cama. Ella aguantó la respiración hasta que notó que se había tumbado a su lado, por encima de la colcha y completamente vestido. Pero podía sentir su calor.
—Buenas noches, Nessa —dijo entonces al tiempo que le pasaba el brazo por la cintura.
Unos minutos después, se acercó un poco más hasta eliminar la pequeña distancia que había entre ellos. Vanessa recostó la cabeza sobre su hombro y supo con total certeza que aquel breve instante de placer jamás sería suficiente.

sábado, 21 de abril de 2012

Capitulo 7

—¿Dónde ponemos esto, cariño?
Vanessa dejó la limpieza de la bañera por un momento para hacer caso a Sara Rogers, el ama de llaves de Zac, que tenía una caja de cartón en la mano. Le echó un vistazo y sintió una especie de ataque de nostalgia al ver el contenido del paquete.
—¿Algo especial?
—Son los moldes para galletas de mi madre —respondió Vanessa con una tierna sonrisa.
—Vaya, entonces supongo que habrá que ponerlos a buen recaudo —dijo la encantadora señora dé ojos violetas—. ¿Qué te parece el cajón de al lado del frigorífico? Acabo de limpiarlo a fondo.
—Perfecto. Por cierto, ¿te he dado las gracias hoy?
—Sí, cariño, dos veces.
—Bueno, como dicen que la tercera es la que cuenta, muchas gracias.
Sara se puso las manos en las caderas y se quedó observándola unos segundos.
—El señor Efron tiene razón.
Al oír el nombre de Zac a Vanessa se le aceleró el corazón.
—¿En... qué? ¿Qué es lo que ha dicho el señor Efron?
—Que es usted especial.
—¿Y eso qué significa exactamente? —pregunto abriendo los ojos de par en par.
—No tengo la menor idea, solo sé que en todo el tiempo que llevo trabajando para él, jamás lo había oído decir algo así —respondió la mujer riéndose y después le guiñó un ojo—. Voy a guardar esto y luego voy a limpiar esos fogones.
Vanessa siguió limpiando la bañera, pero su mente estaba muy lejos de allí; exactamente en casa de Zac.
Ya hacía una semana desde que él la había invitado a ser su huésped, un tiempo que ella había creído más que suficiente para poner en funcionamiento la tienda y hacer habitable el apartamento. Sin embargo parecía que se había equivocado, la casa resultó estar mucho más sucia de lo que ella había pensado en un principio y, aunque Sara era un verdadero ángel, solo estaba con ella unas horas al día. El resto del tiempo estaba ella sola o con algún vecino de Fielding; al menos los primeros días, porque después se había cansado de que todos ellos fueran allí utilizándola como excusa para averiguar cosas sobre Zac y la relación que había entre ellos.
Pero, si tenía que ser sincera consigo misma, debía admitir que esas no eran las únicas razones por las que la puesta a punto se estaba demorando tanto; en realidad, cada vez le costaba más estar alejada de Emily, y cada pocas horas buscaba un pretexto para ir a verla. Zac nunca parecía sorprendido de verla aparecer, incluso parecía alegrarse. No obstante, por las noches seguía recluyéndose en el despacho y tampoco había cambiado su costumbre de comer solo. Lo que más sorprendía a Vanessa era que siguiera durmiendo en el sillón de terciopelo; nunca le preguntó por qué lo hacía ya que no quería molestarlo con preguntas. Lo cierto era que se sentía cuidada y protegida como hacía mucho tiempo.
Justo en ese momento se oyó la sirena de la escuela, que sacó a Vanessa de sus elucubraciones Miró el reloj y comprobó que en cualquier momento llegarían Molly y Connie para «ayudarla». En realidad agradecía su presencia y cada día se sentía más a gusto en Fielding, donde todos sus viejos amigos la habían recibido de buen grado después de escuchar lo ocurrido con Rick. Hasta la habían invitado a quedarse en sus casas si quería marcharse de la de Zac. Pero no quería.

Salió del baño para encontrarse a sus dos amigas de pie en el cuarto de estar.
—Nos ha dejado entrar Sara —explicó Connie con una sonrisa en el rostro.
—Es el ama de llaves de Zac ¿verdad?
—Sí —empezó a temer que había llegado el momento de esquivar preguntas otra vez.
—Justo ahora estábamos hablando del día en el que Efron volvió a Fielding.
—Solo lo estabas hablando tú, Molly —protestó Connie.
—No finjas que no te ha interesado cuando te he contado que el viejo Alan Olson vio un ascensor en su casa el día que le llevó el piano.
Connie admitió con la mirada que era cierto lo que decía su amiga.
—¿Cómo es ese lugar, Vanessa?
—¡Qué más da la casa! —intervino Molly—. ¿Cómo es él?
—Pues es inteligente, serio y tiene mucha paciencia —eso era todo lo que estaba dispuesta a decir, cosa que desde luego no satisfizo a las otras dos.
—La verdad es que con los años se ha vuelto muy guapo —empezó a decir Molly con tono malévolo—. Pero desde luego su actitud no ha cambiado.
—¿A qué te refieres? —espetó Vanessa inmediatamente.
—Pues a que sigue igual que de niño, no quería encajar entonces, ni quiere hacerlo ahora. Lo noté en cuanto entrasteis a la tienda el otro día.
—Eso no es justo, Molly —dijo Connie.
—Digo lo que pienso.
—Claro que intentó integrarse cuando llegó —Vanessa salió en defensa de su amigo—, pero todos lo rechazasteis. ¿Por qué iba él a enterrar un hacha de guerra que jamás levantó?
Connie la miró con el arrepentimiento reflejado en los ojos.
—Yo era una de las que se metía con él y, cuando tuvo que marcharse de Fielding porque no se pudo quedar con tu tía, me sentí fatal. Pero sinceramente, Vanessa no creo que quiera aceptar una disculpa, seguramente ni nos escucharía. Además, ahora no creo que nos necesite mucho; es rico y apuesto a que tiene un montón de amigos sofisticados en Nueva York y en Los Ángeles.
—Bueno, lo que está claro es que se ha hecho amigo de nuestra querida Vanessa —comentó Molly con cierta malicia—. Y de Emily, porque cuida de ella durante el día, ¿verdad?
—Sí, así es —respondió la aludida con orgullo.
—Es un gesto muy generoso —opinó Connie con una dulzura que Isabella agradeció sinceramente.
—¿Y a quién cuida por las noches? —Molly volvió a la carga.
—Supongo que cuidará de su trabajo.
—No, en serio, ¿no te preocupa ni un poquito que tu hija se quede tanto tiempo con alguien como él?
—¿Qué quieres decir, Molly?
—Pues que es un tipo bastante extraño, incluso da un poco de miedo.

Vanessa sintió cómo la rabia iba invadiéndole el corazón. Era increíble que los adolescentes de Fielding no se hubieran convertido en adultos. Sabía que su amiga no era mala persona, solo era un poco inmadura.
—Zachary Efron es un hombre extraordinario —aseveró con firmeza—. Ha cambiado el mundo con su tecnología y para mí es un verdadero honor que me considere su amiga. No hay nadie en quien confíe más para que cuide de mi hija.
Molly se quedó mirando al suelo como una niña a la que acabaran de regañar.
—Lo siento, Vanessa.No pretendía ofenderte. Ya me conoces, a veces digo las cosas sin pensar.
—No pasa nada.
—Bueno, creo que debería volver a la tienda —anunció apresurándose hacia la puerta—. Intentaré venir mañana para terminar con el suelo.
Connie se echó a reír en cuanto la otra mujer hubo salido de allí.
—A veces es un poco molesta, pero sabes que es casi inofensiva... a no ser que se te ocurra comer una de sus galletas de chocolate.
Vanessaa se rió también.
—Sí, recuerdo perfectamente esas galletas —entonces se puso seria y miró a su amiga—. ¿Crees que he reaccionado de manera exagerada?
Connie se encogió de hombros.
—A lo mejor un poco. Pero he de decir que si alguna vez necesito alguien que me defienda, recurriré a ti —y alzando las cejas añadió—: ¿Sabe Zac que te estás enamorando de él?

El sonido del agua llamó la atención de Zac al acercarse al dormitorio. Se había acercado hasta allí para recoger unos documentos que se había dejado sobre la chimenea la noche anterior, pero el ruido procedente del cuarto de baño lo distrajo. Nessa estaba en la bañera. De pronto se le llenó la cabeza de imágenes de su cuerpo desnudo que le provocaron auténticos sofocos. Intentó alejar de sí tales pensamientos. Esa mujer había tenido un bebé hacía menos de dos semanas, él no debería tener fantasías eróticas con ella; en realidad no debía pensar en ella de ninguna manera.
Pero al mirar hacia la puerta entreabierta del baño se sintió mucho más relajado. Allí estaba Nessaa, con el pelo recogido en una coleta y completamente vestida. Estaba bañando a Emily, que no paraba de chapotear felizmente y de empapar a su mamá, que la miraba extasiada.
Zac intentó permanecer en silencio cerca de la puerta, pero Bella percibió su presencia de algún modo y se volvió hacia él.
—Acércame una toalla y el champú, voy a lavarle el pelo.
Para él aquello no era nada habitual. Podía hacer cualquier cosa que tuviera que ver con software o hardware y el resultado sería brillante, pero tampoco podía negarse a hacer nada que le pidieran cualquiera de las Spencer. Así que se arrodilló al lado de Nessa se arremangó la camisa y agarró el bote de champú para niños.
—¿Acaso quieres añadir el baño a tus especialidades con los bebés?
—¿Tan previsible soy? —le preguntó él al tiempo que vertía un poco del líquido amarillo en la palma de su mano.
—¿Tan previsible soy? —le preguntó él al tiempo que vertía un poco del líquido amarillo en la palma de su mano.
—No, de hecho normalmente eres bastante difícil de interpretar.
—Es la fuerza de la costumbre —dijo frotando suavemente la cabecita de Emily.
—Interesante. Yo pensé que esa actitud distante era elección propia.
Zac se volvió a mirar aquellos ojos chispeantes y de pronto se dio cuenta de dónde estaba: junto a la mujer que le hacía sentir cosas que no quería sentir, bañando a la hija de otro hombre. Y sin embargo, no había otro sitio en el mundo donde hubiera querido estar en ese momento. Bajó la vista hacia Emily, que reaccionó alzando la manita hacia él. Al rozar los deditos de la niña lo llenó una sensación de placidez y ternura que no había experimentado en toda su vida. La intensidad de tal sentimiento le dio miedo.
—Bueno, princesa —dijo soltándole la mano—, voy a dejar a tu mamá que termine de bañarte —se puso en pie—. Yo tengo que volver a trabajar.
—¿De verdad, Zac? —los ojos azules de Isabella buscaron la mirada distante de Zac—. ¿No podrías olvidarte del trabajo media hora y... no sé, vivir un poco?
Él torció el gesto. Nessa veía demasiado dentro de él y eso no le gustaba.
—Ya vivo bastante bien. Si no me crees, mira a tu alrededor.
—No te estoy hablando de dinero, ni de lo que se puede comprar con él.
—Luego nos vemos, Nessa.
—Sí, cuando estés a salvo en tu sillón junto al fuego.
Se detuvo justo antes de salir pero no se volvió a mirarla.
—Voy a dar de comer a Emily y luego voy a acostarla —le dijo Vanessa con torno paciente pero firme—. Sara ha dejado carne asada con puré y yo he hecho una tarta de chocolate. Dentro de media hora estaré en la cocina, cena conmigo.
Dentro de Zac estalló otra batalla de la guerra que había comenzado en el momento en el que había abierto la puerta de aquel coche enterrado en la nieve. Esa mujer le estaba pidiendo algo que era mucho más difícil de lo que ella creía. Le estaba pidiendo demasiado.
—Que cenes bien, Nessa.

—Enya, Watermark —le dijo Vanessa al equipo de música al mismo tiempo que encendía las velas que adornaban la mesa de la cocina.
Aunque en principio no había sido esa su intención, la habitación tenía un aspecto casi mágico. Había puesto la mesa para dos personas con mantelitos azules, platos de porcelana que, a juzgar por su aspecto, nadie antes había utilizado y copas de cristal fino. Hasta había colocado algunas flores procedentes de la pequeña selva que había en el interior de la casa. A cualquiera que no conociera su verdadera relación con Zac, aquello le habría parecido el escenario perfecto para una cena romántica.
La pregunta de Connie, esa a la que Vanessa no se había atrevido a preguntar, se había quedado dándole vueltas en la cabeza. ¿Sabía Zac que se estaba enamorando de él? ¿Le importaría si lo supiera? Cerró los ojos con impotencia porque sabía la respuesta. No, no le importaría lo más mínimo. Si ni siquiera podía aceptar el cariño de Emily. Parecía incapaz de acercarse a nadie, y Vanessa empezaba a preguntarse si algún día cambiaría.
Pasara lo que pasara en el futuro, había decidido celebrar una agradable cena, aunque él no se presentara.
A través del intercomunicador escuchó la respiración acompasada de la pequeña, que se había dormido después de solo dos canciones y un beso.
—Has ganado la batalla, Nessa.
Oyó una voz malhumorada detrás de ella.
—¿Y la guerra? —preguntó sonriendo para sí misma. Al final había acudido, pensó mientras continuaba partiendo el pan de espaldas a él para que no pudiera ver la cara de satisfacción que tenía.
—Eso ya lo veremos.
—¿Y qué es lo que me ofreces a cambio de la paz?
Lo oyó retirar una silla para sentarse y después resoplar.
—Querías saber por qué siempre como solo, ¿no es así?
Vanessa se volvió a mirarlo sin ocultar su interés.
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Volvii!:D Gracias a Dios y no tengo nada grave.. :D <3
Ahora podre de publicar mas seguido,a pesar de la escuela xD,
Espero que les haya gustado el cap,
Si veo mas coments publico el siguiente capitulo mañana ;)
xAstridx ;)

domingo, 4 de marzo de 2012

AVISO

Hola chicas..
Esta novela y la otra queda temporalmemte cancelada Hasta nuevo aviso
Razon? Problemas de salud grave
Seguramente estare en el hospital ='(
Espero y Que Me Entiendan..
XOXO
..Astrid..

viernes, 24 de febrero de 2012

Capitulo 6

 —Hola, princesa —la saludó y enseguida la tomó en brazos.   
El corazón de Vanessa se llenó de luz. No esperaba volver a verlo tan pronto, creía que tendría tiempo de dejar de echarlo de menos antes de volver a encontrarse frente a él. El caso era que, solo con tenerlo allí, no le daba la impresión de tener tanto trabajo como un rato antes.
—¿Y qué haces por tierras tan alejadas? —le preguntó sin poder impedir que una enorme sonrisa se dibujara en sus labios.
—Quería ver si necesitabas ayuda —respondió acunando con maestría a Emily entre sus brazos—. Y parece que sí.
—No te preocupes. No tardaré nada en poner este sitio a punto.
—He oído que el hotel está al completo por la tormenta.
Aquello sonaba aún peor viniendo de su boca.
—Lo sé, pero he comprado el periódico y espero tener una habitación para alquilar antes de que acabe el día.
—¿Es que no te han enseñado que no se debe esperar nada?
—¿Ese estupendo consejo es todo lo que me vas a ofrecer como ayuda?
—No, también te ofrezco esto —le dijo tendiéndole unas llaves.
—¿Qué es eso?
—La habitación que necesitas —Vanessa lo miró en silencio—. Necesitas un sitio donde quedarte hasta que arregles esto, ¿verdad?
—Sí —admitió Vanessa muy a su pesar porque sabía dónde iba a desembocar esa conversación.
—¿Por qué no vuelves a casa hasta que eso ocurra?
Vanessa se acercó a él y le quitó a la niña de los brazos. Era el instinto de protección, no quería que su hija se encariñara con él porque sabía perfectamente cuánto se sufría al perderlo.
—No, no podemos.
—¿Por qué no? Es un sitio acogedor.
Demasiado acogedor, ese era el problema. No podía volver a convivir con él porque empezaría otra vez a desear cosas que jamás tendría.
—Vamos, Nessa. No creo que sea tan grave tener que pasar unos cuantos días más conmigo.
Seguramente no lo fuera para alguien con el corazón tan cerrado como una ostra. Sin embargo, tenía que admitir, al menos ante sí misma, que no tenía otra alternativa. No podía llamar a sus amigos y en el hotel no iba a surgir otra habitación por arte de magia.
—Te agradezco la oferta, Zac, pero no entiendo por qué lo haces. Dejaste muy claro que allí estorbábamos.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó ofendido.
—Te has pasado los días escondiéndote, encerrándote a trabajar y saliendo sólo para darme las gracias por la comida.
—Tengo mucho trabajo —afirmó de manera distante—. Eso es lo más importante para mí.
—¿Ah, sí?
—¿Qué estás intentando decirme?
Vanessa soltó un resoplido.
—Es que últimamente me ha dado la sensación de que había otra cosa a la que le dabas mucha importancia. Me refiero a esa deuda que crees tener conmigo —lo miró a los ojos y le dijo lo que llevaba pensando desde el beso—. Bueno, pues ya has saldado esa deuda. Ya no tienes que hacer nada más por nosotras.
—Solo hago lo que creo que está bien —replicó encogiéndose de hombros—. ¿Y no crees que tú deberías hacer lo que fuera mejor para Emily?
Vanessa clavó los ojos en él con gesto de indignación.
—Siempre haré lo que sea mejor para mi hija.
—Me alegro de oír eso —asintió como si con su rabia acabara de obtener lo que estaba buscando—. Mañana te mandaré a mi ama de llaves para que te ayude a limpiar todo esto.
—No es necesario. Yo puedo perfectamente...
—Se llama Sara y es estupenda. He llevado tu coche al taller, así que mientras lo arreglan, puedes utilizar alguno de los míos. Y yo cuidaré a Emily cuando tú estés limpiando.
Aquel pequeño discurso la dejó boquiabierta.
—Zac, tú tienes mucho trabajo...
—Emily no da ningún problema.
Estuvo a punto de volver a protestar, pero se dio cuenta de que no merecía la pena. Zac estaba siendo amable con ella, se estaba comportando como un amigo y Emily y ella necesitaban su ayuda. No podía dejar que su orgullo perjudicara a su hija. Por ella sacrificaría cualquier cosa, incluyendo su corazón.
—¿De acuerdo?
Vanessa asintió lentamente.
—De acuerdo.
—Tengo el coche fuera... Con una silla para bebés.
—¿Y de dónde la has sacado?
—He hecho una paradita en casa de Thomas, que me ha dejado una en préstamo. Dice que podemos quedárnosla todo el tiempo que sea necesario.
«¿Podemos?» El mero hecho de oírlo utilizar el plural hizo que a Vanessa le flaquearan las piernas, pero no iba a dejar que su cuerpo confundiera el mensaje de sus palabras. Tenía que tener muy claro sus intenciones, o más bien la falta de intenciones; si no, no podría soportar todo aquello.
—Estabas seguro de que diría que sí, ¿verdad?
—Sabía que harías caso a tu sentido común.
—Es que resulta difícil llevarte la contraria.
—Estupendo, porque ahora nos vamos a ir los tres de compras a buscar algunas cosas que necesitan.
 —Eso no lo puedo aceptar —dijo Vanessa con la mirada fija en la pila de cosas que Zac había ido poniendo sobre el mostrador de la tienda. Había ropa, juguetes, sábanas y cualquier accesorio necesario en los primeros meses de vida de un bebé—. Ya nos has hecho demasiados favores: tu casa, tu coche, la ayuda de tu ama de llaves. Esto se lo compro yo a Emily.
—No se trata de ningún favor, es un regalo.
—¿Un regalo?
—Por supuesto, hoy cumple una semana.
No iba a dejarla ganar. Tenía muchísimo dinero y nada en lo que gastarlo. Además, aquella era la primera vez que disfrutaba realmente comprando algo.
—Es de mala educación rechazar un regalo, y tú no quieres comportarte como una maleducada, ¿verdad?
—Claro que no, pero.
—Estupendo, porque estaba empezando a sentirme ofendido —se tocó el pecho en el lugar donde se suponía que tenía el corazón—. He llegado a tener la sensación de que no me creías lo bastante bueno para hacerle un regalo a Emily.
Ante eso, Vanessa se echó a reír.
—Serías capaz de venderle hielo a un esquimal, ¿a que sí?
—Es posible.
—¿Está todo a tu gusto, Vanessa? —era Molly Homney, la propietaria de la tienda, que los miraba sin ocultar su curiosidad. Zac estaba acostumbrado a que la gente de Fielding lo mirara de ese modo las pocas veces que se acercaba a la ciudad, pero él ni siquiera fingía ser amable. Al fin y al cabo, eran las mismas personas que habían sido crueles con él unos años antes, y eso incluía a Molly Homney. Pero claro, esa mujer había sido amiga de Nessa en otro tiempo, por ella trataría de ser agradable.
—Creo que tenemos más que suficiente —respondió Nessa sin dejar de reír.
—¿Te he dicho ya cuánto me alegro de verte?
—Sí, pero no me importa oírlo otra vez.
—Te hemos echado mucho de menos. Las chicas se pondrán muy contentas cuando sepan que estás aquí con la pequeña Emily. Eres muy afortunada, Vanessa.Herb y yo llevamos intentándolo un montón de tiempo y no hay manera, no conseguimos tener hijos.
—Ya llegará —aseguró Nessa—. Cuando menos lo esperes.
Molly se apoyó en el mostrador y le dijo susurrando:
—Sí, además intentarlo también es divertido, ¿no crees?
La mirada de Nessa se dirigió de manera inconsciente a Zac y luego a Emily.
—Claro —dijo por fin sin demasiada convicción.
Zac estaba seguro de que a Molly no se le había escapado esa mirada, y pronto lo sabría todo la ciudad. De hecho, la mayoría de la gente ya se había enterado de que él la había ayudado a dar a luz y eso no le hacía ninguna gracia, porque era consciente de que la noticia de que había algún tipo de relación sentimental entre ellos no haría más que perjudicar la reputación de Nessa. Por eso decidió sacar la tarjeta de crédito y montar una pequeña pantomima.
—Como te has dejado la tarjeta, déjame que pague yo esto y ya me lo darás después.
Nessa se quedó mirándolo con los ojos abiertos de par en par, y estaba a punto de decir algo cuando Molly se dio la vuelta y Zac pudo decirle en voz muy baja:
—Puedes pagármelo en pastelitos, todas las mañanas.
Al acercarse a ella sintió un escalofrío. Qué bien olía.
—¿Has arreglado ya el apartamento? —le preguntó Molly mientras metía las cosas en bolsas—. ¿Necesitas un sitio donde quedarte?
—No, estoy en casa de una amiga.
Nessa respondió sin titubear un segundo, estaba claro que también ella tenía buenos reflejos para esas cosas.
—¿Con Connie? —insistió la dependienta.
—No.
—¿Wendy entonces?
—No.
Molly miró a Zac y decidió que lo mejor era seguir empaquetando las cosas. Claro que Nessa era lo bastante lista para darse cuenta de que la otra mujer sabía perfectamente quién era esa «amiga». Solo una cosa seguía siendo igual en ella, seguía siendo una persona orgullosa y con principios y no pensaba poner a Zac en un compromiso.
—Bueno, llámame algún día y nos reuniremos todas.
Nessa le dio las gracias y salió de la tienda con su hija en brazos.
—¿Con que con una amiga? —bromeó Zac al tiempo que le abría la puerta del coche—. Creo que sabe muy bien en casa de quién estás.
—En realidad casi no he mentido —después de poner a Emily en su sitio, miró a Zac a los ojos—. Estoy en casa de un amigo, ¿no?
El tiempo se detuvo a su alrededor y ninguno de los dos se dio cuenta. Nessa se quedó esperando la respuesta a una pregunta muy sencilla, pero cada vez era más obvio que nada era sencillo entre ellos dos.
—Vámonos a casa —murmuró él repentinamente irritado.
Ella continuó mirándolo unos segundos antes de entrar al coche.
¿Qué estaba pasando?
Zac no lo sabía. Tenía la mandíbula apretada mientras metía las últimas cosas en el maletero y finalmente se ponía al volante. No tenía la menor idea.

viernes, 17 de febrero de 2012

Capitulo 5

—¿Vas a besarme? —le preguntó ella en un susurro casi inaudible.
—¿Me lo impedirías si lo hiciera?
—No.
Al principio la besó con delicadeza, hasta que ella dejó claro que no era ninguna frágil florecilla y se aproximó más a él con los labios entreabiertos. Sus lenguas se movieron al unísono y el mundo entero giró a su alrededor.
—Zac —dijo ella con un suspiro al tiempo que le pasaba los brazos por el cuello.
Pero al oírla pronunciar su nombre, él salió del lejano mundo al que se había dejado arrastrar y se dio cuenta de que se estaba metiendo en un lío. Tenía que detener aquello antes de que fuera demasiado tarde. Con toda la fuerza de voluntad que pudo encontrar dentro de él, la retiró de su lado.
—Lo siento. Nessa.
—Yo no —admitió ella con una sinceridad que lo dejó paralizado unos segundos.
—Esto no puede volver a ocurrir.
—¿Y eso por qué?
—Porque no quiero que estés con alguien como yo.
—¿Estás intentando protegerme de ti? —le preguntó furiosa.
—Algo así.
—Creo que te olvidas que ahora soy adulta, Zac. Ya no tengo trece años y puedo tomar mis propias decisiones sin que nadie me proteja —lo miró como intentando leer sus pensamientos—. Es eso, ¿verdad? Tú no me ves como a una mujer.
Zac estuvo a punto de echarse a reír al oír aquello. No podía decirle que ese era precisamente el problema, que la veía como a una mujer impresionante, una mujer con unos labios enrojecidos por el beso a los que no podía dejar de mirar. Pero no podía decírselo, ni eso ni que ella no era para él. Ella se marcharía dentro de un par de días y decir o hacer algo más solo serviría para empeorar las cosas.
—Buenas noches, Nessa.
Se dio la vuelta, dejándola allí y pensando que de buena no tenía nada la noche. Ella cerró la puerta de un portazo ignorando que él volvería en cuanto estuviese dormida para velar sus sueños... y desear un poco más de eso que le acababa de dar, más de algo que jamás tendría porque él mismo no se lo permitiría.

   Cinco días después las carreteras seguían cortadas y no había dejado de nevar. Tampoco se había borrado el impacto que había tenido aquel beso en Vanessa que seguía preguntándose por qué habría empezado aquello, seguramente porque lo había deseado y, aunque no supiera que su inocente beso acabaría de forma tan apasionada, lo cierto era que lo había deseado con todas sus fuerzas.
El problema era que ahora se sentía completamente confundida.
Miró a su hija metida en la cunita, parecía tan contenta en la cestita que le había hecho Zac.

Ojalá pudiera comprenderlo. ¿Qué le habría hecho alejarse de ella de tal manera? ¿Habría sido por Emily? ¿O acaso era que no quería bajar la guardia, olvidar el pasado y olvidarse de protegerla y empezar a verla como a una mujer? Entonces... ¿por qué la habría estado adulando durante la cena? ¿Acaso lo había hecho sólo para subirle la moral?
El caso era que algo debía de sentir por él porque en aquel beso había mucho deseo contenido, de eso estaba segura. Había tanto calor como el que despedían los pastelitos que estaba horneando en el mismo instante en el que Zac entró en la cocina.
—Vas a hacer que venga toda la ciudad siguiendo ese olor.
Vanessa casi se quedó sin habla al verlo en el umbral de la puerta. Estaba impresionante recién afeitado, con el pelo todavía húmedo de la ducha y completamente vestido de negro. Al pasar por la cuna de Emily, le lanzó una sonrisa e Vanessa se preguntó si alguna vez le permitiría ayudarlo a curar las profundas heridas que le habían infringido en el pasado. A veces tenía la sensación de que estaba a punto de abrir su corazón con ella, en esos momentos en los que estaban relajados charlando. Seguramente era por esos momentos por los que tanto se había esforzado en evitarla en los últimos días.
—Ese es el poder que puede llegar a tener un simple pastelito —dijo ella modestamente.
—Parece todo menos simple.
Zac se quedó de pie detrás de ella, lo que le dio tiempo a Vanessa para percibir su aroma; era la esencia de la masculinidad.

—Es una nueva receta que estoy probando —le dijo al tiempo que sumergía uno de los pastelitos en la crema de chocolate que había preparado antes. Aunque en realidad aquella receta no tenía nada de nuevo puesto que se trataba de los dulces que tanto le gustaban a Zac de niño, los mismos que él había pensado que ella no recordaba la otra noche, la noche en la que...
Lo cierto era que los recordaba perfectamente, era una receta que había hecho millones de veces, y cada una de esas veces se había acordado de él.
—Me gustaría que me dieras tu opinión —le pidió tímidamente.
—¿Necesitas un catador? —dijo acercándose más a ella. ¿Por qué demonios tenía que ser tan sexy?
—Algo así —¿y por qué seguía afectándole tanto a ella?—. Pero solo si tienes tiempo.
—Creo que dispongo de unos minutos.
—¿Por qué no te sientas a la mesa?
Él titubeó unos segundos antes de hablar.
—Llevas días cocinando para mí. Debes de estar cansada. Debería ser yo el que te preparara el desayuno.
—Jamás pensé que lo diría, pero no me gusta que me sirvan —y además le encantaba cocinar para él, pero eso no lo iba a confesar—. Así que, siéntate y prueba los pastelitos.
—También has preparado café —comentó encantado.
—Es muy fácil, solo he tenido que decir «Café». Creo que me estoy acostumbrando a cómo funcionan aquí las cosas —justo antes de tener que marcharse, pensó mientras le servía los pastelitos.
—¿Y tú no vas a tomar ninguno?
Vanessa lo miró sonriente y dijo con cierta picardía:
—No me gusta comer acompañada.
—Eso tenía que decirlo yo —contestó él riéndose.
—No, tú tienes que decir «qué pastelito tan bueno».
Por respeto a Zac, Vanessa le dio la espalda mientras comía y se entretuvo en colocar los ingredientes que había utilizado.
—No, no están buenos —dijo él por fin. Ella se volvió con el corazón en vilo.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir con que no están buenos?
—Pues que no están buenos, Nessa —se recostó sobre el respaldo de la silla—. Están deliciosos, incluso mejor de lo que recordaba.
—Estúpido —dijo ella tirándole un trapo de cocina a la cara, a lo que él respondió riéndose a carcajadas.
Ese lado bromista de Zac era completamente nuevo para ella y le resultaba demasiado atractivo, tan adictivo como el chocolate que tenía en aquellos momentos en la comisura de los labios. Sin pensar lo que hacía, Vanessa se acercó a él y fue a quitárselo con la mano.
—Tienes...
—¿Qué?
—Un poco de chocolate... —en el momento en el que sus dedos le tocaron la piel, él le agarró la mano con la suya.
Se quedaron así unos segundos, sin dejar de mirarse a los ojos. Guando la situación se hizo demasiado intensa para seguir resistiéndose, Vanessa decidió mirar a otro lado y hablar:
—Ha dejado de nevar.
—¿Qué?
—Que ha dejado de nevar —entonces él le soltó la mano y la dejó marchar.
Se pasaron los siguientes quince minutos en silencio, viendo cómo el débil sol de noviembre deshacía la nieve poco a poco.
Las palabras de Zac rompieron en silencio y el sueño de convivencia que había durando cinco días.
—Mañana a estas horas ya estarán abiertas las carreteras.
Vanessa asintió sin mirarlo siquiera.
—Y Emily y yo podremos marcharnos.
Él no contestó, se limitó a observar el rayo de sol que inundó de pronto la cocina.
Zac se pasó la mitad del día siguiente deambulando por la casa casi sin darse cuenta de los pinchazos que le recorrían la pierna. Como él mismo había previsto, habían abierto las carreteras y Nessa se había marchado a eso de las dos de la tarde. No tenía la menor intención de darle importancia a lo que sentía, solo le daba lástima que Emily y ella se hubieran ido.
Eso sí, él había pagado su deuda con creces.
Debería haberse sentido aliviado por que ya no estuvieran allí, al fin y al cabo habían interrumpido su vida y su tranquilidad. Sin embargo, lo que había sentido cuando el Doctor Pinta había asegurado que madre e hija estaban en perfectas condiciones no había tenido nada que ver con el alivio.
Era más bien preocupación.
Allí estaba, en un despacho inundado de papeles, con multitud de trabajo por hacer y sin poder centrar sus pensamientos en eso. Tenía que terminar el software que ya le había vendido a aquella empresa de Los Angeles y que, hasta el momento, era el mayor proyecto que había acometido en su vida.
Solo seis semanas para hacerlo y no podía concentrarse ni un minuto.
No había podido quitarse aquel beso de la cabeza, ni el beso ni la enorme necesidad de sentirla cerca de él. Y no quería ni pensar en cuánto iba a echarlas de menos cuando fuera al dormitorio aquella noche.
¿Cómo iba a concentrarse sin saber si Emily y Nssase encontraban bien? ¿Qué ocurriría si había otra tormenta mientras ella todavía estaba limpiando el local de la tienda? ¿Qué pasaría si la cuadrilla de limpieza no conseguía llegar para ayudarla? Jamás se perdonaría no haber estado allí para protegerlas si algo les ocurriera.
Salió del despacho y se metió en el ascensor convenciéndose de que lo mejor era que fuera a comprobar que estaban bien. Les llevaría un teléfono para que pudieran ponerse en contacto con él siempre que lo necesitaran. Después se quedaría más relajado y podría trabajar.

 Al menos no hacía frío, pensó Vanessa mientras observaba lo sucia que estaba la casa. Iba a tardar al menos una semana en poner en orden todo aquello, y durante ese tiempo no tenían otro sitio donde quedarse porque el hotel estaba lleno.
No se le había ocurrido que el apartamento se encontrara en tal estado. Lo único que había pensado era que necesitaba alejarse del hombre que hacía que le temblaran las rodillas y que el corazón se le llenara de deseo. Quizá no era razón suficiente para salir corriendo, pero eso era exactamente lo que había hecho.
El Doctor Pinta la había llevado al cementerio a ver la tumba de su padre, después a la tienda a proveerse de todo lo necesario y más tarde al apartamento. El pobre hombre no le había podido ofrecer otro sitio donde quedarse porque tenía una paciente en casa recuperándose de una caída. Vanessa le había asegurado que no tenía por qué preocuparse puesto que varios amigos habían puesto sus casas a su disposición.
Pero le había mentido. Lo cierto era que todavía no había llamado a ninguno de sus viejos amigos de Fielding porque no se encontraba con fuerzas de ponerse a explicar todo lo sucedido en el pasado.
Cuando se mudó a Chicago, sus amigos la habían estado llamando durante meses, pero Rick había sido muy tajante al afirmar que debía cortar todos los lazos con el pasado. Entonces ella no se había preocupado porque su marido fuera tan controlador, solo había deseado que su matrimonio funcionara y se había esforzado por convencerse a sí misma que lo que él quería era empezar una nueva vida con ella. Pero el sueño no había tardado en desvanecerse.
Después de la muerte de Rick había pensado en ponerse en contacto con la gente de Fielding, pero le dio miedo que ellos no la perdonaran. Por eso había decidido que lo mejor era volver para explicar las cosas en persona, hablar con cada uno de ellos personalmente. Y, después de tanto tiempo, tenía muy claro que la manera de ponerse en contacto con ellos no era pedirles que la alojaran en su casa.
Tendría que salir de aquello ella sola.
—Parece que hubiera pasado un tornado.
Vanessa se dio la vuelta para encontrarse con Zac, de pie en el umbral de la puerta con aspecto de ejecutivo de Wall Street y el ceño fruncido. Justo en ese momento, Emily comenzó a protestar, lo que hizo que su gesto empeorara.
—Hola, princesa —la saludó y enseguida la tomó en brazos.

domingo, 12 de febrero de 2012

Capitulo 4

La tormenta de nieve continuó durante la mañana del día siguiente hasta la tarde tenebrosa. Sin embargo Vanessa despertó con una increíble sensación de plenitud y satisfacción. A pesar de que le dolía el cuerpo entero, jamás se había sentido más feliz.
Y todo era porque hacía solo unas horas que se había convertido en madre.
Con solo recordarlo se le dibujaba en los labios una enorme sonrisa y hasta se le olvidaba dónde estaba. De pronto le daba igual si no podía marcharse de la casa de Zac, o si se retrasaba la inauguración de la pastelería, solamente quería hacer perdurar mientras pudiera la emoción de aquel momento. Claro que no le vendría mal la visita del doctor Pinta para que este le confirmara que todo estaba como debía. Desgraciadamente todavía tendría que esperar uno o dos días para que eso sucediera.
La pequeña Emily se movió con inquietud entre sus brazos y, con solo mirarla, el instinto de Vanessa le dijo qué era lo que quería. Aquel era un momento histórico, estaba a punto de darle el pecho a su hija por vez primera, y eso la asustaba. Había leído toda la teoría necesaria pero, como en todo, seguramente la práctica sería muy diferente. Se abrió la bata lentamente mientras colocaba a la niña como se lo había visto hacer a otras madres; no tardó en comprobar que no había ninguna necesidad de preocuparse, porque en solo unos segundos Emily había encontrado el camino hasta el pecho y se había puesto a mamar como si llevara meses haciéndolo. Estaba claro que aquello era lo más natural del mundo.
Y algo que a Vanessa le habría gustado compartir con alguien.
Alzó la mirada. Al otro lado de la habitación, en el sillón de terciopelo descansaba su caballero andante. Mientras ellas dormían Zac debía de haberse quitado la camisa sucia y no se había molestado en ponerse otra limpia. Por supuesto, a ella no le importaba lo más mínimo que estuviera allí con el torso desnudo. De hecho, se entretuvo en observarlo minuciosamente. Tenía el pelo alborotado, los músculos relajados y la barbilla cubierta de una barba incipiente. A medida que sus ojos iban bajando hacia el pecho, el corazón de Vanessa se iba acelerando. Se moría de ganas de tocarlo, deseaba tenerlo más cerca por mucho que supiera que debía controlar esos sentimientos.
Merecía el descanso porque había luchado mucho para cumplir su promesa de sacarlas a ella y a su hija sanas y salvas de aquel difícil parto. Y ella jamás podría olvidar la imagen de Zac entregándole a la pequeña Emily.
Orgulloso. Y tan guapo...
En aquel momento en que la vida parecía perfecta, Vanessa habría deseado que él fuera su marido y el padre de su hija. Tenía que apartar aquellos pensamientos de su cabeza, debía recordar que Zac era solo su amigo, un hombre que la había ayudado para saldar una deuda que creía tener con ella.
Retiró la mirada de él pero en realidad su caballero no estaba dormido. Zac tenía los ojos cerrados pero escuchaba todo lo que sucedía en la habitación, llevado por un profundo, y quizás ilegítimo, instinto de protección. Por eso sabía que Vanessa estaba dando de mamar a la pequeña y se sentía incómodo. No sabía si debía quedarse o marcharse, o si tenía derecho a compartir ese momento tan íntimo. Sin embargo y a pesar de las dudas, su deseo de estar cerca de ellas pudo más.
Justo entonces el dolor en la pierna se hizo tan intenso que tuvo que moverse para poder estirarla.
—¿Zac?
Lo último que quería era perturbar la paz reinante, pero tampoco podía no contestar.
—¿Sí?
—Pensé que estabas dormido.
—Es que me dolía la pierna.
—Bueno, pues ya que te has despertado —dio unas palmaditas en la cama invitándolo a sentarse a su lado—. Me encantaría tener un poco de compañía.
Se sintió inquieto. Estaba más seguro a unos metros de distancia.
—Vamos, así puedes estirar la pierna.
—¿Estás segura?
—Claro que sí.
Cualquier duda se esfumó al instante. Le daba igual si tenía derecho o no, quería estar cerca de ellas, quería compartir lo que ella estaba dispuesta a darle. Aquella tormenta le había permitido olvidar su pasado y toda la rabia contenida; se había creado de pronto una especie de mundo de ensueño. Al fin y al cabo, ¿quién era él para romper aquel delicioso encantamiento? De hecho, seguramente acabaría rompiéndose sin su ayuda; en un par de días Nessa se marcharía con Emily y él volvería a su vida normal. El cuerpo entero se le puso en tensión al pensar aquello.
Decidió no preocuparse con lo que pasaría, así que se levantó y fue a sentarse al lado de Nessa, que tenía a la pequeña mamando satisfecha de uno de sus pechos.
—Debes de estar agotado —le dijo ella con dulzura.
—Estoy bien. ¿Tú qué tal estás?
—Genial. Cansada pero genial —al decir aquello miró hacia la ventana—. Parece que la tormenta se está alargando. Me temo que vamos a estar molestándote un poco más.
—Y yo me temo que tú vas a tener que seguir sufriendo mi comida.
Vanessa respondió con una carcajada y luego volvió a mirar a su hija; sin darse cuenta, Zac hizo lo mismo. La pequeña Emily tenía los ojos cerrados y Nessa estaba preciosa, tan natural con el pecho desnudo y una suave sonrisa en los labios. Era lo más dulce que había visto jamás, lo más dulce y lo más...
Se puso en pie inmediatamente y se pasó una mano por el pelo con un gesto de confusión. No se atrevía a poner nombre a lo que estaba sintiendo. Tenía que salir de esa habitación antes de volverse loco por completo.
—Debes de tener hambre. ¿Qué te parece si voy a preparar algo de comer? —sugirió con normalidad.
—Sé que debería estar muerta de hambre, pero no lo estoy.
—Pero necesitas estar fuerte, después de lo de la tormenta y del parto... Es demasiado para solo dos días.
La expresión de Vanessa se dulcificó aún más.
—No te vayas.
Era como si le clavaran cientos de alfileres en el pecho. Lo que más deseaba en ese instante era quedarse allí con ella y eso lo hacía sentirse nervioso.
Durante toda su vida Zac no había sido ningún monje. Las mujeres siempre se habían acercado a él porque sabían quién era y, aunque tenían ciertas reticencias por su reputación, la curiosidad siempre podía más. Por su parte él solía mantener las distancias y ser franco con ellas, de manera que aquellas que acababan en su cama lo hacían a sabiendas de que él no buscaba relaciones serias. El resumen de todo aquello era que había evitado necesitar a nadie o que alguien lo necesitara. Eso era lo que veía en ese mismo instante en los ojos de Nessa, y eso era precisamente lo que le daba tanto miedo. Pero lo que más lo aterraba, y lo que más le costaba admitir, era que también lo notaba en sí mismo. Tenía que alejarse de ella inmediatamente.
—Voy a hacerte otro sándwich —insistió, provocando una expresión de decepción en el rostro de Vanessa, que enseguida hizo un esfuerzo para que no se le notara.
—Está bien, pero después prométeme que dormirás un rato.
Zac asintió y salió de la habitación. Los pinchazos de la pierna se habían intensificado y, aun asilo que más la molestaba era lo que sentía en el pecho. Quería que durmiera un poco. Pues si dormía, lo haría en el sillón porque, por muy claro que viera que tenía que alejarse de ella, también sabía que mientras Nessa y su hija estuvieran en su casa, eran su responsabilidad y debía velar por su bienestar.
Pero, ¿cómo iba a explicárselo a ella? Y sobre todo, ¿cómo podía explicarse a sí mismo el tremendo sentimiento de protección que ella le provocaba? ¿Cómo iba a deshacerse de tal sentimiento antes de que lo devorara por dentro?
Esa misma tarde Vanessa se había levantado para ir al baño cuando Zac entró en el dormitorio con una especie de carrito.
—¿Qué es eso? —preguntó ella sorprendida.
—La cama de Emily —respondió con total seriedad.
Nessa se quedó boquiabierta unos segundos antes de detenerse a observar el carrito. Zac lo había construido para su hija. Aquel hombre dulce y sexy le había hecho una cuna a su pequeña.
Unas horas antes, después de llevarle el sándwich, había salido de allí inmediatamente con la excusa de que tenía mucho trabajo. Vanessa estaba convencida de que no volvería a aparecer por allí hasta el día siguiente, pero la sorprendió, cosa que había hecho a menudo en los últimos días.
—¿Cómo la has hecho?
—Es el carro de un ordenador y encima le he puesto una cesta de la colada. Después le he hecho el colchón con un par de almohadas —tras la explicación la miró en busca de su aprobación—. ¿Crees que estará cómoda?
Vanessa no pudo menos que sonreír. ¿Cómo no iba a estar cómoda? Lo que había hecho era sencillamente impresionante.
—Es estupenda. Muchas gracias.
—También he cortado más toallas para que las uses de pañales.
—Has pensado en todo.
—Solo intento que mis invitadas se encuentren a gusto en mi casa —respondió encogiéndose de hombros como restándole importancia.
—Pues lo has conseguido.
Se la quedó mirando fijamente, sus ojos iban de los de ella a su boca.
—Voy a preparar algo de cena —en el rostro de ella se volvió a reflejar la decepción—. Pero no te preocupes, no voy a hacer más sándwiches. Creo que esta noche te mereces una cena de verdad.
Ese detalle no hizo más que acrecentar el agradecimiento de Vanessa.
—¿Podrías cuidar a Emily unos minutos?
—¿Cuidar de ella?
—Sí, me gustaría darme una ducha caliente.
—Pero si yo no sé nada de niños. Nessa, yo...
—No tendrás ningún problema —le aseguró sonriente—. Vamos, Zac, tú las has traído a este mundo. Confío en ti plenamente.
—Está bien, pero como se ponga a llorar, te la llevo. Me da igual si estás en la ducha o no.
Con solo imaginar la situación, Vanessa sintió que se le cortaba la respiración. Esperó unos segundo a ver si Zac añadía algo más o al menos matizaba sus palabras, pero nada de eso ocurrió.
—La cena estará lista en media hora.
Se, humedeció los labios con la lengua antes de contestar.
—De acuerdo.
Zac siguió tal movimiento con la mirada y, sin darse cuenta, resopló débilmente.
—Hasta dentro de media hora entonces —le dijo antes de salir de la habitación con Emily en brazos.
Vanessa se quedó allí, sola y acalorada. ¿Qué demonios le ocurría? ¿Por qué actuaba como una colegiala en lugar de como una madre? Estaba claro que su encaprichamiento juvenil había vuelto a la carga y, si no salía pronto de aquella casa, estaría en serio peligro de que tal sentimiento se convirtiera en algo más fuerte.
Algo que no desaparecería en solo unos días, como la tormenta invernal que seguía demostrando su poder en el exterior.
Vanessa estuvo bajo el agua caliente durante al menos veinte minutos; después de secarse el pelo y ponerse una ropa de deporte que le había dejado Zac,salió del baño con fuerzas renovadas pero echando mucho de menos a Emily. Era curioso que en un solo día hubiera dejado de entender su vida sin la pequeña.
Ya desde el pasillo ovó que sonaba ópera en el piso de abajo y percibió un delicioso olor.
Cuando se asomó a la cocina encontró ante sí una imagen que la dejó embelesada. Allí estaba aquel guapísimo hombre de casi un metro ochenta, ataviado con un delantal rojo, bailando al ritmo de la música con la pequeña Emily entre sus brazos. La niña lo miraba extasiada. Vanessa sintió un fuerte impulso de unirse a tan bella imagen, pero no tardó en recordar que aquello no era una escena familiar y de nada servía que fingiera lo contrario.
—No sabía que hubieras asistido a clases de baile —comentó Vanessa para avisar de que ya estaba allí. Zac reaccionó inmediatamente poniéndose en tensión, de tal manera que la relajación que había demostrado mientras bailaba con Emily desapareció por completo.
—Es que estaba llorando y pensé que le gustaría que la acunara un poco —le explicó detalladamente—. Y no quería interrumpir tu ducha.
—Te lo agradezco —respondió Vanessa no demasiado convencida.
Le devolvió a la niña y se dirigió al fogón en el que se estaba calentando una cacerola de pollo asado. La cojera era más pronunciada que el día anterior, era obvio que la pierna le estaba dando problemas. Vanessa pensó en decirle que se sentara tranquilamente mientras ella se ocupaba de la cena, pero no quiso ofenderlo.
—Huele muy bien.
—Afortunadamente, el ama de llaves había dejado algunas cosas en el congelador. Esto es pollo asado.
—Mi preferido.
—Pensé que tu plato preferido era la sopa de letras.
—Y lo era —respondió Vanessa con una carcajada—. Pero cuando tenía trece años.
—Claro, ahora que eres adulta has elegido algo más sofisticado.
—Eso es.
Por un momento le pareció ver que Zac se estaba divirtiendo.
—Con ese delantal pareces todo un chef—le dijo al tiempo que dejaba a Emily en su nueva cuna.
—Pues tú... —hizo una pausa que hizo que Vanessa lo mirara intrigado y comprobara que tenía los ojos clavados en ella—. Estás preciosa con mi ropa.
Tuvo que bajar la cabeza para intentar evitar que se diera cuenta de que se había ruborizado.
—Gracias, pero sé con exactitud qué aspecto tengo.
—¿Y qué aspecto tienes según tú?
—El de alguien agotado que acaba de dar a luz.
—Escucha, Nessa —le dijo con un tono tan serio que Vanessa lo miró a los ojos—. Creo que jamás había visto a una mujer más bella de lo que tú lo estás ahora mismo.
Se quedó mirándolo fijamente unos segundos y luego se echó a reír no sin cierto nerviosismo.
—¡Qué mentiroso!
—Se me ocurren un par de métodos infalibles de convencerte.
De pronto Zac sintió cómo todo el desenfado desaparecía como si lo hubieran sorprendido riéndose en un funeral. Nessa volvió a mirarlo fijamente con el rubor reflejado en aquellos maravillosos y sexys ojos café. ¿Iba a preguntarle cuáles eran esos métodos? Y si lo hacía, ¿le diría la verdad?
Pero entonces Emily empezó a hacer ruido y la magia se rompió como una campaña de cristal. Vanessa se dirigió hacia ella y Zac se dispuso a terminar la cena.
—¿Qué es esto que lleva por pañal? —preguntó ella unos minutos más tarde.
Zac ni siquiera se dio la vuelta para contestar.
—Es una camiseta, se la he puesto porque las toallas abultan demasiado.
—¿Y qué pone?
—«Los programadores saber cómo utilizar su material» —respondió con sequedad. Mi ama de llaves me regala una todas las Navidades, debe pensar que son divertidas; a mí lo que me resulta divertido es que crea que me las voy a poner.
—Por eso has decidido convertirlas en pañales.
—Exacto, al menos así tienen una utilidad.
—Tienes toda la razón —dijo ella riendo justo cuando él le servía un plato de pollo asado y judías verdes en una mesa preparada para un solo comensal—. ¿Y tú no vas a comer conmigo?
—Yo no...
—Ya, ya sé que nunca comes con gente —interrumpió ella—. Lo recuerdo. Algún día te preguntaré el motivo.
—Y quizá ese día yo te lo cuente —replicó él sentándose frente a ella.
Después observó satisfecho cómo Nessa se comía todo lo que había en el plato. Lo único que necesitaba era alimento y descanso y él se iba a asegurar de que tuviera ambas cosas.
—Se te da muy bien calentar la comida —bromeó ella cuando hubo terminado—. De hecho, has llevado a cabo dos grandes hazañas en el mismo día: cambiar pañales y hacer la cena.
—La verdad es que tengo que confesar que Emily ayudó mucho en la primera. Es una jovencita con mucha paciencia.
—A eso se le llama adular, pequeña —avisó Nessa dirigiéndose a su hija—. Ten mucho cuidado cuando lo hagan los hombres.
—No hagas caso, princesa.
—¿Princesa?
Es que es un encanto, parece toda una princesita,como su madre —explicó Zac,cuando se dio cuenta del error que cometió,sin saber porque,añadió rapidamente— no todos los días veo una criatura hermosa como ella ¿verdad princesa?.

Seguramente porque las palabras de cariño no eran muy habituales en él y ya era la segunda en menos de una hora. De hecho, él ni siquiera solía charlar así como así, más bien hablaba de cosas sin ir al grano directamente. Así era antes de que apareciera Nessa.
—Bueno, cuéntame lo de la pastelería —le pidió en un esfuerzo por desviar la conversación y sus pensamientos hacia un terreno menos peligroso—. ¿Desde cuándo tienes ese plan?
—Hace unos cuatro años pensé hacerlo, pero entonces conocí a Rick.
Zac la escuchaba mientras movía el carrito de Emily después de que esta hubiera hecho el amago de echarse a llorar.
—¿Es que él no quería que trabajaras?
Vanessa respondió con una mirada de tristeza.
—Sin embargo cada vez que llevaba un postre a una cena, todo el mundo quedaba entusiasmado.
—Puedo imaginármelo. Recuerdo que los domingos solías hacer algo especial para tu padre y para mí.
—¿Y qué era?
—¿No lo recuerdas? —preguntó sintiéndose casi tan decepcionado como fingía estar.
—Debe de ser porque estoy cansada.
Zac se puso en pie inmediatamente.
—Tienes razón. Vamos, te acompaño hasta el dormitorio —había llegado el momento de que descansara. Él esperaría hasta que se hubiera quedado dormida y después se iría a trabajar con la esperanza de que el sol brillara al día siguiente. Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Emily estaba completamente dormida en su cunita.
—Sé que ya te lo he dicho un montón de veces, pero muchas gracias. Gracias por cuidarnos tan bien y ser tan buen amigo.
Él asintió a pesar de que las últimas palabras se le habían clavado en el pecho como un puñal. Y, para empeorar aún más las cosas, Vanessa se alzó de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Era un suave beso de amiga que a él le llegó hasta lo más hondo y que le hizo perder el control.
Sin pensarlo siquiera, la rodeó por la cintura y la acercó a él sin dejar de mirarla a los ojos.
—¿Vas a besarme? —le preguntó ella en un susurro casi inaudible.