domingo, 12 de febrero de 2012

Capitulo 4

La tormenta de nieve continuó durante la mañana del día siguiente hasta la tarde tenebrosa. Sin embargo Vanessa despertó con una increíble sensación de plenitud y satisfacción. A pesar de que le dolía el cuerpo entero, jamás se había sentido más feliz.
Y todo era porque hacía solo unas horas que se había convertido en madre.
Con solo recordarlo se le dibujaba en los labios una enorme sonrisa y hasta se le olvidaba dónde estaba. De pronto le daba igual si no podía marcharse de la casa de Zac, o si se retrasaba la inauguración de la pastelería, solamente quería hacer perdurar mientras pudiera la emoción de aquel momento. Claro que no le vendría mal la visita del doctor Pinta para que este le confirmara que todo estaba como debía. Desgraciadamente todavía tendría que esperar uno o dos días para que eso sucediera.
La pequeña Emily se movió con inquietud entre sus brazos y, con solo mirarla, el instinto de Vanessa le dijo qué era lo que quería. Aquel era un momento histórico, estaba a punto de darle el pecho a su hija por vez primera, y eso la asustaba. Había leído toda la teoría necesaria pero, como en todo, seguramente la práctica sería muy diferente. Se abrió la bata lentamente mientras colocaba a la niña como se lo había visto hacer a otras madres; no tardó en comprobar que no había ninguna necesidad de preocuparse, porque en solo unos segundos Emily había encontrado el camino hasta el pecho y se había puesto a mamar como si llevara meses haciéndolo. Estaba claro que aquello era lo más natural del mundo.
Y algo que a Vanessa le habría gustado compartir con alguien.
Alzó la mirada. Al otro lado de la habitación, en el sillón de terciopelo descansaba su caballero andante. Mientras ellas dormían Zac debía de haberse quitado la camisa sucia y no se había molestado en ponerse otra limpia. Por supuesto, a ella no le importaba lo más mínimo que estuviera allí con el torso desnudo. De hecho, se entretuvo en observarlo minuciosamente. Tenía el pelo alborotado, los músculos relajados y la barbilla cubierta de una barba incipiente. A medida que sus ojos iban bajando hacia el pecho, el corazón de Vanessa se iba acelerando. Se moría de ganas de tocarlo, deseaba tenerlo más cerca por mucho que supiera que debía controlar esos sentimientos.
Merecía el descanso porque había luchado mucho para cumplir su promesa de sacarlas a ella y a su hija sanas y salvas de aquel difícil parto. Y ella jamás podría olvidar la imagen de Zac entregándole a la pequeña Emily.
Orgulloso. Y tan guapo...
En aquel momento en que la vida parecía perfecta, Vanessa habría deseado que él fuera su marido y el padre de su hija. Tenía que apartar aquellos pensamientos de su cabeza, debía recordar que Zac era solo su amigo, un hombre que la había ayudado para saldar una deuda que creía tener con ella.
Retiró la mirada de él pero en realidad su caballero no estaba dormido. Zac tenía los ojos cerrados pero escuchaba todo lo que sucedía en la habitación, llevado por un profundo, y quizás ilegítimo, instinto de protección. Por eso sabía que Vanessa estaba dando de mamar a la pequeña y se sentía incómodo. No sabía si debía quedarse o marcharse, o si tenía derecho a compartir ese momento tan íntimo. Sin embargo y a pesar de las dudas, su deseo de estar cerca de ellas pudo más.
Justo entonces el dolor en la pierna se hizo tan intenso que tuvo que moverse para poder estirarla.
—¿Zac?
Lo último que quería era perturbar la paz reinante, pero tampoco podía no contestar.
—¿Sí?
—Pensé que estabas dormido.
—Es que me dolía la pierna.
—Bueno, pues ya que te has despertado —dio unas palmaditas en la cama invitándolo a sentarse a su lado—. Me encantaría tener un poco de compañía.
Se sintió inquieto. Estaba más seguro a unos metros de distancia.
—Vamos, así puedes estirar la pierna.
—¿Estás segura?
—Claro que sí.
Cualquier duda se esfumó al instante. Le daba igual si tenía derecho o no, quería estar cerca de ellas, quería compartir lo que ella estaba dispuesta a darle. Aquella tormenta le había permitido olvidar su pasado y toda la rabia contenida; se había creado de pronto una especie de mundo de ensueño. Al fin y al cabo, ¿quién era él para romper aquel delicioso encantamiento? De hecho, seguramente acabaría rompiéndose sin su ayuda; en un par de días Nessa se marcharía con Emily y él volvería a su vida normal. El cuerpo entero se le puso en tensión al pensar aquello.
Decidió no preocuparse con lo que pasaría, así que se levantó y fue a sentarse al lado de Nessa, que tenía a la pequeña mamando satisfecha de uno de sus pechos.
—Debes de estar agotado —le dijo ella con dulzura.
—Estoy bien. ¿Tú qué tal estás?
—Genial. Cansada pero genial —al decir aquello miró hacia la ventana—. Parece que la tormenta se está alargando. Me temo que vamos a estar molestándote un poco más.
—Y yo me temo que tú vas a tener que seguir sufriendo mi comida.
Vanessa respondió con una carcajada y luego volvió a mirar a su hija; sin darse cuenta, Zac hizo lo mismo. La pequeña Emily tenía los ojos cerrados y Nessa estaba preciosa, tan natural con el pecho desnudo y una suave sonrisa en los labios. Era lo más dulce que había visto jamás, lo más dulce y lo más...
Se puso en pie inmediatamente y se pasó una mano por el pelo con un gesto de confusión. No se atrevía a poner nombre a lo que estaba sintiendo. Tenía que salir de esa habitación antes de volverse loco por completo.
—Debes de tener hambre. ¿Qué te parece si voy a preparar algo de comer? —sugirió con normalidad.
—Sé que debería estar muerta de hambre, pero no lo estoy.
—Pero necesitas estar fuerte, después de lo de la tormenta y del parto... Es demasiado para solo dos días.
La expresión de Vanessa se dulcificó aún más.
—No te vayas.
Era como si le clavaran cientos de alfileres en el pecho. Lo que más deseaba en ese instante era quedarse allí con ella y eso lo hacía sentirse nervioso.
Durante toda su vida Zac no había sido ningún monje. Las mujeres siempre se habían acercado a él porque sabían quién era y, aunque tenían ciertas reticencias por su reputación, la curiosidad siempre podía más. Por su parte él solía mantener las distancias y ser franco con ellas, de manera que aquellas que acababan en su cama lo hacían a sabiendas de que él no buscaba relaciones serias. El resumen de todo aquello era que había evitado necesitar a nadie o que alguien lo necesitara. Eso era lo que veía en ese mismo instante en los ojos de Nessa, y eso era precisamente lo que le daba tanto miedo. Pero lo que más lo aterraba, y lo que más le costaba admitir, era que también lo notaba en sí mismo. Tenía que alejarse de ella inmediatamente.
—Voy a hacerte otro sándwich —insistió, provocando una expresión de decepción en el rostro de Vanessa, que enseguida hizo un esfuerzo para que no se le notara.
—Está bien, pero después prométeme que dormirás un rato.
Zac asintió y salió de la habitación. Los pinchazos de la pierna se habían intensificado y, aun asilo que más la molestaba era lo que sentía en el pecho. Quería que durmiera un poco. Pues si dormía, lo haría en el sillón porque, por muy claro que viera que tenía que alejarse de ella, también sabía que mientras Nessa y su hija estuvieran en su casa, eran su responsabilidad y debía velar por su bienestar.
Pero, ¿cómo iba a explicárselo a ella? Y sobre todo, ¿cómo podía explicarse a sí mismo el tremendo sentimiento de protección que ella le provocaba? ¿Cómo iba a deshacerse de tal sentimiento antes de que lo devorara por dentro?
Esa misma tarde Vanessa se había levantado para ir al baño cuando Zac entró en el dormitorio con una especie de carrito.
—¿Qué es eso? —preguntó ella sorprendida.
—La cama de Emily —respondió con total seriedad.
Nessa se quedó boquiabierta unos segundos antes de detenerse a observar el carrito. Zac lo había construido para su hija. Aquel hombre dulce y sexy le había hecho una cuna a su pequeña.
Unas horas antes, después de llevarle el sándwich, había salido de allí inmediatamente con la excusa de que tenía mucho trabajo. Vanessa estaba convencida de que no volvería a aparecer por allí hasta el día siguiente, pero la sorprendió, cosa que había hecho a menudo en los últimos días.
—¿Cómo la has hecho?
—Es el carro de un ordenador y encima le he puesto una cesta de la colada. Después le he hecho el colchón con un par de almohadas —tras la explicación la miró en busca de su aprobación—. ¿Crees que estará cómoda?
Vanessa no pudo menos que sonreír. ¿Cómo no iba a estar cómoda? Lo que había hecho era sencillamente impresionante.
—Es estupenda. Muchas gracias.
—También he cortado más toallas para que las uses de pañales.
—Has pensado en todo.
—Solo intento que mis invitadas se encuentren a gusto en mi casa —respondió encogiéndose de hombros como restándole importancia.
—Pues lo has conseguido.
Se la quedó mirando fijamente, sus ojos iban de los de ella a su boca.
—Voy a preparar algo de cena —en el rostro de ella se volvió a reflejar la decepción—. Pero no te preocupes, no voy a hacer más sándwiches. Creo que esta noche te mereces una cena de verdad.
Ese detalle no hizo más que acrecentar el agradecimiento de Vanessa.
—¿Podrías cuidar a Emily unos minutos?
—¿Cuidar de ella?
—Sí, me gustaría darme una ducha caliente.
—Pero si yo no sé nada de niños. Nessa, yo...
—No tendrás ningún problema —le aseguró sonriente—. Vamos, Zac, tú las has traído a este mundo. Confío en ti plenamente.
—Está bien, pero como se ponga a llorar, te la llevo. Me da igual si estás en la ducha o no.
Con solo imaginar la situación, Vanessa sintió que se le cortaba la respiración. Esperó unos segundo a ver si Zac añadía algo más o al menos matizaba sus palabras, pero nada de eso ocurrió.
—La cena estará lista en media hora.
Se, humedeció los labios con la lengua antes de contestar.
—De acuerdo.
Zac siguió tal movimiento con la mirada y, sin darse cuenta, resopló débilmente.
—Hasta dentro de media hora entonces —le dijo antes de salir de la habitación con Emily en brazos.
Vanessa se quedó allí, sola y acalorada. ¿Qué demonios le ocurría? ¿Por qué actuaba como una colegiala en lugar de como una madre? Estaba claro que su encaprichamiento juvenil había vuelto a la carga y, si no salía pronto de aquella casa, estaría en serio peligro de que tal sentimiento se convirtiera en algo más fuerte.
Algo que no desaparecería en solo unos días, como la tormenta invernal que seguía demostrando su poder en el exterior.
Vanessa estuvo bajo el agua caliente durante al menos veinte minutos; después de secarse el pelo y ponerse una ropa de deporte que le había dejado Zac,salió del baño con fuerzas renovadas pero echando mucho de menos a Emily. Era curioso que en un solo día hubiera dejado de entender su vida sin la pequeña.
Ya desde el pasillo ovó que sonaba ópera en el piso de abajo y percibió un delicioso olor.
Cuando se asomó a la cocina encontró ante sí una imagen que la dejó embelesada. Allí estaba aquel guapísimo hombre de casi un metro ochenta, ataviado con un delantal rojo, bailando al ritmo de la música con la pequeña Emily entre sus brazos. La niña lo miraba extasiada. Vanessa sintió un fuerte impulso de unirse a tan bella imagen, pero no tardó en recordar que aquello no era una escena familiar y de nada servía que fingiera lo contrario.
—No sabía que hubieras asistido a clases de baile —comentó Vanessa para avisar de que ya estaba allí. Zac reaccionó inmediatamente poniéndose en tensión, de tal manera que la relajación que había demostrado mientras bailaba con Emily desapareció por completo.
—Es que estaba llorando y pensé que le gustaría que la acunara un poco —le explicó detalladamente—. Y no quería interrumpir tu ducha.
—Te lo agradezco —respondió Vanessa no demasiado convencida.
Le devolvió a la niña y se dirigió al fogón en el que se estaba calentando una cacerola de pollo asado. La cojera era más pronunciada que el día anterior, era obvio que la pierna le estaba dando problemas. Vanessa pensó en decirle que se sentara tranquilamente mientras ella se ocupaba de la cena, pero no quiso ofenderlo.
—Huele muy bien.
—Afortunadamente, el ama de llaves había dejado algunas cosas en el congelador. Esto es pollo asado.
—Mi preferido.
—Pensé que tu plato preferido era la sopa de letras.
—Y lo era —respondió Vanessa con una carcajada—. Pero cuando tenía trece años.
—Claro, ahora que eres adulta has elegido algo más sofisticado.
—Eso es.
Por un momento le pareció ver que Zac se estaba divirtiendo.
—Con ese delantal pareces todo un chef—le dijo al tiempo que dejaba a Emily en su nueva cuna.
—Pues tú... —hizo una pausa que hizo que Vanessa lo mirara intrigado y comprobara que tenía los ojos clavados en ella—. Estás preciosa con mi ropa.
Tuvo que bajar la cabeza para intentar evitar que se diera cuenta de que se había ruborizado.
—Gracias, pero sé con exactitud qué aspecto tengo.
—¿Y qué aspecto tienes según tú?
—El de alguien agotado que acaba de dar a luz.
—Escucha, Nessa —le dijo con un tono tan serio que Vanessa lo miró a los ojos—. Creo que jamás había visto a una mujer más bella de lo que tú lo estás ahora mismo.
Se quedó mirándolo fijamente unos segundos y luego se echó a reír no sin cierto nerviosismo.
—¡Qué mentiroso!
—Se me ocurren un par de métodos infalibles de convencerte.
De pronto Zac sintió cómo todo el desenfado desaparecía como si lo hubieran sorprendido riéndose en un funeral. Nessa volvió a mirarlo fijamente con el rubor reflejado en aquellos maravillosos y sexys ojos café. ¿Iba a preguntarle cuáles eran esos métodos? Y si lo hacía, ¿le diría la verdad?
Pero entonces Emily empezó a hacer ruido y la magia se rompió como una campaña de cristal. Vanessa se dirigió hacia ella y Zac se dispuso a terminar la cena.
—¿Qué es esto que lleva por pañal? —preguntó ella unos minutos más tarde.
Zac ni siquiera se dio la vuelta para contestar.
—Es una camiseta, se la he puesto porque las toallas abultan demasiado.
—¿Y qué pone?
—«Los programadores saber cómo utilizar su material» —respondió con sequedad. Mi ama de llaves me regala una todas las Navidades, debe pensar que son divertidas; a mí lo que me resulta divertido es que crea que me las voy a poner.
—Por eso has decidido convertirlas en pañales.
—Exacto, al menos así tienen una utilidad.
—Tienes toda la razón —dijo ella riendo justo cuando él le servía un plato de pollo asado y judías verdes en una mesa preparada para un solo comensal—. ¿Y tú no vas a comer conmigo?
—Yo no...
—Ya, ya sé que nunca comes con gente —interrumpió ella—. Lo recuerdo. Algún día te preguntaré el motivo.
—Y quizá ese día yo te lo cuente —replicó él sentándose frente a ella.
Después observó satisfecho cómo Nessa se comía todo lo que había en el plato. Lo único que necesitaba era alimento y descanso y él se iba a asegurar de que tuviera ambas cosas.
—Se te da muy bien calentar la comida —bromeó ella cuando hubo terminado—. De hecho, has llevado a cabo dos grandes hazañas en el mismo día: cambiar pañales y hacer la cena.
—La verdad es que tengo que confesar que Emily ayudó mucho en la primera. Es una jovencita con mucha paciencia.
—A eso se le llama adular, pequeña —avisó Nessa dirigiéndose a su hija—. Ten mucho cuidado cuando lo hagan los hombres.
—No hagas caso, princesa.
—¿Princesa?
Es que es un encanto, parece toda una princesita,como su madre —explicó Zac,cuando se dio cuenta del error que cometió,sin saber porque,añadió rapidamente— no todos los días veo una criatura hermosa como ella ¿verdad princesa?.

Seguramente porque las palabras de cariño no eran muy habituales en él y ya era la segunda en menos de una hora. De hecho, él ni siquiera solía charlar así como así, más bien hablaba de cosas sin ir al grano directamente. Así era antes de que apareciera Nessa.
—Bueno, cuéntame lo de la pastelería —le pidió en un esfuerzo por desviar la conversación y sus pensamientos hacia un terreno menos peligroso—. ¿Desde cuándo tienes ese plan?
—Hace unos cuatro años pensé hacerlo, pero entonces conocí a Rick.
Zac la escuchaba mientras movía el carrito de Emily después de que esta hubiera hecho el amago de echarse a llorar.
—¿Es que él no quería que trabajaras?
Vanessa respondió con una mirada de tristeza.
—Sin embargo cada vez que llevaba un postre a una cena, todo el mundo quedaba entusiasmado.
—Puedo imaginármelo. Recuerdo que los domingos solías hacer algo especial para tu padre y para mí.
—¿Y qué era?
—¿No lo recuerdas? —preguntó sintiéndose casi tan decepcionado como fingía estar.
—Debe de ser porque estoy cansada.
Zac se puso en pie inmediatamente.
—Tienes razón. Vamos, te acompaño hasta el dormitorio —había llegado el momento de que descansara. Él esperaría hasta que se hubiera quedado dormida y después se iría a trabajar con la esperanza de que el sol brillara al día siguiente. Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Emily estaba completamente dormida en su cunita.
—Sé que ya te lo he dicho un montón de veces, pero muchas gracias. Gracias por cuidarnos tan bien y ser tan buen amigo.
Él asintió a pesar de que las últimas palabras se le habían clavado en el pecho como un puñal. Y, para empeorar aún más las cosas, Vanessa se alzó de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Era un suave beso de amiga que a él le llegó hasta lo más hondo y que le hizo perder el control.
Sin pensarlo siquiera, la rodeó por la cintura y la acercó a él sin dejar de mirarla a los ojos.
—¿Vas a besarme? —le preguntó ella en un susurro casi inaudible.

4 comentarios:

  1. Va a besarla!!??
    di!!!!!
    no la dejes ahi!!!
    estas loca!!??
    esta super interesante!!!
    siguela ya!!!
    porfi ^_^
    XD
    pasate por mi blog!
    bye!
    kisses!

    ResponderEliminar
  2. Va a besarla???
    Amix hasta hoy pude leerla toda tu nove...
    pero me ha encantado..
    esta super
    siguela pronto...
    :D

    ResponderEliminar
  3. ACASO QUIERES MATARME DE LA INTRIGA!! D:
    tu novela es exelente!! :D

    ResponderEliminar
  4. o.O Tu Quieres Que Me Muera o Que???

    Como Puedes Dejarla Asi

    Vas ocasionar mi muerte si no publicas rapido

    jejeje Ntc xD

    Ira a Besarla??

    Awww Me Mato De Ternura Emily

    Siguela Pronto Amiga

    Bye (:

    ResponderEliminar

Recuerda Que Con Tu Comentario,
Me Hace Querer Seguir Publicando ;)