sábado, 26 de mayo de 2012

Capitulo 13

—Ya sé qué es lo que quieres y qué es lo que no quieres, Zachary Efron.Ahora, cállate y bésame.

El baño se quedó frío demasiado rápido.

Al salir de la bañera volvieron a empapar el suelo, sobre todo Nessa, que todavía llevaba puesta la ropa. Miró a Zac, tan fuerte y sexy que se moría de ganas de dar rienda suelta a todo el deseo contenido.
—Quiero verte —le dijo él mientras empezaba a despojarla del pantalón.
Era una maravilla porque no sentía ningún tipo de pudor al quedarse desnuda frente a él. De alguna manera, tenía la sensación de que sí se comportaba libre y desinhibidamente, él haría lo mismo.
—Eres tan hermosa —Zac bajó la cabeza hasta tener la boca a la altura de uno de sus pezones, que chupó para deleite de Nessa.
Después ella le hizo que la mirara. Llevaba quince años enamorada de ese hombre. Sabía perfectamente lo que quería y estaba dispuesta a conseguirlo, ya no le importaban las consecuencias.
De pronto la impaciencia se apoderó de ella.

—¿Quieres ir despacio?
—No —respondió él riéndose.
—Estupendo.
Entonces volvió a rugir, pero esa vez con frustración.
—No he traído protección.
Pero ella le agarró la mano y tiró de él.
—Sígueme —lo llevó hasta el dormitorio y fue directa a la cómoda de madera de cerezo, de donde sacó una cajita que le dio a él.
—¿Por qué tienes esto?
—Estaba en mi cajón de la esperanza. Tenía derecho a tener esperanzas, ¿no? —le preguntó con sonrisa inocente.
En la cara de Zac se dibujó una sonrisa peligrosa.
—¿Y qué era lo que esperabas exactamente?
—Tenía la esperanza de que algún día conseguiría meter a Zac Efron en mi cama.
Un segundo después Zac estaba a su lado mirándola fijamente como si pudiera verle el alma, pero entonces Nessa le mordisqueó el labio y ocurrió lo inevitable.
Y ninguno de los dos pudo contenerse por más tiempo.

Él la cubrió a besos mientras paseaba las manos por cada rincón de su cuerpo: las curvas de sus caderas y de sus pechos, los recovecos de la ingle... Quería entretenerse en cada centímetro de su piel, pero había algo dentro de él que se lo impedía.
Bajo su cuerpo ella se pegó a él todo lo que pudo, le gustaba sentir su excitación contra la humedad de sus partes más íntimas. Zac tuvo que luchar contra el impulso que sentía de meterse dentro de ella inmediatamente.

—No quiero hacerte daño, Nessa —le dijo con la respiración entrecortada.
Pero ella le rodeó la cintura con sus piernas y le dio un beso apasionado.
—No lo harás.
La pasión que había entre ellos luchaba por salir a toda costa. Zac se puso el preservativo por fin y entró dentro de ella lentamente. Nessa gimió encantada y le susurró al oído.

—Encajamos a la perfección.
Aquellas palabras no hicieron más que desatar lo que ya había empezado a liberarse. A partir de ahí, los movimientos de ambos se hicieron salvajes y acompasados. Las mentes en blanco, los cuerpos unidos y siguiendo una coreografía cada vez más rápida y fuerte hasta que, con gemidos y gritos de placer, los dos llegaron al clímax al unísono.

La luz del sol brillaba al otro lado de sus párpados cerrados. Durante un momento, Zac no supo dónde estaba, solo sabía que se sentía muy bien. Y entonces los acontecimientos de la noche anterior empezaron a hacerse hueco en su cabeza. Nunca había pasado toda la noche abrazado a una mujer después de hacer el amor y eso significaba algo. No quería decir que hubiera un compromiso entre ellos, pero desde luego sí algún tipo de relación.

Nessa y él tenían una relación. No estaba seguro qué clase de relación era, pero era una relación.
Sin embargo al apretarla contra sí y abrir los ojos, se dio cuenta de que lo que estaba abrazando era una almohada y que Nessa se había ido.
El despertador marcaba las ocho y quince minutos y en la casa no se oía ni un ruido. Claro, debía de estar en la pastelería.

Después de vestirse a toda prisa, salió de allí y bajó las escaleras desde las que provenía el ruido de los clientes, así que dedujo que Nessa debía de tener mucho trabajo. Quizá pudiera ayudarla cuidando de Emily hasta que cerrara la tienda. Eso sí, se quedaría en el apartamento, donde nadie lo viera y nadie se enterara de que había pasado allí la noche.

Pero se le arruinaron los planes en cuanto se abrieron las puertas que comunicaban con la escalera y al otro lado se encontró a Nessa, con la boca abierta de par en par, y detrás de ella a medio Fielding.

Aparte de sorpresa, en el rostro de Nessa no había la más mínima señal de vergüenza; simplemente lo miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—Menos mal —dijo agarrándole de la mano—. Jamás había tenido tantos clientes.
La gente se había callado pero volvieron a hablar enseguida y era obvio de qué, o de quién. Pero si a Nessa no le importaba, a él tampoco. Era estupendo sentir que se sentía orgullosa de él.
Y él de ella. La veía moverse de un lado a otro y le parecía la mujer más bonita del mundo. Su indumentaria no era sexy, ni provocadora, pero él ya sabía perfectamente lo que se escondía debajo: una piel suave y deliciosa.
Un débil sonido captó su atención; era Emily, que se encontraba en su parquecito entretenida mirándose las manos y los pies. Volvió a mirar a Nessa, que estaba colocando pasteles en una bandeja.

—Tienes pinta de necesitar un descanso —le dijo en voz baja.
—Ahora mismo lo atiendo —le dijo a un cliente y, en menos de una décima de segundo, le había colocado a Zac un delantal y algo en la cabeza—. Lo que necesito eres tú.
—¿Qué quieres decir? —preguntó alarmado y sin dejar de mirarse el delantal.
—¿Alguna vez te he dicho que tienes unas manos mágicas?
—No, pero se sobreentendía —le dijo él susurrando—. A juzgar por los gemidos de placer...
Nessa le puso la mano en la boca para que no continuara.
—Como te iba diciendo, tienes unas manos mágicas, Zac.
—Y todo eso es para pedirme que...
—Atiende a los clientes, dales cambio, pon los pasteles en las bolsas...
—¿Algo más? —le preguntó en tono provocador.
—Sí, sé amable.
—Eso no sé si podré hacerlo, no tengo ninguna experiencia.
—Vamos, sé que aprendes rápido.
Y ella podría haberlo convencido para que hiciera cualquier cosa.
—Te odio.
—Te debo una —respondió ella sonriendo.
—Sí, señora, y pienso cobrármelo esta misma noche —y tirando de ella, le dio un sonoro beso en la boca.
—Seré tu fiel esclava.

Nessa se puso en marcha de inmediato, mientras que a Zac le costó un poco más enfrentarse a aquella pesadilla: una multitud pidiéndole pan y pasteles mientras trataban de ocultar la curiosidad que sentían.
Sorprendentemente, las horas pasaron a una velocidad de vértigo y lo cierto era que Zac llegó a disfrutar de lo que estaba haciendo. En los últimos quince años no había hecho otra cosa que crear programas informáticos y tenía que admitir que le resultaba interesante experimentar la vida del pequeño negocio. Aunque, en realidad, le gustaba sobre todo porque estaba cerca de Nessa. Cada vez que tenía que ir al almacén a buscar algo, ella lo seguía y se besaban apasionadamente aunque solo fuera un minuto. Eso sí, cuando regresaban todo el mundo los miraba sin dejar de sonreír. Y de nuevo, si a ella no le importaba, a él tampoco.

Cuando ella subió a dar de comer a Emily, él continuó atendiendo a los clientes sin ningún problema. Todos ellos lo trataron con extrema amabilidad, incluso un par de personas le preguntaron qué iban a hacer en Navidad y los invitaron a Nessa y a él a cenar en su casa. Por supuesto, de momento no estaba dispuesto a lanzarse de cabeza al agua, pero resultaba agradable que alguien le ofreciera algo así.

Cuando ella subió a dar de comer a Emily, él continuó atendiendo a los clientes sin ningún problema. Todos ellos lo trataron con extrema amabilidad, incluso un par de personas le preguntaron qué iban a hacer en Navidad y los invitaron a Nessa y a él a cenar en su casa. Por supuesto, de momento no estaba dispuesto a lanzarse de cabeza al agua, pero resultaba agradable que alguien le ofreciera algo así.

—Gracias, señor Efron, pero tengo a mi hijo aquí mismo —dijo la mujer señalando al muchacho que tenía detrás.
—Llámeme Zac —dijo él inconscientemente.
—Estupendo, yo soy Bev, y mi hijo Harold.
Madre de Dios, toda esa socialización era gracias al hechizo de Nessa.
—Encantado —dijo sonriendo y notando la mirada de Vanessa clavada en él.
—¿Te parece bastante amabilidad? —preguntó guiñándole un ojo.
—Eres el mejor.

Aaww ya Zac esta socializando*--*
espeRo que les haya gustado el capii!:D
A mi me encanto!xD
XoXo

miércoles, 23 de mayo de 2012

Capitulo 12

En el aire se distinguía el delicioso olor de la carne a la parrilla. Vanessa estaba sentada frente a Zac en el restaurante que había sido descrito en la Gaceta del Gourmet como el mejor lugar para degustar carne después de Argentina. Mientras observaba a su acompañante se esforzaba por convencerse de que aquello no era una cita. Era solo una cena de agradecimiento por haberlo ayudado. Pero al mismo tiempo no podía dejar de preguntarse si su coraza no habría empezado a resquebrajarse. Seguramente aquella era la primera vez que Zac salía a cenar en Fielding, no era decir mucho tratándose de una ciudad tan diminuta, pero para él era desde luego un gran paso.

Y estaban también las maravillosas palabras que le había dedicado en la pastelería, unas palabras que habían vuelto a hacerle creer que todo era posible.

La había echado de menos.

Aquella noche tenía el aspecto de un modelo, ataviado con un jersey negro de cuello alto y unos vaqueros. Si hubiera podido habría soltado un ruidoso suspiro.
Ella también lo había echado de menos durante esas dos semanas en las cuales el dolor no había hecho más que intensificarse. Le había resultado tremendamente difícil abandonar su casa, y cuando lo había visto aparecer en la tienda, simplemente le había parecido imposible decirle que no.

Quizá aquello no fuera una cita, pero allí estaba Zac en público y con todos los ojos clavados en él. Desde luego era un avance en la dirección correcta y eso era lo que importaba.
—¿Qué tal está el filete?
—Delicioso —respondió Vanessa y acto seguido miró a los demás comensales, que no apartaban la mirada de ellos—. Escucha, me temo que no van a dejar de mirarte a menos que les sonrías o algo así. Creo que no se creen que seas real.
—¿Y qué demonios se creen que soy?
—Un extraterrestre, o quizá un robot —sugirió bromeando—. Ya sabes, trabajas con la tecnología más avanzada y la gente chismorrea.
—Lo sé —respondió secamente.
—Vamos, dedícales una sonrisa y alégrales la noche.

Zac se echó a reír y después, volviéndose hacia el comedor, saludó con la mano. Al principio todo el mundo se quedó inmóvil, pero después fueron saludándolo del mismo modo. Cuando volvió a mirar a Vanessa, tenía el ceño fruncido.

—¿Qué ocurre? ¿No era eso lo que esperabas?
—No lo sé. Estoy intentando no crearme expectativas.
Ella sonrió satisfecha al oírlo decir eso e interpretó dicha medida como un nuevo paso adelante. Quizá si visitaba la ciudad más a menudo, acabaría por conocer a alguien e incluso hacer algún amigo.
Y también podría verla a ella.

Vanessa levantó su vaso de agua mineral y brindó:
—Por tu nuevo contrato millonario.
—Y por ti, por tener unas ideas tan maravillosas —añadió él con una cálida mirada—. No habría podido hacerlo sin ti.
Aquella mirada le llegó directamente al corazón.
—Claro que lo habrías hecho, de todas formas, gracias.
Zac apuró su copa de vino y se quedó con los ojos clavados en ella.
—Escucha, Nessa... lo digo totalmente en serio, sin tu contribución este contrato no habría sido ni la mitad de lucrativo. Iba a hacerte un regalo, pero sé lo que opinas de la costumbre de devolver los favores... Así que lo que he hecho ha sido hacerle el regalo a Emily, al fin y al cabo ella fue tu inspiración —acompañó sus palabras de un sobre que dejó en la mesa—. Le he abierto una cuenta dedicada a pagar su educación.

Vanessa se quedó estupefacta, no podía articular palabra. Una cuenta para la universidad. Eso era algo que normalmente hacía... el padre. ¿Cómo iba a aceptar tal generosidad? Pero antes de que pudiera protestar, fue él quien habló.
—Es para Emily, Nessa. Quiero que pueda elegir la universidad que quiera. Déjame hacerlo por ella.
La sinceridad y la emoción que había en aquellas palabras le provocaron un escalofrío. Otra vez se encontraba dividida; una parte de ella le aconsejaba que le diera las gracias y rechazara el regalo, mientras que la otra le decía que no podía hacer eso. Así que finalmente se limitó a decir:
—Muchas gracias, Zac.
Gracias a ese regalo, estaría vinculado a ellas para siempre. ¿Se habría dado cuenta él de eso?
—Por cierto, se me ha olvidado felicitarte por la pastelería —le dijo él cuando se disponían a salir del restaurante—. Pero me he fijado que no tiene letrero. ¿Qué nombre le vas a poner?
—No se lo voy a poner yo, lo he dejado en manos de Fielding —le explicó riéndose de su expresión de sorpresa—. He puesto un cuenco para que la gente ponga el nombre que más les guste.
—Vas a ser una excelente empresaria —reconoció él mientras la ayudaba a ponerse el abrigo.
—No se trata solo de una decisión de negocios. Quiero que sientan que son parte de la tienda.
—Me parece muy buena idea —admitió después de pensarlo unos segundos.
Diminutos copos de nieve caían del cielo nocturno. Era una típica estampa navideña, y no era extraña puesto que las fiestas estaban ya muy cerca. Se aproximaba la época de la felicidad y la buena voluntad.
—Bueno, ¿qué te ha parecido tu primera cena en Fielding? —le preguntó ella con una sonrisa provocada por su espíritu navideño.
—¿Y tú cómo sabes que era la primera?
—Es solo una corazonada. ¿Ha sido cómo lo habías imaginado?
—Mejor —respondió él escuetamente.
—¿Y crees que a partir de ahora lo repetirás más a menudo?
—Depende —dijo justo en el momento en el que llegaban a la puerta de la tienda—. ¿Estarás tú cerca?
—Puede ser —solo unos centímetros los separaban al uno del otro, pero entre ellos había una enorme inseguridad—. ¿Quieres subir a darle las buenas noches a Emily?
—Sí —contestó él sin dudarlo. Mientras subían las escaleras, Zac pensaba que había sido un completo estúpido por haber creído que volver a verla lo ayudaría a olvidarla. En realidad lo único que había conseguido era aumentar su ansia de estar con ella.
Ruth los saludó cálidamente y, después de solo unos minutos, salió de allí con prisa por encontrarse con Thomas.

Ver a Emily le dio a Zac la sensación de haber llegado a casa. Sin embargo la pequeña estaba más preocupada por comer que por el reencuentro, así que Vanessa tuvo que llevársela para darle de mamar.
—¿Quieres acompañarme mientras...? —No —respondió él inmediatamente—. Me quedo aquí —si quería que la noche no acabara como la última vez, lo mejor sería no verla dar de mamar a la niña.
Echó un vistazo al apartamento y comprobó con deleite que el toque de Nessa estaba en todos y cada uno de los rincones; en las alfombras de vivos colores, las estanterías rebosantes de libros, las flores secas, las fotografías de su padre y de Emily. Había conseguido crear un ambiente cálido y muy acogedor.

—¿Te está molestando la pierna? —le preguntó Nessa antes de salir del cuarto de estar.
—Un poco —dijo quedándose corto porque lo cierto era que los pinchazos lo estaban matando—. ¿No tendrás por casualidad una piscina de hidromasaje en algún rincón del apartamento?
—Mucho me temo que no.
Aunque estaba bromeando, sabía que eso era lo único que lo aliviaba en esos momentos. Los médicos le habían dicho una y mil veces que no había nada que hacer, que era la edad y el frío; por eso le habían aconsejado que se fuera a vivir a Florida o a California. Había llegado a considerar la idea, pero últimamente le resultaba muy difícil imaginarse lejos del pequeño y aburrido Fielding.
—Lo único que se me ocurre... —añadió Nessa después de unos segundos—. Tengo una bañera enorme, ¿por qué no te das un baño relajante mientras yo doy de comer a Emily? El agua sale muy calentita —le dijo sonriendo dulcemente—. Hasta te dejo que utilices mis sales.
La situación se estaba poniendo peligrosa. —Creo que debería irme a casa.
—Muy bien —la sonrisa desapareció inmediatamente de su rostro.
—Debería —añadió con los ojos clavados en los de ella—... pero no quiero.
Esa vez la sonrisa que se dibujó en los labios de Nessa iluminó la habitación entera.
—Yo tampoco quiero que te vayas. Las sales están en la estantería. Te veo dentro de un rato.
Zac decidió que esa noche no se arrepentiría de nada. Quería estar con ella y ella con él, eso era lo único que importaba.

No tardó ni un minuto en llenar la bañera, encontrar las sales de baño, desnudarse, apagar casi todas las luces y meterse en el agua. En cuanto estuvo sumergido notó cómo sus músculos se relajaban y se mitigaba un poco el dolor de la pierna. Estaba casi dormido cuando llamaron a la puerta.
—He pensado que a lo mejor querías... —al verlo se quedó callada—. Lo siento, pensé que...
—¿Que estaría vestido y mojándome solo la pierna?
—Algo así —respondió medio tartamudeando y sin levantar la vista del suelo.
Zac observó que se había cambiado de ropa y se había puesto una ropa de deporte de lo menos provocativa y, aun así, estaba para comérsela.
—¿Emily ya está dormida?
—Sí, ha caído rendida en un santiamén. Y tú... ¿qué tal la pierna?
—Un poco rígida todavía —al igual que otra parte de su cuerpo.
—Si quieres te doy un masaje —le ofreció preocupada.
Si seguía así iba a matarlo.
—No, gracias, estoy bien.
—No, no estas bien —protestó ella arrodillándose junto a la bañera.
—Nessa, de verdad, es demasiado peligroso.
—Vamos, piensa que soy una enfermera.
—Eso sólo empeoraría las cosas.
—¿Por qué no te limitas a recostarte y dejarme que te ayude?
Cuando por fin ella metió las manos en el agua, lo que preocupaba a Zac no era que viera lo excitado que estaba, sino que estuviera a punto de ver y tocar la imperfección de su pierna. Sin embargo en cuanto sintió sus manos sobre la piel, se olvidó de su vergüenza y se le escapó un rugido de placer.
—¿Demasiado fuerte?
—No, está bien —al mirarla la vergüenza se fue convirtiendo en deseo—. Demasiado bien.
—Pero estoy en una postura un poco incómoda. Si pudiera acercarme un poco más...

El movimiento de Zac fue tan rápido que Nessa ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar. Sacó el brazo del agua y, rodeándola por la cintura, la levantó del suelo y la metió en la bañera encima de él con ropa y todo. El agua salpicó por todos lados encharcando la mitad del cuarto de baño.
—¿Así estás lo bastante cerca?
Al principio parecía sorprendida pero enseguida se acomodó a la situación.
—Dímelo tú —le susurró al tiempo que le besaba los labios y paseaba su mano por el interior de su muslo.
Él volvió a rugir de placer.
—Nessa, no quiero volver a mi casa.
—¿Esta noche?
—Ni esta noche, ni mañana... —tomó su rostro entre las manos y la besó tiernamente—. Allí me siento muy solo.

Vanessa le recorrió los labios con la lengua.
—Entonces quédate aquí.
A pesar de que aquellas palabras lo dejaron casi sin sentido, se las arregló para decir:
—La gente va a hablar —le advirtió al tiempo que le agarraba las nalgas.
—Empezaron hace tiempo.
—¿Y no te importa?
—Ni lo más mínimo.
Volvió a aparecer su afán por protegerla.
—Nessa, hay algo más que quiero decirte...
Ella le puso los dedos en los labios, impidiéndole hablar.

—Ya sé qué es lo que quieres y qué es lo que no quieres, Zachary Efron. Ahora, cállate y bésame.

jueves, 17 de mayo de 2012

Capitulo 11

A la semana de que se hubieran marchado, había hecho las maletas y se había ido a California con la esperanza de que eso le hiciera olvidar la agonía durante al menos unos días. Desgraciadamente, el director de Micronics, la empresa a la que le había vendido su proyecto, había insistido en llevarlo a hacer turismo. Allá donde fueron, desde el océano hasta Hollywood, todo lo que vio le hizo desear aún con más fuerza que Nessa y Emily estuvieran allí con él. Había llegado a sentir celos de los habitantes de Fielding, porque ahora eran ellos los que disfrutaban de la maravillosa presencia que le había alegrado la vida a él durante casi un mes.

Se recostó sobre el asiento de cuero del coche y sintió rabia. Echaba de menos su risa y su costumbre de discutir con él por todo y por nada. Hasta añoraba sus interrupciones cuando subía a verlo al despacho cada diez minutos. Y el recuerdo de ella sobre su escritorio...

Había sido incapaz de trabajar desde aquella noche y sin embargo seguía teniendo la esperanza de que pronto conseguiría quitársela de la cabeza, tenía que hacerlo. Quizá cuando la viera en solo unos minutos para agradecerle su maravillosa contribución al proyecto, a lo mejor entonces se daría cuenta de que el hechizo por fin había desaparecido.
No, en realidad sabía que eso era del todo imposible. De hecho, solo con aproximarse a la pastelería el corazón empezó a latirle con una aceleración inusitada. Lo primero que vio al bajarse del coche fue un cartel en el que se rogaba silencio porque hay un bebé durmiendo.
Dios, añoraba... todo lo relacionado con ellas. Abrió la puerta con sigilo y enseguida le llegó el delicioso aroma del chocolate y las frutas. Al otro lado del mostrador se encontraba la mujer más bella del mundo, con su pelo recogido, las mejillas sonrojadas y un delantal blanco. Estaba atendiendo a la vieja señora Boot.

—Con esto son dos dulces de caramelo, cuatro delicias de frambuesa, siete diamantes negros y una bomba de nata, ¿correcto?
—Sí, creo que Ed y yo tendremos suficiente hasta el lunes —respondió la mujer sonriente.
—¿Cuatro días? —respondió Nessa levantando la barbilla como si realmente estuviera calculando—. No sé, no sé —siguió bromeando mientras le ponía otras dos bombas de nata. —Estas son a cuenta de la casa.
—Gracias, querida —en ese momento la señora Boot se volvió hacia la puerta y vio a Zac—. No sabría decirte si es un ángel o un demonio —dijo con una risilla traviesa.
—A mí mismo me cuesta saberlo —respondió Zac al tiempo que se aproximaba al mostrador.

Los ojos de Nessa se llenaron de sorpresa. Seguramente se preguntaba qué estaba haciendo allí, y lo cierto era que en ese momento ni siquiera él lo recordaba. Lo único que quería hacer era estrecharla entre sus brazos y darle un beso en los labios.
La señora Boot miró a uno y a otro y, antes de salir por la puerta, le hizo a Zac un guiño exagerado.

—Que tengan un buen tarde.
Cuando la dama hubo salido, Nessa miró a Zac y le dijo con actitud muy profesional:
—¿En qué puedo servirle, caballero?
Pero él no se dejó engañar, era obvio que estaba enfadada en él y tenía todo el derecho del mundo. La última vez se había comportado como un verdadero cretino.
—Erase una vez un delicioso pastelito que una joven encantadora hizo para mí —comenzó a decir con dulzura—. ¿Te suena de algo esa historia?
—Vagamente —respondió ella con tranquilidad.
—¿Cuánto me costaría uno de esos pastelitos?
—No lo sé. Son bastante especiales.
—Eso no te lo voy a discutir —la miró sonriendo antes de decir—: ¿Y qué me dices de una cena?
—¿Qué? —ahora estaba a la defensiva.
—Que si quieres salir a cenar conmigo esta noche.
—Verás —era obvio que la pregunta la había puesto nerviosa—, creo que no me sentiría cómoda volviendo a tu...
—No, en mi casa no. Aquí, en la ciudad.
—No comprendo.
—Creo que deberíamos celebrarlo —comenzó a explicarle—. Al fin y al cabo tú eres el motivo por el que Micronics ha duplicado su oferta.
—¿Cómo que yo soy el motivo? —parecía que empezaban a iluminársele los ojos.
—Esas ideas que me diste eran magníficas. Quiero invitarte a cenar y agradecértelo corno debe ser.
—Ya entiendo —bajo la mirada—. Enhorabuena.

No parecía muy satisfecha; por un momento Zac dudó de si había cometido un error yendo a verla, pero entonces se miraron a los ojos y volvió a sentir la necesidad que le había hecho regresar de Los Ángeles con tanta urgencia.

—Te echo de menos, Nessa. Por favor —«no digas que no, por favor», le suplicó en silencio.

Ella se quedó mirándolo sin decir nada durante unos minutos que para él fueron toda una eternidad. Empezaba a sentirse un estúpido por haberle mostrado el alma, cuando ella se agachó y sacó algo de la cámara frigorífica que había bajo el mostrador.
Cuando se puso en pie estaba sonriendo y en su mano derecha había un pastelito de chocolate que le ofreció inmediatamente.
—¿Me recoges a las siete?

sábado, 12 de mayo de 2012

Capitulo 10

Zac era consciente de que se había dejado llevar por el deseo, y no se había detenido a pensar porque de otra manera se habría dado cuenta de que era un error. Nessa era su amiga, aunque en ese momento nada más alejado de su cabeza que la amistad. Lo único que quería en ese momento era hacerla sentirse bien y darle todo el placer que merecía, ya sufriría las consecuencias más tarde.

Su boca lo llamaba y él respondía con sus besos. La mitad inferior de su cuerpo se puso en tensión cuando ella comenzó a juguetear con su lengua. Hacía solo unos minutos lo habría creído imposible, no habría podido creer que llegaría a sentir tal necesidad. Pero se trataba de Nessa, la mujer que no había dejado de sorprenderlo en el último mes.

Le quitó la falda y después las medias, hasta que la tuvo ante sí con solo unas braguitas de encaje azul. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios y en sus ojos se podía apreciar el mismo deseo que lo estaba consumiendo a él. Ver sus emociones reflejadas en ella hizo que el corazón de Zac empezada a latir como si quisiera escapársele del pecho. Nadie le había llegado al alma de la manera que lo hacía Vanessa.

—He imaginado esto tantas veces —confesó con frustración.
—¿En serio? —le preguntó ella sin dar crédito a lo que oía.
—Todas las noches, durante toda la noche. Y también durante el día...
—Dime qué imaginabas —le pidió mientras se despojaba de la única prenda que le quedaba puesta.
El poco autocontrol que le quedaba lo abandonó inmediatamente. La levantó en brazos y la llevó hasta el escritorio, de donde barrió todos los papeles de un manotazo.
—¿Quieres saber lo que imaginaba? —le preguntó sentándola en la suave superficie del escritorio. Después él se sentó en el sillón de piel que había justo enfrente y lo acercó hasta que los reposabrazos chocaron con el borde de la mesa—. Pues imaginaba que mis manos se llenaban de ti sin dejar de mirarla a los ojos, le agarró las nalgas con ambas manos.
—¿Y después? —lo provocó ella con la voz entrecortada.
—Te imaginaba abriéndote a mí.
Nessa se humedeció los labios con la lengua.
—¿Y entonces?
La acercó un poco más a él.
—Mira —dijo con una ligera sonrisa, y acto seguido bajó la cabeza y saboreó el paraíso.


Vanessa se deshizo en gemidos mientras notaba la lengua de Zac pasearse por lo más sagrado de su cuerpo. Estaban rodeados de ventanas sin cortinas, de modo que sus acciones se encontraban expuestas al mundo. Nadie podía verlos en un lugar tan apartado como aquel, y aun así, había cierta carga erótica en el riesgo de ser observados.
Nunca en su vida había confiado tanto en un hombre. Nunca se había entregado de esa manera. Pero se trataba de Zac, el hombre al que amaba, que estaba haciendo que le faltara la respiración, que los pezones se le pusieran duros como el acero y que en su interior fluyera una increíble corriente de placer. Aquella sensación le resultaba tan ajena que al principio le dio miedo, pero cuando miró hacia abajo y lo vio moverse con tal suavidad, el miedo dejó lugar al placer y la mente se le quedó en blanco.

De pronto notó cómo él metía un dedo dentro de ella con extrema suavidad. Y entonces ocurrió algo increíble; fue como si en su cuerpo se hubiera desatado una tormenta que solo él con sus movimientos podía intensificar y que finalmente solo él podría calmar.
No podía dejar de gemir. Se sentía salvaje como una leona que hubiera localizado a su presa. El instinto se apoderó de ella y le hizo presionar su cuerpo contra él. Quería entregarse a Zac por completo, quería que supiera que nadie podía hacerla sentir de aquel modo, pero ni siquiera era capaz de hablar.
Pronto se rindió al placer y se dejó llevar por las maravillosas sacudidas del orgasmo, una especie de calambres que le recorrieron el cuerpo desde lo más profundo. Tal éxtasis acabó por debilitarse y, sin embargo, Zac no se retiró sino que prosiguió con sus mágicos movimientos hasta llevarla a un segundo clímax. Y cuando llegó el momento, Vanessa gritó de placer y finalmente cayó exhausta sobre el escritorio.

Tenía la sensación de ser ligera como una pluma a la que arrastraba el viento, pero poco a poco volvió a la realidad y fue capaz de hilar un pensamiento: el amor que sentía por Zac jamás desaparecería porque era suya para siempre.

Por fin se encontró con fuerzas para abrir los ojos. Allí estaba él, con el pelo alborotado, el torso sudoroso y la entrepierna de los pantalones abultada por la excitación. Lo que más deseaba era tocarlo, notar su peso sobre ella, sentirlo dentro de su cuerpo. Quería hacerle sentir lo que sentía ella en ese momento. Estiró la mano e intentó tirar de él.

Pero la expresión de su rostro la detuvo. Las arrugas que tenía alrededor de la boca le dieron a entender que no estaba dispuesto a permitirse disfrutar del mismo placer que le había hecho sentir a ella. Solo con el brillo de sus ojos habría podido impedir que alguien se le acercara. A Vanessa se le desgarró el corazón al ver que Zac había vuelto a encerrarse en sí mismo.

De pronto se sintió desprotegida, y no solo porque no llevara ropa.
—No lamento lo que acaba de suceder —dijo él dándole la espalda—. Ya nunca podrás decir que...
Se puso la ropa tan pronto como pudo, con la esperanza de que eso le diera fuerzas para soportar aquello.
—¿Qué? ¿Qué no podré decir? —le preguntó alterada.
—Que no te deseo, o que no te veo como una mujer. Ya ves que no es así —sin dejar de mirar por la ventana, soltó un resoplido de frustración—. Cuando estoy contigo no soy capaz de protegerme.
Por un momento quiso creer que esa confesión era un cumplido, pero no era tan tonta. Sabía que lo que ocurría era que le daba miedo sentirse apegado a algo o a alguien. Mientras la cabeza le decía que saliera de allí y le demostrara la rabia que había desatado en ella, su corazón y el amor que lo llenaba la impulsaban a ofrecerle consuelo y apoyo. Se acercó a él y le puso la mano en el hombro.
—Zac, sé que...
—Quizá sea una suerte que te marches mañana. Aquí no hay nada bueno para ti.
Retiró la mano de su hombro.
—Puede que todavía no te hayas dado cuenta, pero yo no te estoy pidiendo nada.
—Pues deberías, tienes derecho a exigir, Nessa. Emily y tú merecéis un hombre que crea en el amor y en los finales felices —tenía las manos apoyadas en el cristal por encima de la cabeza—. ¿Has visto los cuadros que hay en las paredes de este despacho?
Vanessa se volvió a mirar los grabados en los que ya se había fijado la primera vez que entró a aquella habitación.
—Sí, ya los había visto.
—Están ahí para recordarme que eso es lo más cerca que voy a estar de los cuentos de hadas.
Hablaba con una amargura que hizo que ella se diera cuenta de que estaba demasiado cansada.
—Creyendo eso harás que se cumpla.
Se dio la vuelta y lo dejó allí junto a la ventana. Lo amaba hasta el punto de causarse dolor, pero no iba a quedarse allí a suplicarle que olvidara el pasado de una vez por todas.
Si alguna vez cambiaba de opinión y decidía que quería encontrar el verdadero amor que ella le ofrecía, ya sabía dónde encontrarla. En el mundo de los vivos.
La misma carretera, el mismo coche, el mismo conductor y el mismo pasajero. Pero esa vez no había nieve.

Zac iba mirando por la ventanilla del coche con la esperanza de ver a Nessa a un lado de la carretera, pero no estaba allí. Seguramente estaría encantada en su pastelería deleitando a la ciudad entera con sus creaciones.
Habían pasado dos semanas durante las cuales había intentado dejar de pensar en ella y en Emily. Claro que los continuos comentarios de Thomas sobre lo bien que le iba con el nuevo negocio no lo habían ayudado mucho. Por supuesto que se alegraba de que todo le estuviera saliendo bien, pero eso no hacía más que recordarle lo vacía que se había quedado la casa... y lo vacío que se había quedado también él.

martes, 1 de mayo de 2012

Capitulo 9

El sol de la tarde inundaba la habitación con su luz amarilla. Zac tenía la mirada fija en la pantalla del ordenador y los dedos en el teclado.
Nada.
Era la primera vez que le ocurría algo así. Normalmente las palabras fluían como un torrente cuando tenía que explicar un proyecto. Sin embargo ese día estaba completamente bloqueado.

Entonces oyó el llanto de Emily a través del intercomunicador que descansaba al lado del teclado, pero lo que le sorprendió fue escuchar la voz de Nessa intentando tranquilizar a la pequeña. Su primer impulso fue ponerse en pie e ir a verlas, pero le detuvo el sentido común que le decía que aquello no era lo más adecuado. Después de dos semanas durmiendo en la misma cama y cenando juntos, habían creado una rutina demasiado peligrosa.
No importaba lo a gusto que estaba cuando se tumbaba a su lado y percibía su olor y su calor, o las ganas que tenía de acercarse aún más y volver a probar el sabor de su boca. El caso era que ellos tres no eran una familia. Emily y Nessa eran solo dos personas a las que había jurado proteger. Y eso incluía protegerlas de sí mismo.

Pronto acabaría todo aquello porque, según le había contado Nessa el apartamento y la pastelería estaban casi a punto, lo que significaba que no tardarían en marcharse.
El ruido del ascensor lo sacó de sus pensamientos. Nessa acostumbraba a subir libremente y sin aviso; muy a su pesar, Zac esperaba aquellas visitas sorpresa con auténtica impaciencia, aunque jamás podría decirle tal cosa. Pero lo que vio al abrirse la puerta del ascensor no fue una bella morena de ojos café.


—Hola, Zac.
—¿Qué haces aquí, Thomas?
—¿Este es tu despacho? —preguntó el doctor Pinta muerto de curiosidad.
—Sí —respondió Zac secamente—. ¿Cómo has subido hasta aquí?
—Vanessa me acompañó hasta el ascensor.
—Claro —dijo en una especie de gruñido—. Esa mujer ha invadido mi vida —y él estaba encantado, pero no podía contarle a nadie tan triste verdad.
Thomas se sentó en el sillón que había frente a Zac y lo miró con una sonrisita traviesa.
—Siempre puedes pedirle que se vaya.
—Su apartamento todavía no está preparado.
—¿Y tú estarás preparado para dejarlas marchar cuando lo esté?
—Por supuesto —respondió con demasiada vehemencia—. Esto de dejarlas quedarse aquí no ha sido más que... —hizo una pausa buscando la palabra.
—¿Qué? ¿Una buena acción? —sugirió el doctor en tono provocador.
—Algo así.
Pinta asintió sin convicción.
—Entonces, ¿qué vas a hacer en Acción de Gracias?
—Lo mismo que todos los años.
—¿Encerrarte en casa?
—Trabajar.
Thomas se echó a reír.
—Claro.
—Normalmente trabajo hasta media noche, Pero...
—¿Este año a lo mejor lo dejas a media tarde?
—Iba a decir que a lo mejor descanso un par de horas. Puede que cene con Nessa y...
—Vanessa y Emily van a venir a cenar a mi casa.
—¿Ah sí? —dijo Zac después de una pausa durante la que no pudo ocultar el efecto que le había causado la noticia. Además se dio cuenta de que había sido un tonto por dar por sentado que Nessa se quedaría allí con él al día siguiente. Pero, ¿qué podía hacer? Tendría que seguir repitiendo su último mantra: «son solo mis invitadas y pronto se marcharán». Así que no era cosa suya dónde y con quién pasaran el día de Acción de Gracias.
—Así que si puedes apartarte del trabajo por un día, te esperamos en casa. No va a ser una gran cosa, solo la familia.
Aunque siempre se había llevado bien con Thomas su relación no había pasado de la cordialidad, nunca había entrado en el terreno de la verdadera amistad. Y no era porque el doctor y su esposa no lo hubieran invitado a su casa multitud de veces, el caso era que Zac no estaba dispuesto a participar en ninguna celebración familiar.
—Gracias por la invitación, pero no creo que pueda.
—Bueno, por si cambias de opinión...
—No, no lo haré.
Thomas asintió y, dándose media vuelta, se dirigió de nuevo hacia el ascensor.
—A mí me encanta el día de Acción de Gracias, nos recuerda que todos en este mundo tenemos cosas que agradecer, ¿no crees?
El ascensor se cerró al terminar de decir esas palabras, pero Zac se quedó mirando la puerta que lo había aislado del resto del mundo, hasta la llegada de Nessa.
Con un suspiro volvió a centrarse en el trabajo. Trabajo, eso era lo que tenía que agradecer y no necesitaba ningún día para recordarlo.

—Tienes que pelarlas, Zac —le pidió Vanessa sin dejar de reír y sacando de un cajón el pelador. Era curioso pero ella parecía conocer los entresijos de aquella cocina mucho mejor que su propietario.
—No sé qué hago ayudándote a preparar un postre que ni siquiera voy a comer —protestó él mientras pelaba las manzanas.
—Yo tampoco lo sé —respondió alegremente—. ¿Por qué no te vas a trabajar?
—Estoy ideando un proyecto, así que en realidad ahora mismo estoy trabajando.
Así eran ellos. Uno excesivamente gruñón y la otra excesivamente alegre. Vanessa pensaba que eran complementarios y se ayudaban el uno al otro a encontrar el equilibrio. Durante el día ambos trabajaban y cuidaban de Emily, y por las noches Zac le leía una historia a Emily hasta que se quedaba dormida mientras Vanessa preparaba la cena. Seguían durmiendo juntos y, aunque intentaban no rozarse, todas las mañanas amanecían acurrucados el uno al otro.

Vanessa intentó, mediante una conversación sin importancia, deshacerse del acaloramiento que le provocaba imaginárselo en la cama junto a ella:
—¿Por qué no quieres venir esta noche a la cena de Acción de Gracias? Y no me digas que es por el trabajo.
—Pero es que sí es por el trabajo.
—Vamos, hoy todo el mundo está de vacaciones.
—Yo no creo en las vacaciones.
—¿Qué quieres decir con que no crees en las vacaciones? Tú celebraste la Navidad con papá y conmigo.
—Solo dispongo de dos semanas para entregar el proyecto —dijo cambiando de estrategia y sin levantar la vista de las manzanas—. No me puedo permitir perder más noches.
En realidad no engañaba a nadie con esa excusa tan pobre. Todas las noches que había cenado con ella no habían ido en detrimento de su trabajo.
—A lo mejor yo puedo ayudarte.
—¿Cómo ibas tú a ayudarme?
Vaya. Esa sí era una pregunta a la que le gustaría responder sinceramente, pero era mejor ir— paso a paso.
—¿Si yo te ayudo a solucionar los problemas que estás teniendo con ese software, vendrás con nosotras a la cena en casa de los Pinta?
Zac arqueó las cejas sin saber qué decir.
—Vamos, dame al menos una oportunidad —insistió ella—. Yo tengo magníficas ideas.
No la sorprendía lo más mínimo haberlo dejado sin palabras, de hecho lo que la sorprendió fue que se pusiera a darle explicaciones:
—Veras, el software que he creado está destinado a poder controlar las funciones domésticas a través de Internet. En mi propuesta se incluía el poder subir y bajar el termostato, activar la alarma o regar las plantas y el jardín.
—Parece una idea estupenda —opinó Vanessa mientras ponía las manzanas ya troceadas sobre la crema del pastel.
—A mí no me parece suficiente. Quiero añadir algo que permita que los padres pasen más tiempo con sus hijos. No sé, todo el mundo está tan ocupado, especialmente las madres, que pensé que si se pudiera hacer más rápido las cosas básicas, como preparar el baño o cosas así, luego se podría pasar más tiempo bañando al niño, que es lo realmente importante.
—Sin duda.
—Pero necesito más ideas.
—Entiendo —su mente se puso a trabajar mientras engrasaba el molde para el pastel y después lo llenaba con la crema de manzana—. Lo que es seguro es que yo puedo darte el punto de vista de una madre. A ver... ¿qué te parece un dispositivo que nos permitiera empezar a calentar el biberón antes de llegar a casa? O una especie de inventario que controlara el número de pañales que se utiliza y qué cosas hay que comprar, como una lista de la compra online —Vanessa estaba entusiasmada con todo lo que se le estaba ocurriendo, tanto que tardó en volver a mirar a Zac.
Él no dijo nada durante varios segundos, simplemente la miró, lo que hizo que Vanessa empezara a preguntarse si lo que había sugerido era una tontería. Pero entonces se acercó más a ella, puso una mano a cada lado, dejándola acorralada contra la encimera y entonces ya rió pudo pensar más.
—¿Alguna vez te han dicho lo inteligente que eres? —le preguntó con un susurro sin dejar de mirarla a los ojos.
Se sentía completamente atrapada por el hombre más sexy que había conocido en toda su vida.
—Solo un par de veces.
Sus ojos se centraron ahora en su boca.
—¿Y también te han dicho lo guapa que eres?
Vanessa tragó saliva, pero no consiguió que le saliera la voz. Quería besarlo. Solo una vez, después se marcharía feliz. Pero, ¿a quién quería engañar? Un beso nunca le parecería suficiente. Aunque al menos sería un comienzo.
Zac pareció tomarse su silencio como un rechazo.
—Lo siento.
—¿Qué es lo que sientes? —intentó que su voz pareciera relajada—. ¿Decirme cosas agradables?
Zac tenía los ojos cerrados y el rostro en tensión.
—Es que te habrá parecido que estaba intentando ligar contigo.
—¿Y tú jamás intentarías algo así?
—Escucha, Nessa tú mereces mucho más que...
Vanessa lo detuvo levantando una mano.
—Tengo muchas cosas que hacer, Zac —no tenía el menor interés en oír sus excusas para no tocarla, le daba igual lo nobles o sensatas que estas fueran. Después del desastre de matrimonio que había tenido, solo quería algo de verdad. Quería un hombre que la deseara y que no tuviera miedo de admitirlo—. Si me perdonas —añadió separándose de él.
—Está bien. Me voy —contestó con tristeza—. Pero te veré luego.

Sí, la vería después en la cama, se tumbaría a su lado sólo con la intención de protegerla mientras hacía que las hormonas la martirizaran y que su cuerpo entero se muriera de deseo por algo que no podía tener.

Tenía que marcharse de allí cuanto antes, porque lo que había empezado como una fantasía se estaba convirtiendo en una verdadera tortura.
Zac se quedó unos minutos a la puerta de casa de los Pinta con unas flores en una mano y una botella de la sidra que tanto le gustaba a Nessa en la otra. Sara le había preparado un pavo relleno antes de marcharse a celebrarlo con su familia, pero él lo había metido en el frigorífico y se había ido de casa.
Había intentado convencerse a sí mismo de que estaba allí porque se lo debía a Nessa las ideas que le había dado con tanta facilidad tenían tanta fuerza que iban a hacer de su proyecto un auténtico éxito. Sin embargo, había una vocecilla dentro de él que le decía algo muy diferente: ya no podía seguir comiendo solo, o más bien era que ya no podía comer sin ella. En cualquier caso, estaba claro que estaba metido en un lío.
Al abrirse la puerta, se encontró con Thomas al otro lado.
—Has venido —le dijo con una enorme sonrisa.
—No me lo restriegues —gruñó Zac.
El doctor Pinta no dejó de reír mientras acompañaba a su invitado al interior de la casa. La primera parada fue la cocina, donde pudo darle las flores a Ruth y conocer a Kyle, su hijo pequeño. Zac les dio las gracias por invitarlo y prosiguió su camino hacia el cuarto de estar. Allí estaba Nessa, más bella que nunca con el pelo suelto y ligeramente maquillada, hablando con Derek, el otro hijo de los Pinta. Ambos muchachos habían sido buenos atletas durante el instituto y no se habían dedicado a meterse con Zac como el resto.
Derek llevaba varios años trabajando como abogado en Minneapolis y desde luego tenía aspecto de dedicarse a lo que se dedicaba: traje informal pero carísimo. Zac comprobó con cierta rabia que tenía en brazos a la pequeña Emily, que no dejaba de gimotear. Además, los dos adultos parecían estar muy a gusto juntos. Sabía que cabía la posibilidad de que algún día Nessa encontrara a otro hombre y que este acabara convirtiéndose en padre de Emily, pero desde luego ese día todavía no había llegado. Mientras siguieran viviendo en su casa, él no permitiría que eso sucediera.
—¡Qué sorpresa! —exclamó Nessa al tiempo que Derek y ella se ponían en pie para saludarlo.
—Teníamos un trato, ¿no? —contestó Zac sin poder dejar de mirarla. Solo había pasado un mes y ya había recuperado su figura por completo. ¿Acaso no podía haber tenido un poco de compasión con él?
—No estaba del todo segura.
La niña continuaba gimoteando y, cuando pasó a brazos de su madre, los gimoteos se convirtieron en un llanto desesperado.
—Déjame a mí —le pidió Zac.
La niña permaneció en sus brazos satisfecha a lo largo de toda la cena. De vez en cuando Nessa se ofreció a relevarle pero su excusa fue siempre la misma: Emily estaba muy a gusto donde estaba.
Nadie hizo el menor comentario sobre la sorprendente aparición de Zac en una reunión social, y él se sintió como si fuera algo que hiciera todos los días. Odiaba admitirlo, pero lo cierto era que se trataba de una gente estupenda sin intenciones ocultas. Durante la cena charlaron de todo tipo de ternas e incluso contaron chistes. Pero con el postre llegó el cinismo de Zac.

—Antes de probar el delicioso pastel de Nessa —comenzó a decir el anfitrión—, cada uno tiene que decir por qué está agradecido. Es la tradición —añadió como explicación para Zac.
—Por mi salud —comenzó Ruth.
—Yo estoy enormemente agradecida por mi hija —continuó diciendo Nessa.
—Por el relleno de cebolla y salvia que le ha puesto mamá al pavo —dijo el pequeño de los Pinta.
—Por que esten aquí todos ustedes —afirmó Thomas mirando a todos y cada uno de los reunidos.
—Por las demandas colectivas —dijo Derek sin inmutarse.
Todos estallaron en una gran carcajada durante la cual Zac deseó con todas sus fuerzas que se hubieran olvidado de él, pero de pronto se dio cuenta de que las miradas estaban fijas en él.
—Vamos, muchacho —le pidió Thomas todavía riendo—. Date prisa, que me muero de ganas de probar este pastel.
En los últimos quince años, siempre había sabido dar la respuesta más inteligente hasta a las preguntas más comprometedoras, pero delante de esas personas le resultaba muy difícil mentir.
—Si no les importa, preferiría no contestar —nadie dijo nada, simplemente lo observaron mientras que él le lanzaba a Nessa una mirada que era una petición de auxilio.
—Está bien —dijo ella por fin—. Pero el año que viene tendrás que darnos una respuesta.
Todos quedaron satisfechos y se dispusieron a disfrutar del postre, todos menos Zac, que no podía dejar de mirar a su ángel de la guarda. Lo había vuelto a hacer, había vuelto a salvarlo sin el menor esfuerzo aparente. Fue entonces cuando se dio cuenta de que jamás podría pagarle todo lo que había hecho por él. Era una deuda que nunca podría saldar.

Cuando hubo dado de mamar y acostado a Emily, Vanessa agarró el intercomunicador y se dirigió hacia el ascensor por el que había subido Zac hacía unas horas, nada más llegar de la cena. Había sido una sorpresa muy agradable verlo aparecer en casa de los Pinta, pero sobre todo se había alegrado de que diera un paso más en su vida.
Eso hacía que lo que iba a decirle resultara un poco más fácil. Pero solo un poco.
Oyó la música ya antes de que se abriera la puerta del ascensor. Ante sus ojos se encontró a Zac ataviado sólo con un pantalón de deporte, tumbado en un banco de ejercicios y levantando pesas.
—¿Quieres público? —le dijo acertándose hasta él.
—No, no eso precisamente lo que quiero —respondió sin dejar de subir y bajar las enormes pesas.
Vanessa notó cómo todo su cuerpo se acaloraba por efecto de sus palabras. No podía dejar de observarlo: abdominales marcados, brazos fuertes y el sudor recorriéndole la piel. Como no podía dar rienda suelta al deseo que sentía en aquel momento, pensó que lo mejor era decirle lo que había ido a decir.
—Pues tú te lo pierdes, Efron. Esta es la última noche que vas a poder tenerme como público.
—¿Tú última noche? —repitió él dejando las pesas en su sitio e incorporándose para hablar con ella.
—Sí. Emily y yo nos iremos mañana.
—¿Ya está listo el apartamento? —le dio la sensación de que le temblaba ligeramente la voz.
—En realidad está listo desde hace ya unos días, pero...
Zac se puso en pie y se limpió el sudor de la cara y del pecho con una toalla.
—¿Pero qué?
Vanessa siguió el movimiento de la toalla con ojos envidiosos. No volvería a tener oportunidad de mirarlo tan libremente. No había ningún motivo para decirle que se había quedado más de lo necesario solo por estar con él un poco más. Tenía que dejar de perder el tiempo y buscar un amor de verdad.
—Bueno, creo que me voy a la cama —dijo cambiando de tema con tristeza en la voz—. Estoy muy cansada.
—Yo también, Nessa... Estoy realmente cansado —contestó él con tal expresión en los ojos que ella no pudo hacer otra cosa que seguir mirándolo.
—Será por las pesas.
—No, no es por eso.
—Habrá sido la cena entonces.
—Estoy cansado de fingir que no te deseo —admitió agarrándola del brazo y acercándola a él—. Nessa...
—¿Qué? —su voz estaba cargada de deseo y ansiedad. Estaba siendo tan injusto. ¿No se daba cuenta de lo débil que era ante él? ¿De lo fácil que le resultaría hacerle daño?
Tenía el rostro demasiado cerca de ella, su mirada era demasiado profunda. Nessa aguantó la respiración mientras notaba cómo el calor procedente de su pecho le traspasaba la ropa.
—Estoy agradecido por ese día de octubre en el que una tormenta de nieve se hizo interminable —afirmó acercándose a ella y besándole la boca suavemente—. Estoy agradecido porque me dejaras traer a Emily al mundo —sus ojos no se apartaban de los de ella, pero sus dedos se fueron deslizando por el cuello hasta llegar a los botones de la blusa, que empezó a desabrochar uno a uno.

Vanessa sintió un escalofrío tan intenso como una descarga eléctrica.
—Estoy agradecido porque volvieras a mi casa una segunda vez —le quitó la camisa del todo y la tiró al suelo—. Y estoy agradecido porque hayas subido aquí esta noche y no te hayas alejado de mí.
¿Estaba hablando en serio?
—Nunca me alejaría de ti, Zac —dijo ella por fin—. Jamás.
Con un suave movimiento la despojó del sujetador.
—Me estabas volviendo loco, Ness.
—Por fin —susurró ella al tiempo que lo rodeaba con los brazos y hacía que su boca bajara hasta sus pechos.
Era lo más dulce que había sentido jamás. Mucho más intenso de lo que podría haber imaginado o soñado. Su lengua se movía con suavidad por su pezón endurecido por la excitación.
—Nessa... dime que esto está bien.
Estaba más que bien. Seguramente estaba loca por abandonarse a un hombre que jamás podría amarla, pero en aquel momento nada le importaba.
—Está muy bien, Zac.
Sus ojos se llenaron de pasión mientras le desabrochaba la falda y pedía que las luces se suavizaran.