viernes, 17 de febrero de 2012

Capitulo 5

—¿Vas a besarme? —le preguntó ella en un susurro casi inaudible.
—¿Me lo impedirías si lo hiciera?
—No.
Al principio la besó con delicadeza, hasta que ella dejó claro que no era ninguna frágil florecilla y se aproximó más a él con los labios entreabiertos. Sus lenguas se movieron al unísono y el mundo entero giró a su alrededor.
—Zac —dijo ella con un suspiro al tiempo que le pasaba los brazos por el cuello.
Pero al oírla pronunciar su nombre, él salió del lejano mundo al que se había dejado arrastrar y se dio cuenta de que se estaba metiendo en un lío. Tenía que detener aquello antes de que fuera demasiado tarde. Con toda la fuerza de voluntad que pudo encontrar dentro de él, la retiró de su lado.
—Lo siento. Nessa.
—Yo no —admitió ella con una sinceridad que lo dejó paralizado unos segundos.
—Esto no puede volver a ocurrir.
—¿Y eso por qué?
—Porque no quiero que estés con alguien como yo.
—¿Estás intentando protegerme de ti? —le preguntó furiosa.
—Algo así.
—Creo que te olvidas que ahora soy adulta, Zac. Ya no tengo trece años y puedo tomar mis propias decisiones sin que nadie me proteja —lo miró como intentando leer sus pensamientos—. Es eso, ¿verdad? Tú no me ves como a una mujer.
Zac estuvo a punto de echarse a reír al oír aquello. No podía decirle que ese era precisamente el problema, que la veía como a una mujer impresionante, una mujer con unos labios enrojecidos por el beso a los que no podía dejar de mirar. Pero no podía decírselo, ni eso ni que ella no era para él. Ella se marcharía dentro de un par de días y decir o hacer algo más solo serviría para empeorar las cosas.
—Buenas noches, Nessa.
Se dio la vuelta, dejándola allí y pensando que de buena no tenía nada la noche. Ella cerró la puerta de un portazo ignorando que él volvería en cuanto estuviese dormida para velar sus sueños... y desear un poco más de eso que le acababa de dar, más de algo que jamás tendría porque él mismo no se lo permitiría.

   Cinco días después las carreteras seguían cortadas y no había dejado de nevar. Tampoco se había borrado el impacto que había tenido aquel beso en Vanessa que seguía preguntándose por qué habría empezado aquello, seguramente porque lo había deseado y, aunque no supiera que su inocente beso acabaría de forma tan apasionada, lo cierto era que lo había deseado con todas sus fuerzas.
El problema era que ahora se sentía completamente confundida.
Miró a su hija metida en la cunita, parecía tan contenta en la cestita que le había hecho Zac.

Ojalá pudiera comprenderlo. ¿Qué le habría hecho alejarse de ella de tal manera? ¿Habría sido por Emily? ¿O acaso era que no quería bajar la guardia, olvidar el pasado y olvidarse de protegerla y empezar a verla como a una mujer? Entonces... ¿por qué la habría estado adulando durante la cena? ¿Acaso lo había hecho sólo para subirle la moral?
El caso era que algo debía de sentir por él porque en aquel beso había mucho deseo contenido, de eso estaba segura. Había tanto calor como el que despedían los pastelitos que estaba horneando en el mismo instante en el que Zac entró en la cocina.
—Vas a hacer que venga toda la ciudad siguiendo ese olor.
Vanessa casi se quedó sin habla al verlo en el umbral de la puerta. Estaba impresionante recién afeitado, con el pelo todavía húmedo de la ducha y completamente vestido de negro. Al pasar por la cuna de Emily, le lanzó una sonrisa e Vanessa se preguntó si alguna vez le permitiría ayudarlo a curar las profundas heridas que le habían infringido en el pasado. A veces tenía la sensación de que estaba a punto de abrir su corazón con ella, en esos momentos en los que estaban relajados charlando. Seguramente era por esos momentos por los que tanto se había esforzado en evitarla en los últimos días.
—Ese es el poder que puede llegar a tener un simple pastelito —dijo ella modestamente.
—Parece todo menos simple.
Zac se quedó de pie detrás de ella, lo que le dio tiempo a Vanessa para percibir su aroma; era la esencia de la masculinidad.

—Es una nueva receta que estoy probando —le dijo al tiempo que sumergía uno de los pastelitos en la crema de chocolate que había preparado antes. Aunque en realidad aquella receta no tenía nada de nuevo puesto que se trataba de los dulces que tanto le gustaban a Zac de niño, los mismos que él había pensado que ella no recordaba la otra noche, la noche en la que...
Lo cierto era que los recordaba perfectamente, era una receta que había hecho millones de veces, y cada una de esas veces se había acordado de él.
—Me gustaría que me dieras tu opinión —le pidió tímidamente.
—¿Necesitas un catador? —dijo acercándose más a ella. ¿Por qué demonios tenía que ser tan sexy?
—Algo así —¿y por qué seguía afectándole tanto a ella?—. Pero solo si tienes tiempo.
—Creo que dispongo de unos minutos.
—¿Por qué no te sientas a la mesa?
Él titubeó unos segundos antes de hablar.
—Llevas días cocinando para mí. Debes de estar cansada. Debería ser yo el que te preparara el desayuno.
—Jamás pensé que lo diría, pero no me gusta que me sirvan —y además le encantaba cocinar para él, pero eso no lo iba a confesar—. Así que, siéntate y prueba los pastelitos.
—También has preparado café —comentó encantado.
—Es muy fácil, solo he tenido que decir «Café». Creo que me estoy acostumbrando a cómo funcionan aquí las cosas —justo antes de tener que marcharse, pensó mientras le servía los pastelitos.
—¿Y tú no vas a tomar ninguno?
Vanessa lo miró sonriente y dijo con cierta picardía:
—No me gusta comer acompañada.
—Eso tenía que decirlo yo —contestó él riéndose.
—No, tú tienes que decir «qué pastelito tan bueno».
Por respeto a Zac, Vanessa le dio la espalda mientras comía y se entretuvo en colocar los ingredientes que había utilizado.
—No, no están buenos —dijo él por fin. Ella se volvió con el corazón en vilo.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir con que no están buenos?
—Pues que no están buenos, Nessa —se recostó sobre el respaldo de la silla—. Están deliciosos, incluso mejor de lo que recordaba.
—Estúpido —dijo ella tirándole un trapo de cocina a la cara, a lo que él respondió riéndose a carcajadas.
Ese lado bromista de Zac era completamente nuevo para ella y le resultaba demasiado atractivo, tan adictivo como el chocolate que tenía en aquellos momentos en la comisura de los labios. Sin pensar lo que hacía, Vanessa se acercó a él y fue a quitárselo con la mano.
—Tienes...
—¿Qué?
—Un poco de chocolate... —en el momento en el que sus dedos le tocaron la piel, él le agarró la mano con la suya.
Se quedaron así unos segundos, sin dejar de mirarse a los ojos. Guando la situación se hizo demasiado intensa para seguir resistiéndose, Vanessa decidió mirar a otro lado y hablar:
—Ha dejado de nevar.
—¿Qué?
—Que ha dejado de nevar —entonces él le soltó la mano y la dejó marchar.
Se pasaron los siguientes quince minutos en silencio, viendo cómo el débil sol de noviembre deshacía la nieve poco a poco.
Las palabras de Zac rompieron en silencio y el sueño de convivencia que había durando cinco días.
—Mañana a estas horas ya estarán abiertas las carreteras.
Vanessa asintió sin mirarlo siquiera.
—Y Emily y yo podremos marcharnos.
Él no contestó, se limitó a observar el rayo de sol que inundó de pronto la cocina.
Zac se pasó la mitad del día siguiente deambulando por la casa casi sin darse cuenta de los pinchazos que le recorrían la pierna. Como él mismo había previsto, habían abierto las carreteras y Nessa se había marchado a eso de las dos de la tarde. No tenía la menor intención de darle importancia a lo que sentía, solo le daba lástima que Emily y ella se hubieran ido.
Eso sí, él había pagado su deuda con creces.
Debería haberse sentido aliviado por que ya no estuvieran allí, al fin y al cabo habían interrumpido su vida y su tranquilidad. Sin embargo, lo que había sentido cuando el Doctor Pinta había asegurado que madre e hija estaban en perfectas condiciones no había tenido nada que ver con el alivio.
Era más bien preocupación.
Allí estaba, en un despacho inundado de papeles, con multitud de trabajo por hacer y sin poder centrar sus pensamientos en eso. Tenía que terminar el software que ya le había vendido a aquella empresa de Los Angeles y que, hasta el momento, era el mayor proyecto que había acometido en su vida.
Solo seis semanas para hacerlo y no podía concentrarse ni un minuto.
No había podido quitarse aquel beso de la cabeza, ni el beso ni la enorme necesidad de sentirla cerca de él. Y no quería ni pensar en cuánto iba a echarlas de menos cuando fuera al dormitorio aquella noche.
¿Cómo iba a concentrarse sin saber si Emily y Nssase encontraban bien? ¿Qué ocurriría si había otra tormenta mientras ella todavía estaba limpiando el local de la tienda? ¿Qué pasaría si la cuadrilla de limpieza no conseguía llegar para ayudarla? Jamás se perdonaría no haber estado allí para protegerlas si algo les ocurriera.
Salió del despacho y se metió en el ascensor convenciéndose de que lo mejor era que fuera a comprobar que estaban bien. Les llevaría un teléfono para que pudieran ponerse en contacto con él siempre que lo necesitaran. Después se quedaría más relajado y podría trabajar.

 Al menos no hacía frío, pensó Vanessa mientras observaba lo sucia que estaba la casa. Iba a tardar al menos una semana en poner en orden todo aquello, y durante ese tiempo no tenían otro sitio donde quedarse porque el hotel estaba lleno.
No se le había ocurrido que el apartamento se encontrara en tal estado. Lo único que había pensado era que necesitaba alejarse del hombre que hacía que le temblaran las rodillas y que el corazón se le llenara de deseo. Quizá no era razón suficiente para salir corriendo, pero eso era exactamente lo que había hecho.
El Doctor Pinta la había llevado al cementerio a ver la tumba de su padre, después a la tienda a proveerse de todo lo necesario y más tarde al apartamento. El pobre hombre no le había podido ofrecer otro sitio donde quedarse porque tenía una paciente en casa recuperándose de una caída. Vanessa le había asegurado que no tenía por qué preocuparse puesto que varios amigos habían puesto sus casas a su disposición.
Pero le había mentido. Lo cierto era que todavía no había llamado a ninguno de sus viejos amigos de Fielding porque no se encontraba con fuerzas de ponerse a explicar todo lo sucedido en el pasado.
Cuando se mudó a Chicago, sus amigos la habían estado llamando durante meses, pero Rick había sido muy tajante al afirmar que debía cortar todos los lazos con el pasado. Entonces ella no se había preocupado porque su marido fuera tan controlador, solo había deseado que su matrimonio funcionara y se había esforzado por convencerse a sí misma que lo que él quería era empezar una nueva vida con ella. Pero el sueño no había tardado en desvanecerse.
Después de la muerte de Rick había pensado en ponerse en contacto con la gente de Fielding, pero le dio miedo que ellos no la perdonaran. Por eso había decidido que lo mejor era volver para explicar las cosas en persona, hablar con cada uno de ellos personalmente. Y, después de tanto tiempo, tenía muy claro que la manera de ponerse en contacto con ellos no era pedirles que la alojaran en su casa.
Tendría que salir de aquello ella sola.
—Parece que hubiera pasado un tornado.
Vanessa se dio la vuelta para encontrarse con Zac, de pie en el umbral de la puerta con aspecto de ejecutivo de Wall Street y el ceño fruncido. Justo en ese momento, Emily comenzó a protestar, lo que hizo que su gesto empeorara.
—Hola, princesa —la saludó y enseguida la tomó en brazos.

2 comentarios:

  1. ahhh perfecta sigue pblicando
    bss

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  2. AAAAAAAAWWWWWWW
    kw bonito!!!
    zac se preocupa
    pero si tanto le gusta porke dejo el beso a medias ¬¬
    idiota
    bueno esta super interesante la nove
    publica rapido!
    bye!
    kisses!

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