viernes, 24 de febrero de 2012

Capitulo 6

 —Hola, princesa —la saludó y enseguida la tomó en brazos.   
El corazón de Vanessa se llenó de luz. No esperaba volver a verlo tan pronto, creía que tendría tiempo de dejar de echarlo de menos antes de volver a encontrarse frente a él. El caso era que, solo con tenerlo allí, no le daba la impresión de tener tanto trabajo como un rato antes.
—¿Y qué haces por tierras tan alejadas? —le preguntó sin poder impedir que una enorme sonrisa se dibujara en sus labios.
—Quería ver si necesitabas ayuda —respondió acunando con maestría a Emily entre sus brazos—. Y parece que sí.
—No te preocupes. No tardaré nada en poner este sitio a punto.
—He oído que el hotel está al completo por la tormenta.
Aquello sonaba aún peor viniendo de su boca.
—Lo sé, pero he comprado el periódico y espero tener una habitación para alquilar antes de que acabe el día.
—¿Es que no te han enseñado que no se debe esperar nada?
—¿Ese estupendo consejo es todo lo que me vas a ofrecer como ayuda?
—No, también te ofrezco esto —le dijo tendiéndole unas llaves.
—¿Qué es eso?
—La habitación que necesitas —Vanessa lo miró en silencio—. Necesitas un sitio donde quedarte hasta que arregles esto, ¿verdad?
—Sí —admitió Vanessa muy a su pesar porque sabía dónde iba a desembocar esa conversación.
—¿Por qué no vuelves a casa hasta que eso ocurra?
Vanessa se acercó a él y le quitó a la niña de los brazos. Era el instinto de protección, no quería que su hija se encariñara con él porque sabía perfectamente cuánto se sufría al perderlo.
—No, no podemos.
—¿Por qué no? Es un sitio acogedor.
Demasiado acogedor, ese era el problema. No podía volver a convivir con él porque empezaría otra vez a desear cosas que jamás tendría.
—Vamos, Nessa. No creo que sea tan grave tener que pasar unos cuantos días más conmigo.
Seguramente no lo fuera para alguien con el corazón tan cerrado como una ostra. Sin embargo, tenía que admitir, al menos ante sí misma, que no tenía otra alternativa. No podía llamar a sus amigos y en el hotel no iba a surgir otra habitación por arte de magia.
—Te agradezco la oferta, Zac, pero no entiendo por qué lo haces. Dejaste muy claro que allí estorbábamos.
—¿Por qué dices eso? —le preguntó ofendido.
—Te has pasado los días escondiéndote, encerrándote a trabajar y saliendo sólo para darme las gracias por la comida.
—Tengo mucho trabajo —afirmó de manera distante—. Eso es lo más importante para mí.
—¿Ah, sí?
—¿Qué estás intentando decirme?
Vanessa soltó un resoplido.
—Es que últimamente me ha dado la sensación de que había otra cosa a la que le dabas mucha importancia. Me refiero a esa deuda que crees tener conmigo —lo miró a los ojos y le dijo lo que llevaba pensando desde el beso—. Bueno, pues ya has saldado esa deuda. Ya no tienes que hacer nada más por nosotras.
—Solo hago lo que creo que está bien —replicó encogiéndose de hombros—. ¿Y no crees que tú deberías hacer lo que fuera mejor para Emily?
Vanessa clavó los ojos en él con gesto de indignación.
—Siempre haré lo que sea mejor para mi hija.
—Me alegro de oír eso —asintió como si con su rabia acabara de obtener lo que estaba buscando—. Mañana te mandaré a mi ama de llaves para que te ayude a limpiar todo esto.
—No es necesario. Yo puedo perfectamente...
—Se llama Sara y es estupenda. He llevado tu coche al taller, así que mientras lo arreglan, puedes utilizar alguno de los míos. Y yo cuidaré a Emily cuando tú estés limpiando.
Aquel pequeño discurso la dejó boquiabierta.
—Zac, tú tienes mucho trabajo...
—Emily no da ningún problema.
Estuvo a punto de volver a protestar, pero se dio cuenta de que no merecía la pena. Zac estaba siendo amable con ella, se estaba comportando como un amigo y Emily y ella necesitaban su ayuda. No podía dejar que su orgullo perjudicara a su hija. Por ella sacrificaría cualquier cosa, incluyendo su corazón.
—¿De acuerdo?
Vanessa asintió lentamente.
—De acuerdo.
—Tengo el coche fuera... Con una silla para bebés.
—¿Y de dónde la has sacado?
—He hecho una paradita en casa de Thomas, que me ha dejado una en préstamo. Dice que podemos quedárnosla todo el tiempo que sea necesario.
«¿Podemos?» El mero hecho de oírlo utilizar el plural hizo que a Vanessa le flaquearan las piernas, pero no iba a dejar que su cuerpo confundiera el mensaje de sus palabras. Tenía que tener muy claro sus intenciones, o más bien la falta de intenciones; si no, no podría soportar todo aquello.
—Estabas seguro de que diría que sí, ¿verdad?
—Sabía que harías caso a tu sentido común.
—Es que resulta difícil llevarte la contraria.
—Estupendo, porque ahora nos vamos a ir los tres de compras a buscar algunas cosas que necesitan.
 —Eso no lo puedo aceptar —dijo Vanessa con la mirada fija en la pila de cosas que Zac había ido poniendo sobre el mostrador de la tienda. Había ropa, juguetes, sábanas y cualquier accesorio necesario en los primeros meses de vida de un bebé—. Ya nos has hecho demasiados favores: tu casa, tu coche, la ayuda de tu ama de llaves. Esto se lo compro yo a Emily.
—No se trata de ningún favor, es un regalo.
—¿Un regalo?
—Por supuesto, hoy cumple una semana.
No iba a dejarla ganar. Tenía muchísimo dinero y nada en lo que gastarlo. Además, aquella era la primera vez que disfrutaba realmente comprando algo.
—Es de mala educación rechazar un regalo, y tú no quieres comportarte como una maleducada, ¿verdad?
—Claro que no, pero.
—Estupendo, porque estaba empezando a sentirme ofendido —se tocó el pecho en el lugar donde se suponía que tenía el corazón—. He llegado a tener la sensación de que no me creías lo bastante bueno para hacerle un regalo a Emily.
Ante eso, Vanessa se echó a reír.
—Serías capaz de venderle hielo a un esquimal, ¿a que sí?
—Es posible.
—¿Está todo a tu gusto, Vanessa? —era Molly Homney, la propietaria de la tienda, que los miraba sin ocultar su curiosidad. Zac estaba acostumbrado a que la gente de Fielding lo mirara de ese modo las pocas veces que se acercaba a la ciudad, pero él ni siquiera fingía ser amable. Al fin y al cabo, eran las mismas personas que habían sido crueles con él unos años antes, y eso incluía a Molly Homney. Pero claro, esa mujer había sido amiga de Nessa en otro tiempo, por ella trataría de ser agradable.
—Creo que tenemos más que suficiente —respondió Nessa sin dejar de reír.
—¿Te he dicho ya cuánto me alegro de verte?
—Sí, pero no me importa oírlo otra vez.
—Te hemos echado mucho de menos. Las chicas se pondrán muy contentas cuando sepan que estás aquí con la pequeña Emily. Eres muy afortunada, Vanessa.Herb y yo llevamos intentándolo un montón de tiempo y no hay manera, no conseguimos tener hijos.
—Ya llegará —aseguró Nessa—. Cuando menos lo esperes.
Molly se apoyó en el mostrador y le dijo susurrando:
—Sí, además intentarlo también es divertido, ¿no crees?
La mirada de Nessa se dirigió de manera inconsciente a Zac y luego a Emily.
—Claro —dijo por fin sin demasiada convicción.
Zac estaba seguro de que a Molly no se le había escapado esa mirada, y pronto lo sabría todo la ciudad. De hecho, la mayoría de la gente ya se había enterado de que él la había ayudado a dar a luz y eso no le hacía ninguna gracia, porque era consciente de que la noticia de que había algún tipo de relación sentimental entre ellos no haría más que perjudicar la reputación de Nessa. Por eso decidió sacar la tarjeta de crédito y montar una pequeña pantomima.
—Como te has dejado la tarjeta, déjame que pague yo esto y ya me lo darás después.
Nessa se quedó mirándolo con los ojos abiertos de par en par, y estaba a punto de decir algo cuando Molly se dio la vuelta y Zac pudo decirle en voz muy baja:
—Puedes pagármelo en pastelitos, todas las mañanas.
Al acercarse a ella sintió un escalofrío. Qué bien olía.
—¿Has arreglado ya el apartamento? —le preguntó Molly mientras metía las cosas en bolsas—. ¿Necesitas un sitio donde quedarte?
—No, estoy en casa de una amiga.
Nessa respondió sin titubear un segundo, estaba claro que también ella tenía buenos reflejos para esas cosas.
—¿Con Connie? —insistió la dependienta.
—No.
—¿Wendy entonces?
—No.
Molly miró a Zac y decidió que lo mejor era seguir empaquetando las cosas. Claro que Nessa era lo bastante lista para darse cuenta de que la otra mujer sabía perfectamente quién era esa «amiga». Solo una cosa seguía siendo igual en ella, seguía siendo una persona orgullosa y con principios y no pensaba poner a Zac en un compromiso.
—Bueno, llámame algún día y nos reuniremos todas.
Nessa le dio las gracias y salió de la tienda con su hija en brazos.
—¿Con que con una amiga? —bromeó Zac al tiempo que le abría la puerta del coche—. Creo que sabe muy bien en casa de quién estás.
—En realidad casi no he mentido —después de poner a Emily en su sitio, miró a Zac a los ojos—. Estoy en casa de un amigo, ¿no?
El tiempo se detuvo a su alrededor y ninguno de los dos se dio cuenta. Nessa se quedó esperando la respuesta a una pregunta muy sencilla, pero cada vez era más obvio que nada era sencillo entre ellos dos.
—Vámonos a casa —murmuró él repentinamente irritado.
Ella continuó mirándolo unos segundos antes de entrar al coche.
¿Qué estaba pasando?
Zac no lo sabía. Tenía la mandíbula apretada mientras metía las últimas cosas en el maletero y finalmente se ponía al volante. No tenía la menor idea.

viernes, 17 de febrero de 2012

Capitulo 5

—¿Vas a besarme? —le preguntó ella en un susurro casi inaudible.
—¿Me lo impedirías si lo hiciera?
—No.
Al principio la besó con delicadeza, hasta que ella dejó claro que no era ninguna frágil florecilla y se aproximó más a él con los labios entreabiertos. Sus lenguas se movieron al unísono y el mundo entero giró a su alrededor.
—Zac —dijo ella con un suspiro al tiempo que le pasaba los brazos por el cuello.
Pero al oírla pronunciar su nombre, él salió del lejano mundo al que se había dejado arrastrar y se dio cuenta de que se estaba metiendo en un lío. Tenía que detener aquello antes de que fuera demasiado tarde. Con toda la fuerza de voluntad que pudo encontrar dentro de él, la retiró de su lado.
—Lo siento. Nessa.
—Yo no —admitió ella con una sinceridad que lo dejó paralizado unos segundos.
—Esto no puede volver a ocurrir.
—¿Y eso por qué?
—Porque no quiero que estés con alguien como yo.
—¿Estás intentando protegerme de ti? —le preguntó furiosa.
—Algo así.
—Creo que te olvidas que ahora soy adulta, Zac. Ya no tengo trece años y puedo tomar mis propias decisiones sin que nadie me proteja —lo miró como intentando leer sus pensamientos—. Es eso, ¿verdad? Tú no me ves como a una mujer.
Zac estuvo a punto de echarse a reír al oír aquello. No podía decirle que ese era precisamente el problema, que la veía como a una mujer impresionante, una mujer con unos labios enrojecidos por el beso a los que no podía dejar de mirar. Pero no podía decírselo, ni eso ni que ella no era para él. Ella se marcharía dentro de un par de días y decir o hacer algo más solo serviría para empeorar las cosas.
—Buenas noches, Nessa.
Se dio la vuelta, dejándola allí y pensando que de buena no tenía nada la noche. Ella cerró la puerta de un portazo ignorando que él volvería en cuanto estuviese dormida para velar sus sueños... y desear un poco más de eso que le acababa de dar, más de algo que jamás tendría porque él mismo no se lo permitiría.

   Cinco días después las carreteras seguían cortadas y no había dejado de nevar. Tampoco se había borrado el impacto que había tenido aquel beso en Vanessa que seguía preguntándose por qué habría empezado aquello, seguramente porque lo había deseado y, aunque no supiera que su inocente beso acabaría de forma tan apasionada, lo cierto era que lo había deseado con todas sus fuerzas.
El problema era que ahora se sentía completamente confundida.
Miró a su hija metida en la cunita, parecía tan contenta en la cestita que le había hecho Zac.

Ojalá pudiera comprenderlo. ¿Qué le habría hecho alejarse de ella de tal manera? ¿Habría sido por Emily? ¿O acaso era que no quería bajar la guardia, olvidar el pasado y olvidarse de protegerla y empezar a verla como a una mujer? Entonces... ¿por qué la habría estado adulando durante la cena? ¿Acaso lo había hecho sólo para subirle la moral?
El caso era que algo debía de sentir por él porque en aquel beso había mucho deseo contenido, de eso estaba segura. Había tanto calor como el que despedían los pastelitos que estaba horneando en el mismo instante en el que Zac entró en la cocina.
—Vas a hacer que venga toda la ciudad siguiendo ese olor.
Vanessa casi se quedó sin habla al verlo en el umbral de la puerta. Estaba impresionante recién afeitado, con el pelo todavía húmedo de la ducha y completamente vestido de negro. Al pasar por la cuna de Emily, le lanzó una sonrisa e Vanessa se preguntó si alguna vez le permitiría ayudarlo a curar las profundas heridas que le habían infringido en el pasado. A veces tenía la sensación de que estaba a punto de abrir su corazón con ella, en esos momentos en los que estaban relajados charlando. Seguramente era por esos momentos por los que tanto se había esforzado en evitarla en los últimos días.
—Ese es el poder que puede llegar a tener un simple pastelito —dijo ella modestamente.
—Parece todo menos simple.
Zac se quedó de pie detrás de ella, lo que le dio tiempo a Vanessa para percibir su aroma; era la esencia de la masculinidad.

—Es una nueva receta que estoy probando —le dijo al tiempo que sumergía uno de los pastelitos en la crema de chocolate que había preparado antes. Aunque en realidad aquella receta no tenía nada de nuevo puesto que se trataba de los dulces que tanto le gustaban a Zac de niño, los mismos que él había pensado que ella no recordaba la otra noche, la noche en la que...
Lo cierto era que los recordaba perfectamente, era una receta que había hecho millones de veces, y cada una de esas veces se había acordado de él.
—Me gustaría que me dieras tu opinión —le pidió tímidamente.
—¿Necesitas un catador? —dijo acercándose más a ella. ¿Por qué demonios tenía que ser tan sexy?
—Algo así —¿y por qué seguía afectándole tanto a ella?—. Pero solo si tienes tiempo.
—Creo que dispongo de unos minutos.
—¿Por qué no te sientas a la mesa?
Él titubeó unos segundos antes de hablar.
—Llevas días cocinando para mí. Debes de estar cansada. Debería ser yo el que te preparara el desayuno.
—Jamás pensé que lo diría, pero no me gusta que me sirvan —y además le encantaba cocinar para él, pero eso no lo iba a confesar—. Así que, siéntate y prueba los pastelitos.
—También has preparado café —comentó encantado.
—Es muy fácil, solo he tenido que decir «Café». Creo que me estoy acostumbrando a cómo funcionan aquí las cosas —justo antes de tener que marcharse, pensó mientras le servía los pastelitos.
—¿Y tú no vas a tomar ninguno?
Vanessa lo miró sonriente y dijo con cierta picardía:
—No me gusta comer acompañada.
—Eso tenía que decirlo yo —contestó él riéndose.
—No, tú tienes que decir «qué pastelito tan bueno».
Por respeto a Zac, Vanessa le dio la espalda mientras comía y se entretuvo en colocar los ingredientes que había utilizado.
—No, no están buenos —dijo él por fin. Ella se volvió con el corazón en vilo.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir con que no están buenos?
—Pues que no están buenos, Nessa —se recostó sobre el respaldo de la silla—. Están deliciosos, incluso mejor de lo que recordaba.
—Estúpido —dijo ella tirándole un trapo de cocina a la cara, a lo que él respondió riéndose a carcajadas.
Ese lado bromista de Zac era completamente nuevo para ella y le resultaba demasiado atractivo, tan adictivo como el chocolate que tenía en aquellos momentos en la comisura de los labios. Sin pensar lo que hacía, Vanessa se acercó a él y fue a quitárselo con la mano.
—Tienes...
—¿Qué?
—Un poco de chocolate... —en el momento en el que sus dedos le tocaron la piel, él le agarró la mano con la suya.
Se quedaron así unos segundos, sin dejar de mirarse a los ojos. Guando la situación se hizo demasiado intensa para seguir resistiéndose, Vanessa decidió mirar a otro lado y hablar:
—Ha dejado de nevar.
—¿Qué?
—Que ha dejado de nevar —entonces él le soltó la mano y la dejó marchar.
Se pasaron los siguientes quince minutos en silencio, viendo cómo el débil sol de noviembre deshacía la nieve poco a poco.
Las palabras de Zac rompieron en silencio y el sueño de convivencia que había durando cinco días.
—Mañana a estas horas ya estarán abiertas las carreteras.
Vanessa asintió sin mirarlo siquiera.
—Y Emily y yo podremos marcharnos.
Él no contestó, se limitó a observar el rayo de sol que inundó de pronto la cocina.
Zac se pasó la mitad del día siguiente deambulando por la casa casi sin darse cuenta de los pinchazos que le recorrían la pierna. Como él mismo había previsto, habían abierto las carreteras y Nessa se había marchado a eso de las dos de la tarde. No tenía la menor intención de darle importancia a lo que sentía, solo le daba lástima que Emily y ella se hubieran ido.
Eso sí, él había pagado su deuda con creces.
Debería haberse sentido aliviado por que ya no estuvieran allí, al fin y al cabo habían interrumpido su vida y su tranquilidad. Sin embargo, lo que había sentido cuando el Doctor Pinta había asegurado que madre e hija estaban en perfectas condiciones no había tenido nada que ver con el alivio.
Era más bien preocupación.
Allí estaba, en un despacho inundado de papeles, con multitud de trabajo por hacer y sin poder centrar sus pensamientos en eso. Tenía que terminar el software que ya le había vendido a aquella empresa de Los Angeles y que, hasta el momento, era el mayor proyecto que había acometido en su vida.
Solo seis semanas para hacerlo y no podía concentrarse ni un minuto.
No había podido quitarse aquel beso de la cabeza, ni el beso ni la enorme necesidad de sentirla cerca de él. Y no quería ni pensar en cuánto iba a echarlas de menos cuando fuera al dormitorio aquella noche.
¿Cómo iba a concentrarse sin saber si Emily y Nssase encontraban bien? ¿Qué ocurriría si había otra tormenta mientras ella todavía estaba limpiando el local de la tienda? ¿Qué pasaría si la cuadrilla de limpieza no conseguía llegar para ayudarla? Jamás se perdonaría no haber estado allí para protegerlas si algo les ocurriera.
Salió del despacho y se metió en el ascensor convenciéndose de que lo mejor era que fuera a comprobar que estaban bien. Les llevaría un teléfono para que pudieran ponerse en contacto con él siempre que lo necesitaran. Después se quedaría más relajado y podría trabajar.

 Al menos no hacía frío, pensó Vanessa mientras observaba lo sucia que estaba la casa. Iba a tardar al menos una semana en poner en orden todo aquello, y durante ese tiempo no tenían otro sitio donde quedarse porque el hotel estaba lleno.
No se le había ocurrido que el apartamento se encontrara en tal estado. Lo único que había pensado era que necesitaba alejarse del hombre que hacía que le temblaran las rodillas y que el corazón se le llenara de deseo. Quizá no era razón suficiente para salir corriendo, pero eso era exactamente lo que había hecho.
El Doctor Pinta la había llevado al cementerio a ver la tumba de su padre, después a la tienda a proveerse de todo lo necesario y más tarde al apartamento. El pobre hombre no le había podido ofrecer otro sitio donde quedarse porque tenía una paciente en casa recuperándose de una caída. Vanessa le había asegurado que no tenía por qué preocuparse puesto que varios amigos habían puesto sus casas a su disposición.
Pero le había mentido. Lo cierto era que todavía no había llamado a ninguno de sus viejos amigos de Fielding porque no se encontraba con fuerzas de ponerse a explicar todo lo sucedido en el pasado.
Cuando se mudó a Chicago, sus amigos la habían estado llamando durante meses, pero Rick había sido muy tajante al afirmar que debía cortar todos los lazos con el pasado. Entonces ella no se había preocupado porque su marido fuera tan controlador, solo había deseado que su matrimonio funcionara y se había esforzado por convencerse a sí misma que lo que él quería era empezar una nueva vida con ella. Pero el sueño no había tardado en desvanecerse.
Después de la muerte de Rick había pensado en ponerse en contacto con la gente de Fielding, pero le dio miedo que ellos no la perdonaran. Por eso había decidido que lo mejor era volver para explicar las cosas en persona, hablar con cada uno de ellos personalmente. Y, después de tanto tiempo, tenía muy claro que la manera de ponerse en contacto con ellos no era pedirles que la alojaran en su casa.
Tendría que salir de aquello ella sola.
—Parece que hubiera pasado un tornado.
Vanessa se dio la vuelta para encontrarse con Zac, de pie en el umbral de la puerta con aspecto de ejecutivo de Wall Street y el ceño fruncido. Justo en ese momento, Emily comenzó a protestar, lo que hizo que su gesto empeorara.
—Hola, princesa —la saludó y enseguida la tomó en brazos.

domingo, 12 de febrero de 2012

Capitulo 4

La tormenta de nieve continuó durante la mañana del día siguiente hasta la tarde tenebrosa. Sin embargo Vanessa despertó con una increíble sensación de plenitud y satisfacción. A pesar de que le dolía el cuerpo entero, jamás se había sentido más feliz.
Y todo era porque hacía solo unas horas que se había convertido en madre.
Con solo recordarlo se le dibujaba en los labios una enorme sonrisa y hasta se le olvidaba dónde estaba. De pronto le daba igual si no podía marcharse de la casa de Zac, o si se retrasaba la inauguración de la pastelería, solamente quería hacer perdurar mientras pudiera la emoción de aquel momento. Claro que no le vendría mal la visita del doctor Pinta para que este le confirmara que todo estaba como debía. Desgraciadamente todavía tendría que esperar uno o dos días para que eso sucediera.
La pequeña Emily se movió con inquietud entre sus brazos y, con solo mirarla, el instinto de Vanessa le dijo qué era lo que quería. Aquel era un momento histórico, estaba a punto de darle el pecho a su hija por vez primera, y eso la asustaba. Había leído toda la teoría necesaria pero, como en todo, seguramente la práctica sería muy diferente. Se abrió la bata lentamente mientras colocaba a la niña como se lo había visto hacer a otras madres; no tardó en comprobar que no había ninguna necesidad de preocuparse, porque en solo unos segundos Emily había encontrado el camino hasta el pecho y se había puesto a mamar como si llevara meses haciéndolo. Estaba claro que aquello era lo más natural del mundo.
Y algo que a Vanessa le habría gustado compartir con alguien.
Alzó la mirada. Al otro lado de la habitación, en el sillón de terciopelo descansaba su caballero andante. Mientras ellas dormían Zac debía de haberse quitado la camisa sucia y no se había molestado en ponerse otra limpia. Por supuesto, a ella no le importaba lo más mínimo que estuviera allí con el torso desnudo. De hecho, se entretuvo en observarlo minuciosamente. Tenía el pelo alborotado, los músculos relajados y la barbilla cubierta de una barba incipiente. A medida que sus ojos iban bajando hacia el pecho, el corazón de Vanessa se iba acelerando. Se moría de ganas de tocarlo, deseaba tenerlo más cerca por mucho que supiera que debía controlar esos sentimientos.
Merecía el descanso porque había luchado mucho para cumplir su promesa de sacarlas a ella y a su hija sanas y salvas de aquel difícil parto. Y ella jamás podría olvidar la imagen de Zac entregándole a la pequeña Emily.
Orgulloso. Y tan guapo...
En aquel momento en que la vida parecía perfecta, Vanessa habría deseado que él fuera su marido y el padre de su hija. Tenía que apartar aquellos pensamientos de su cabeza, debía recordar que Zac era solo su amigo, un hombre que la había ayudado para saldar una deuda que creía tener con ella.
Retiró la mirada de él pero en realidad su caballero no estaba dormido. Zac tenía los ojos cerrados pero escuchaba todo lo que sucedía en la habitación, llevado por un profundo, y quizás ilegítimo, instinto de protección. Por eso sabía que Vanessa estaba dando de mamar a la pequeña y se sentía incómodo. No sabía si debía quedarse o marcharse, o si tenía derecho a compartir ese momento tan íntimo. Sin embargo y a pesar de las dudas, su deseo de estar cerca de ellas pudo más.
Justo entonces el dolor en la pierna se hizo tan intenso que tuvo que moverse para poder estirarla.
—¿Zac?
Lo último que quería era perturbar la paz reinante, pero tampoco podía no contestar.
—¿Sí?
—Pensé que estabas dormido.
—Es que me dolía la pierna.
—Bueno, pues ya que te has despertado —dio unas palmaditas en la cama invitándolo a sentarse a su lado—. Me encantaría tener un poco de compañía.
Se sintió inquieto. Estaba más seguro a unos metros de distancia.
—Vamos, así puedes estirar la pierna.
—¿Estás segura?
—Claro que sí.
Cualquier duda se esfumó al instante. Le daba igual si tenía derecho o no, quería estar cerca de ellas, quería compartir lo que ella estaba dispuesta a darle. Aquella tormenta le había permitido olvidar su pasado y toda la rabia contenida; se había creado de pronto una especie de mundo de ensueño. Al fin y al cabo, ¿quién era él para romper aquel delicioso encantamiento? De hecho, seguramente acabaría rompiéndose sin su ayuda; en un par de días Nessa se marcharía con Emily y él volvería a su vida normal. El cuerpo entero se le puso en tensión al pensar aquello.
Decidió no preocuparse con lo que pasaría, así que se levantó y fue a sentarse al lado de Nessa, que tenía a la pequeña mamando satisfecha de uno de sus pechos.
—Debes de estar agotado —le dijo ella con dulzura.
—Estoy bien. ¿Tú qué tal estás?
—Genial. Cansada pero genial —al decir aquello miró hacia la ventana—. Parece que la tormenta se está alargando. Me temo que vamos a estar molestándote un poco más.
—Y yo me temo que tú vas a tener que seguir sufriendo mi comida.
Vanessa respondió con una carcajada y luego volvió a mirar a su hija; sin darse cuenta, Zac hizo lo mismo. La pequeña Emily tenía los ojos cerrados y Nessa estaba preciosa, tan natural con el pecho desnudo y una suave sonrisa en los labios. Era lo más dulce que había visto jamás, lo más dulce y lo más...
Se puso en pie inmediatamente y se pasó una mano por el pelo con un gesto de confusión. No se atrevía a poner nombre a lo que estaba sintiendo. Tenía que salir de esa habitación antes de volverse loco por completo.
—Debes de tener hambre. ¿Qué te parece si voy a preparar algo de comer? —sugirió con normalidad.
—Sé que debería estar muerta de hambre, pero no lo estoy.
—Pero necesitas estar fuerte, después de lo de la tormenta y del parto... Es demasiado para solo dos días.
La expresión de Vanessa se dulcificó aún más.
—No te vayas.
Era como si le clavaran cientos de alfileres en el pecho. Lo que más deseaba en ese instante era quedarse allí con ella y eso lo hacía sentirse nervioso.
Durante toda su vida Zac no había sido ningún monje. Las mujeres siempre se habían acercado a él porque sabían quién era y, aunque tenían ciertas reticencias por su reputación, la curiosidad siempre podía más. Por su parte él solía mantener las distancias y ser franco con ellas, de manera que aquellas que acababan en su cama lo hacían a sabiendas de que él no buscaba relaciones serias. El resumen de todo aquello era que había evitado necesitar a nadie o que alguien lo necesitara. Eso era lo que veía en ese mismo instante en los ojos de Nessa, y eso era precisamente lo que le daba tanto miedo. Pero lo que más lo aterraba, y lo que más le costaba admitir, era que también lo notaba en sí mismo. Tenía que alejarse de ella inmediatamente.
—Voy a hacerte otro sándwich —insistió, provocando una expresión de decepción en el rostro de Vanessa, que enseguida hizo un esfuerzo para que no se le notara.
—Está bien, pero después prométeme que dormirás un rato.
Zac asintió y salió de la habitación. Los pinchazos de la pierna se habían intensificado y, aun asilo que más la molestaba era lo que sentía en el pecho. Quería que durmiera un poco. Pues si dormía, lo haría en el sillón porque, por muy claro que viera que tenía que alejarse de ella, también sabía que mientras Nessa y su hija estuvieran en su casa, eran su responsabilidad y debía velar por su bienestar.
Pero, ¿cómo iba a explicárselo a ella? Y sobre todo, ¿cómo podía explicarse a sí mismo el tremendo sentimiento de protección que ella le provocaba? ¿Cómo iba a deshacerse de tal sentimiento antes de que lo devorara por dentro?
Esa misma tarde Vanessa se había levantado para ir al baño cuando Zac entró en el dormitorio con una especie de carrito.
—¿Qué es eso? —preguntó ella sorprendida.
—La cama de Emily —respondió con total seriedad.
Nessa se quedó boquiabierta unos segundos antes de detenerse a observar el carrito. Zac lo había construido para su hija. Aquel hombre dulce y sexy le había hecho una cuna a su pequeña.
Unas horas antes, después de llevarle el sándwich, había salido de allí inmediatamente con la excusa de que tenía mucho trabajo. Vanessa estaba convencida de que no volvería a aparecer por allí hasta el día siguiente, pero la sorprendió, cosa que había hecho a menudo en los últimos días.
—¿Cómo la has hecho?
—Es el carro de un ordenador y encima le he puesto una cesta de la colada. Después le he hecho el colchón con un par de almohadas —tras la explicación la miró en busca de su aprobación—. ¿Crees que estará cómoda?
Vanessa no pudo menos que sonreír. ¿Cómo no iba a estar cómoda? Lo que había hecho era sencillamente impresionante.
—Es estupenda. Muchas gracias.
—También he cortado más toallas para que las uses de pañales.
—Has pensado en todo.
—Solo intento que mis invitadas se encuentren a gusto en mi casa —respondió encogiéndose de hombros como restándole importancia.
—Pues lo has conseguido.
Se la quedó mirando fijamente, sus ojos iban de los de ella a su boca.
—Voy a preparar algo de cena —en el rostro de ella se volvió a reflejar la decepción—. Pero no te preocupes, no voy a hacer más sándwiches. Creo que esta noche te mereces una cena de verdad.
Ese detalle no hizo más que acrecentar el agradecimiento de Vanessa.
—¿Podrías cuidar a Emily unos minutos?
—¿Cuidar de ella?
—Sí, me gustaría darme una ducha caliente.
—Pero si yo no sé nada de niños. Nessa, yo...
—No tendrás ningún problema —le aseguró sonriente—. Vamos, Zac, tú las has traído a este mundo. Confío en ti plenamente.
—Está bien, pero como se ponga a llorar, te la llevo. Me da igual si estás en la ducha o no.
Con solo imaginar la situación, Vanessa sintió que se le cortaba la respiración. Esperó unos segundo a ver si Zac añadía algo más o al menos matizaba sus palabras, pero nada de eso ocurrió.
—La cena estará lista en media hora.
Se, humedeció los labios con la lengua antes de contestar.
—De acuerdo.
Zac siguió tal movimiento con la mirada y, sin darse cuenta, resopló débilmente.
—Hasta dentro de media hora entonces —le dijo antes de salir de la habitación con Emily en brazos.
Vanessa se quedó allí, sola y acalorada. ¿Qué demonios le ocurría? ¿Por qué actuaba como una colegiala en lugar de como una madre? Estaba claro que su encaprichamiento juvenil había vuelto a la carga y, si no salía pronto de aquella casa, estaría en serio peligro de que tal sentimiento se convirtiera en algo más fuerte.
Algo que no desaparecería en solo unos días, como la tormenta invernal que seguía demostrando su poder en el exterior.
Vanessa estuvo bajo el agua caliente durante al menos veinte minutos; después de secarse el pelo y ponerse una ropa de deporte que le había dejado Zac,salió del baño con fuerzas renovadas pero echando mucho de menos a Emily. Era curioso que en un solo día hubiera dejado de entender su vida sin la pequeña.
Ya desde el pasillo ovó que sonaba ópera en el piso de abajo y percibió un delicioso olor.
Cuando se asomó a la cocina encontró ante sí una imagen que la dejó embelesada. Allí estaba aquel guapísimo hombre de casi un metro ochenta, ataviado con un delantal rojo, bailando al ritmo de la música con la pequeña Emily entre sus brazos. La niña lo miraba extasiada. Vanessa sintió un fuerte impulso de unirse a tan bella imagen, pero no tardó en recordar que aquello no era una escena familiar y de nada servía que fingiera lo contrario.
—No sabía que hubieras asistido a clases de baile —comentó Vanessa para avisar de que ya estaba allí. Zac reaccionó inmediatamente poniéndose en tensión, de tal manera que la relajación que había demostrado mientras bailaba con Emily desapareció por completo.
—Es que estaba llorando y pensé que le gustaría que la acunara un poco —le explicó detalladamente—. Y no quería interrumpir tu ducha.
—Te lo agradezco —respondió Vanessa no demasiado convencida.
Le devolvió a la niña y se dirigió al fogón en el que se estaba calentando una cacerola de pollo asado. La cojera era más pronunciada que el día anterior, era obvio que la pierna le estaba dando problemas. Vanessa pensó en decirle que se sentara tranquilamente mientras ella se ocupaba de la cena, pero no quiso ofenderlo.
—Huele muy bien.
—Afortunadamente, el ama de llaves había dejado algunas cosas en el congelador. Esto es pollo asado.
—Mi preferido.
—Pensé que tu plato preferido era la sopa de letras.
—Y lo era —respondió Vanessa con una carcajada—. Pero cuando tenía trece años.
—Claro, ahora que eres adulta has elegido algo más sofisticado.
—Eso es.
Por un momento le pareció ver que Zac se estaba divirtiendo.
—Con ese delantal pareces todo un chef—le dijo al tiempo que dejaba a Emily en su nueva cuna.
—Pues tú... —hizo una pausa que hizo que Vanessa lo mirara intrigado y comprobara que tenía los ojos clavados en ella—. Estás preciosa con mi ropa.
Tuvo que bajar la cabeza para intentar evitar que se diera cuenta de que se había ruborizado.
—Gracias, pero sé con exactitud qué aspecto tengo.
—¿Y qué aspecto tienes según tú?
—El de alguien agotado que acaba de dar a luz.
—Escucha, Nessa —le dijo con un tono tan serio que Vanessa lo miró a los ojos—. Creo que jamás había visto a una mujer más bella de lo que tú lo estás ahora mismo.
Se quedó mirándolo fijamente unos segundos y luego se echó a reír no sin cierto nerviosismo.
—¡Qué mentiroso!
—Se me ocurren un par de métodos infalibles de convencerte.
De pronto Zac sintió cómo todo el desenfado desaparecía como si lo hubieran sorprendido riéndose en un funeral. Nessa volvió a mirarlo fijamente con el rubor reflejado en aquellos maravillosos y sexys ojos café. ¿Iba a preguntarle cuáles eran esos métodos? Y si lo hacía, ¿le diría la verdad?
Pero entonces Emily empezó a hacer ruido y la magia se rompió como una campaña de cristal. Vanessa se dirigió hacia ella y Zac se dispuso a terminar la cena.
—¿Qué es esto que lleva por pañal? —preguntó ella unos minutos más tarde.
Zac ni siquiera se dio la vuelta para contestar.
—Es una camiseta, se la he puesto porque las toallas abultan demasiado.
—¿Y qué pone?
—«Los programadores saber cómo utilizar su material» —respondió con sequedad. Mi ama de llaves me regala una todas las Navidades, debe pensar que son divertidas; a mí lo que me resulta divertido es que crea que me las voy a poner.
—Por eso has decidido convertirlas en pañales.
—Exacto, al menos así tienen una utilidad.
—Tienes toda la razón —dijo ella riendo justo cuando él le servía un plato de pollo asado y judías verdes en una mesa preparada para un solo comensal—. ¿Y tú no vas a comer conmigo?
—Yo no...
—Ya, ya sé que nunca comes con gente —interrumpió ella—. Lo recuerdo. Algún día te preguntaré el motivo.
—Y quizá ese día yo te lo cuente —replicó él sentándose frente a ella.
Después observó satisfecho cómo Nessa se comía todo lo que había en el plato. Lo único que necesitaba era alimento y descanso y él se iba a asegurar de que tuviera ambas cosas.
—Se te da muy bien calentar la comida —bromeó ella cuando hubo terminado—. De hecho, has llevado a cabo dos grandes hazañas en el mismo día: cambiar pañales y hacer la cena.
—La verdad es que tengo que confesar que Emily ayudó mucho en la primera. Es una jovencita con mucha paciencia.
—A eso se le llama adular, pequeña —avisó Nessa dirigiéndose a su hija—. Ten mucho cuidado cuando lo hagan los hombres.
—No hagas caso, princesa.
—¿Princesa?
Es que es un encanto, parece toda una princesita,como su madre —explicó Zac,cuando se dio cuenta del error que cometió,sin saber porque,añadió rapidamente— no todos los días veo una criatura hermosa como ella ¿verdad princesa?.

Seguramente porque las palabras de cariño no eran muy habituales en él y ya era la segunda en menos de una hora. De hecho, él ni siquiera solía charlar así como así, más bien hablaba de cosas sin ir al grano directamente. Así era antes de que apareciera Nessa.
—Bueno, cuéntame lo de la pastelería —le pidió en un esfuerzo por desviar la conversación y sus pensamientos hacia un terreno menos peligroso—. ¿Desde cuándo tienes ese plan?
—Hace unos cuatro años pensé hacerlo, pero entonces conocí a Rick.
Zac la escuchaba mientras movía el carrito de Emily después de que esta hubiera hecho el amago de echarse a llorar.
—¿Es que él no quería que trabajaras?
Vanessa respondió con una mirada de tristeza.
—Sin embargo cada vez que llevaba un postre a una cena, todo el mundo quedaba entusiasmado.
—Puedo imaginármelo. Recuerdo que los domingos solías hacer algo especial para tu padre y para mí.
—¿Y qué era?
—¿No lo recuerdas? —preguntó sintiéndose casi tan decepcionado como fingía estar.
—Debe de ser porque estoy cansada.
Zac se puso en pie inmediatamente.
—Tienes razón. Vamos, te acompaño hasta el dormitorio —había llegado el momento de que descansara. Él esperaría hasta que se hubiera quedado dormida y después se iría a trabajar con la esperanza de que el sol brillara al día siguiente. Cuando llegaron a la puerta de la habitación, Emily estaba completamente dormida en su cunita.
—Sé que ya te lo he dicho un montón de veces, pero muchas gracias. Gracias por cuidarnos tan bien y ser tan buen amigo.
Él asintió a pesar de que las últimas palabras se le habían clavado en el pecho como un puñal. Y, para empeorar aún más las cosas, Vanessa se alzó de puntillas y le dio un beso en la mejilla. Era un suave beso de amiga que a él le llegó hasta lo más hondo y que le hizo perder el control.
Sin pensarlo siquiera, la rodeó por la cintura y la acercó a él sin dejar de mirarla a los ojos.
—¿Vas a besarme? —le preguntó ella en un susurro casi inaudible.